Apareciste con nocturnidad, premeditación y alevosía. Te materializaste como un espíritu maligno, sin ser invocado. Irrumpiste cual convidado de piedra, indeseable y bandido. Te hiciste paso a través de un muro que imaginaste señor y guardián de tesoros y riquezas, pero te equivocaste de plano. Porque en tu precipitación y torpeza te delataste analfabeto.
Eres un butrón avaro y miope: avaro, porque codiciabas papeles numerados y firmados, y encontraste en cambio papeles impresos y encuadernados; miope, porque tu destino final no fue, como creías, la caja acorazada de un paraíso fiscal, sino la cripta viva de un paraíso lector. Entraste por fin, haciendo destrozo y algún ruido, pero no encontraste sobres con sobresueldos, sino estanterías llenas de libros. Porque querías entrar en un banco y diste de lleno en una librería. Eres ciertamente tonto, y aún no te has dado cuenta de lo que has conseguido con tu «proeza».
Te has ido con algún dinero, y quizá ahora sonrías pensando que en eso consiste tu éxito. Crees que solo has dejado tras de ti un agujero, por el que se ha colado el polvo, la ruina, el desánimo o la tristeza. Pero estás muy equivocado, tonto butrón. No entraste en un banco, sino en una librería. Y por arte de magia, una magia que nunca entenderás, has producido un sortilegio, y no una maldición, como pretendías. Tú, que eres torpe, oscuro y estás muerto, has convocado, sin proponértelo, a otros muchos butrones, túneles y agujeros que habitan muy vivos en los libros que has violentado con tu presencia.
Y de los libros han salido los guardianes nocturnos de la librería: el túnel del castillo de If, por donde se escapó Edmond Dantès, futuro Conde de Montecristo; la madriguera del Conejo Blanco, por donde Alicia logró llegar al País de las Maravillas; las chimeneas del Estrómboli, el volcán por el que el profesor Lindenbrock y Axel salieron a la superficie tras su Viaje al centro de la Tierra; las alcantarillas de Viena, por donde el irresistible traficante Harry Lime intentaba escapar de sus perseguidores en El tercer hombre; el muro tras el que emparedaron sir Simon, famoso Fantasma de Canterville, habitante del castillo situado en un hermoso lugar en la campiña inglesa a siete millas de Ascot; la puerta custodiada por el guardián de Ante la Ley; el pozo de las mazmorras del castillo del que el intrépido Rudolf Rassendyll salva al secuestrado Rey, Prisionero de Zenda…
Hay otros muchos de esos guardianes que con tu torpeza, tonto butrón, has despertado de su apacible sueño. Porque al abrirte camino por los muros de una librería lo que has construido no es un simple túnel, no, sino un verdadero «agujero de gusano», un atajo espacio-temporal, donde al aparecer «del otro lado», has topado con otra dimensión: la de los libros y la lectura, donde definitivamente han fracasado tus malignas intenciones.
Tu maldición ha sido exorcizada, desdichado butrón, por un poder superior al tuyo: el de la lectura, y sobre todo, el de la amistad. La Librería Rafael Alberti, de Lola Larumbre, pertenece a una larga estirpe de librerías con pedigrí: La Maison des Amis des Livres, de Adrienne Monnier; Shakespeare and Company, de Sylvia Beach; La librería de los escritores, de Mijaíl Osorguín; la Librería Norte, de Héctor Yánover; la Libreria antiquaria de Umberto Saba… y tantas otras. Todas ellas atesoraron libros, pero sobre todo, amigos lectores. Ten cuidado con nosotros, tonto butrón: somos muchos, y nosotros somos los verdaderos guardianes de las librerías.