«Ahora que asumo mi inclinación tanto por subrayar maniáticamente los libros como por retratar crepúsculos y paisajes durante los paseos que me gusta emprender cuando viajo a otras latitudes, entiendo qué caprichosas son las raíces de las que provenimos.»
Cuando uno frecuenta la escritura errática de Mauricio Montiel, más tarde o más temprano descubre que todo viaje implica una doble decepción: concluye cuando menos lo esperamos y por tanto nos deja con deudas pendientes. El viaje, como la propia escritura, las asume Montiel, incansable paseante, como caras de una misma moneda: la propia vida, la de todo paseante urbanita muy siglo XXI, que vive su pasado como producto del azar, y que se enfrenta, a veces sin esperanza, a su futuro en un mar de incertidumbre.
Quizá nos quede tan sólo el presente y el compromiso de narrarlo en su fragmentariedad, en su carácter efímero, donde la imagen preside nuestro cotidiano deambular por la metrópoli caótica y babélica. Nuestra mirada es nostálgica: «Todo televisor es una cabeza que aguarda una mano que la arranque de su ceguera con tan sólo apretar un botón. Todo video es portador de una nostalgia siniestra. Toda imagen, un recuerdo doloroso que vibra en la estática del pasado».
Montiel, frenético lector de Charles Baudelaire, de Rober Walser, de W. G. Sebald, se hace celoso coleccionista del detalle y de miradas indiscretas, afanoso explorador de callejones y aeropuertos, cronista de los no lugares que plagan nuestras vidas, que vivimos ahora más que nunca filtradas por el videoclip de la pantalla pequeña y la estética de la publicidad. Nuestra errancia urbanita no tiene otro sentido, quizá, que el de narrar el propio paseo sin rumbo, el de fundirnos en él en busca de un paraíso perdido, el sentido de nuestro propio caminar: «La vista implica así el deseo de ser tenue: el espectador, ese flâneur ocular, pasea por la foto con ganas de habitarla un instante, apenas como un fantasma súbito, y desvanecerse en lo que observa. Quiere mirar, quiere ser paisaje».
Montiel pasea por «terra cognita», y su caminar se vuelve «errancia por los gestos y los cuerpos», su narrar, en este Paseos sin rumbo, nos invita a descubrirnos habitantes de una ciudad deconstruida por el cine posmoderno, despersonalizada, donde sus personajes deambulan por crisoles de aislamiento en busca de su identidad perdida. En esta sociedad de lo efímero por no pesado, de la nanotecnología, de las comunidades virtuales, del amor líquido, en definitiva, en esta sociedad líquida -según la peculiar terminología del sociólogo polaco Zygmunt Bauman-, Montiel, en el más puro espíritu sebaldiano, nos invita a acometer, a través del cine, el de Kubrick, Tarantino, Wenders, Scorsese, o Lynch, una «anatomía de la inquietud».
Nuestro deambular atraviesa la metrópoli del siglo XXI, y nuestra narración pretende hacer la cartografía personal del nómada moderno, paradójico sedentario de toda gran urbe. Como un alter ego de Walter Benjamin, o en la tradición inaugurada por Franz Kafka, Robert Walser o Dino Buzzati, y continuada más tarde por W. G. Sebald, Montiel nos recuerda que «somos víctimas de la espera, o lo que es igual, turistas con los papeles en regla pero varados en un puesto fronterizo». Finalmente, «la muerte es el editor más feroz».
¿Por qué he editado este libro de Mauricio Montiel, me podría preguntar cualquier lector de Fórcola? Leyendo estos días las memorias de Kurt Wolff, he hallado una posible respuesta: «Los editores con voluntad creativa intentamos entusiasmar a los lectores por aquello que nos parece original y valioso, sin importarnos si es fácil o difícil de entender. Es evidente que podemos equivocarnos, y nos equivocamos muy a menudo».
Editar a Mauricio Montiel ha sido, entre otras cosas, la oportunidad de enfrentarme a mis propias preguntas y fantasmas, lo que me ha obligado a afrontar mi propia errancia por este mundo editorial, donde vocación y profesión se entrecruzan, en busca de sentido.
Decía Octavio Paz que «los grandes libros, los libros necesarios, son aquellos que logran responder a las preguntas que se hace el resto de los hombres». Espero que Paseos sin rumbo, de Mauricio Montiel, te lance a la cara, lector, el reto de salir de paseo para afrontar tus propias preguntas.