No hay dos presentaciones de libros iguales, aunque el autor y el libro sean el mismo. Porque en ciudades como Madrid se funciona por «parroquias», y cada librería atrae a su propia comunidad de «fieles parroquianos». En efecto, hace un par de semanas os contaba cómo nos fue en Ámbito Cultural, en Madrid, en la presentación del último libro de Luis Pancorbo, Auroras de medianoche.
Ayer la cita fue en la librería Altaïr. A pesar de una tarde lluviosa y tristona, a la que sólo le faltaba como música de fondo los primeros acordes de El cisne de Tuonela, del finlandés Jean Sibelius, logramos crear un ambiente cálido y acogedor, casi de salón de casa, en la que fue una deliciosa velada.
Nuestros anfitriones, Javier Díaz, Iruña y Gonzalo, amigos libreros amantes de la literatura de viajes, nos hicieron sentirnos como en casa. Altaïr es una de las dos librerías de viaje más fascinantes que conozco, donde uno aprende a viajar leyendo por todo el mundo. De hecho, llegué con tiempo a la presentación para dar un buen repaso a sus distintas secciones y a los muebles de novedades.
Contábamos con un presentador de excepción: Javier Cacho, al que conoceréis por su extraordinario libro Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida. Cacho, en sus palabras iniciales, subrayó lo curioso de la situación creada: un científico hace las veces de entrevistador y periodista a un autor, Pancorbo, que además de antropólogo y viajero consumado, es periodista y reportero desde los años sesenta. De nuevo, pero con oídos nuevos, Pancorbo, de la mano cordial y entusiasta de Cacho, nos fue desgranando nuevas historias y secretos de ese país sin estado ni fronteras, ese lugar fascinante, Laponia, la tierra de los sami.
Cacho fue recorriendo algunos de los episodios que Pancorbo narra en su libro. Un libro que no deja de ser la plasmación de experiencias de más de treinta años de constante visita a Laponia. También algunos de sus tópicos y leyendas.
Nos hablaron de Cabo Norte, que no es realmente el lugar más meridional del continente europeo. Nos hablaron de la Línea del Círculo Polar Ártico, pintada en el suelo, pero que cada vez corresponde menos a la realidad, ya que dicha línea imaginaria se desplaza cada año.
Hubo momentos simpáticos, cuando nos contaron la leyenda de Joulu Pukki, el tradicional Santa Claus, Papá Noel y San Nicolás, que tiene su propia ciudad y estafeta de correos.
Cacho preguntó a Pancorbo sobre la gastronomía y sobre la pesca en el hielo, allá por tierras laponas. Los lapones o, mejor, los sami, lo tiene claro: hay que elegir un lago helado que no esté ocupado ya por otros pescadores. La clave de un buen día de pesca es pasarlo bien en compañía de los tuyos. Una pequeña caña, sedal y un carrete, un taburete y un buen berbiquí para practicar un agujero de 50 centímetros de profundidad en el hielo: no se necesita más.
Bueno, sí: un buen abrigo polar. Independientemente de lo que se pesque (salvo un buen resfriado), los sami saben de antemano que lo pasarán bien y que no se quedarán con hambre: una buena hoguera y una buena ración de salchichas garantizan el éxito del día.
Cacho, que conoce también parte de Laponia, y Pancorbo se emocionaron vivamente recordando sus avistamientos de auroras boreales. Vista la primera, uno sufre una verdadera transformación, y se convierte, inevitablemente, en «cazador de auroras». Lo que dejaron claro a los que les escuchamos ayer es que uno ha de contemplar, al menos una vez en la vida, este fenómeno de la ionosfera.
Desde la recolección de setas a la búsqueda de amatistas. Paseos por bosques dorados, o bajo la tenue luz del «momento azul» en la noche polar. Laponia, de la mano de Pancorbo, se nos presenta misteriosa, atrayente, estremecedora. La naturaleza casi en estado puro, como objeto de contemplación. Cacho, en sus palabras, transmitió sus impresiones como lector del libro: lo que destaca del libro de Luis Pancorbo es la familiaridad con la que acompaña al lector en un viaje que éste hace suyo. Con una delicadeza extrema, una sensibilidad hacia lo contemplado, y un respeto sumo a los habitantes de aquellas regiones y a sus costumbres, el lector descubre en Pancorbo más que al viajero o al antropólogo, al compañero de viaje. La máxima virtud de este libro, precisamente, es que invita al viaje.