Te echo de menos, porque me faltas. Teníamos una cita, pero una mala pécora de pandemia ha impedido que nos volviésemos a encontrar hoy, último viernes de mayo. Son muchos años ya que nos conocemos y tratamos, y cada vez me gustas más, cada vez estás más guapa, cada año me deslumbras con tu encanto letraherido y tu tronío castizo, madrileño. Me conociste hace más de veinticinco años, cuando yo era un joven librero con camisa amarilla de Crisol. Y desde hace doce, tienes la deferencia de acogerme como pequeño editor forcoliano. Te gustan mis pajaritas, y a mi tus tardes de luz y tu melodía lectora, ese ronroneo feliz de reencuentros de autores, libreros y editores con sus amigos de los libros. Añoro ese olor a libro recién horneado (ay, las novedades, que siempre esperamos, aunque a veces, sí, sean demasiadas), y también recorrer con los ojos los fondos de mis colegas editores, esos que miman bien su catálogo, y encontrar aquella joya editada hace tiempo, pero que con el tiempo ha adquirido importancia y buqué. Echo de menos el trasiego de bolsas (de papel) llenas de nuevos sueños e ilusiones de sofá. Este año la cita se retrasa hasta octubre, pero hoy te añoro, querida Feria del Libro de Madrid, en el Retiro, como siempre, esa librería con aire de verbena ramoniana, con decorado surrealista de árboles y jardines en flor, y música de pavos reales, que reclaman nuestra atención desde los parterres de Cecilio Rodríguez. Querida Feria del Libro: hoy te añoro, porque me faltas.