En su nuevo libro, La ciudad de las palabras (RBA, 2010), y en concreto en el último capítulo «La pantalla de Hall», quizá el más jugoso e interesante, Alberto Manguel nos retrata, en la línea marcada ya por André Schiffrin (La edición sin editores. Ediciones Destino, 2000; El control de la palabra. Anagrama, 2006; Una educación política. Entre París y Londres. Península, 2008), y Jason Epstein (La industria del libro, Anagrama, 2002), las sombras del mundo del libro y de la edición en el mercado neoliberal y neocapitalista. Manguel denuncia cómo la censura, de forma muy sutil, se ha impuesto en la industria del libro.
¿Quién es el nuevo censor? El mercado.
Desde la Revolución Industrial se ha impuesto un modelo económico «a la mayoría de las tecnologías y a la mayor parte de las industrias para producir mercancías con el menor coste y el mayor beneficio». De tal forma que, en las últimas décadas, en el mundo editorial, salvo honrosas excepciones, «las decisiones han pasado a depender cada vez más de los departamentos de marketing». Manguel subraya este punto: «la autocensura y las consideraciones comerciales se introducen cada vez con mayor frecuencia en el terreno puramente editorial».
La máquina industrial del libro, en busca del máximo beneficio en un mercado neoliberal lleno de tiburones, pretende, según Manguel, inculcarnos la estupidez y volvernos «esclavos del sistema». En ese sentido, «la industria editorial de nuestro tiempo crea objetos unidimensionales, libros superficiales» que pretenden volvernos «espectadores [y compradores/lectores] sumisos». Manguel denuncia que tras este modelo económico late «una visión de la sociedad que concibe a los seres humanos no como entidades vivas sino como objetos o cantidades que carecen de identidad individual». La «cosificación» también ha llegado al mundo de los libros: el equivalente al «votante» (política) o al «consumidor» (marketing) es el «lector-masa» y el valor de un libro se mide en función del número de ejemplares vendidos.
A esta dictadura del mercado y del beneficio en el «negocio» editorial (que tanto se invoca en los últimos meses para referirse al futuro de los editores en el entorno digital), sucumbe, en primer lugar, advierte Manguel, el autor: «cuanto más numeroso su público, más obedientemente debe seguir las instrucciones de editores y libreros (y últimamente de agentes literarios)».
Las reflexiones en voz alta de Alberto Manguel respecto al presente y futuro de la industria editorial no pueden ser más certeras, y ponen en evidencia cómo gran parte de la edición se ha convertido en pura y dura industria o caja registradora. La democratización de la lectura y el acceso al libro como objeto de consumo tienen, obviamente, una vertiente en positivo: el fomento de la lectura, pero también esta sombra latente: el aumento de la horizontalización de la oferta y el peligro del pensamiento único.
¿Dónde queda la edición independiente, cultural, dónde quedan los libros que no sólo nos entretienen sino que nos ayudan a pensar y a ser mejores? Juan Domingo Argüelles ha reclamado en muchas ocasiones el derecho (no la obligación) a la lectura y ha reivindicado la lectura por placer o el placer de la lectura como una de sus justificaciones primeras. Aún así, considera que hay que reclamar una dimensión moral (no moralista) del libro y la lectura, es decir: ¿de qué vale lo uno y lo otro si no logramos ser mejores personas? Para un editor: ¿de qué vale editar si no logramos aportar valor? Respecto al futuro de «los otros libros», esos que no son mediáticos, best-sellers o «libro-masa», ¿qué esperar?
Manguel se pronuncia, con cierto tono melancólico: «libros que antes no se consideraban abstrusos ni académicos sino simplemente inteligentes, son publicados ahora por editoriales universitarias o por pequeñas editoriales con presupuestos heroicos». Es decir, edición marginal y marginada… por el mercado.
Me identifico, inevitablemente, con este perfil de editor que sigue apostando por la edición cultural, es decir (para aquellos que quieran más detalles), parafraseando a Manguel, aquélla que nos invita a ser más inteligentes, que nos provoca la curiosidad y el deseo de aprender, que nos hace gozar con la lectura porque invoca y potencia en nosotros la capacidad intelectual y el goce estético, porque apela a nuestra capacidad creadora y a la utilización feliz e imaginativa del lenguaje.
Gracias a la censura del mercado, la ideología neoliberal convierte a mis libros, según la lógica del marketing, en «oferta de nicho», y a mi editorial, según la lógica del beneficio, en «poco rentable»; en definitiva, mi empresa es un negocio «de alto riesgo», y su propietario, un tarado. Prefiero pensar, en cambio, que mis libros son subversivos y mi editorial militante e independiente. Ambos pretenden cumplir la premisa de Aristóteles respecto al conocimiento: despertar la curiosidad. Editaré, a pesar de todo, porque me da la gana. Eso sí, moriré pobre.
“Editaré, a pesar de todo, porque me da la gana”. Me gusta.
Gracias Aurora. Parece toda una petición de principios, y lo es, desde luego, aunque prefiero entenderlo como una manera de estar en el mundo.
Precioso post y nada que agregar, aparte del gusto que me produjo encontrarlo y leerlo.
Muchas gracias, maestra. Me agrada sobremanera que hayas disfrutado con la lectura, y confirma nuestra mutua militancia y resistencia en estos quehaceres librescos, donde nos jugamos, claro que sí, nuestra propia vida.
Muy buen artículo, nos ha gustado mucho.
Gracias Lecturalia. Pasiones compartidas: lo nuestro, los libros y la lectura.
Morir pobre es la consecuencia de ser uno mismo, perseguir un sueño y no venderse en el camino.
A veces me da la sensación de que el debate editorial de precios, ivas, tecnologías, deerreemes, amazons, librandas y demás olvida la literatura (“¿Dónde queda la edición independiente, cultural, dónde quedan los libros que no sólo nos entretienen sino que nos ayudan a pensar y a ser mejores? “)
Suerte con la valentía : )
Gracias Cristina. Aún con todo, hay muchos libreros, editores y bibliotecarios de oficio que siguen en la lucha por la buena literatura y los buenos libros. Nos reconocemos por el camino.
Felicidades, gran entrada.
Creo que los enemigos han sido descritos con la precisión necesaria. («¿Es que no había otros libros en la librería?», me dan ganas de preguntar cuando veo a toda la gente que lee el mismo título en el metro o el autobús).
Respecto al final, no puedo evitar sentirme identificado. Formo parte de esta industria de los dos calvos y el peine. No traduzco precisamente manuales de tostadoras o contratos legales, así que cuando acabemos debajo de un puente, al menos podremos recordar el tiempo que estuvimos sobre él, en un extremo, desafiando a los fulanos que quisieron pasar por ahí sin quebrar lanzas.
Y cuando nos pregunten por qué lo hicimos, de veras espero que nos dé la risa.
Estimado Miguel: Gracias por compartir tus reflexiones, tus sentimientos, tus pasiones y hasta tus frustraciones. Finalmente, de esto de los libros y la lectura, bibliofrenias compartidas, se saca el milagro diario del encuentro personal. Un abrazo.
Perdón por la incursión, respondo a Miguel por alusiones. Me acuso de traducir contratos y manuales de tostadoras para sobrevivir. No me queda otra. Eso me permite traducir lo que me gusta y me da más satisfacción, aunque no me avergüenzo de hacer lo otro. En mi pecado llevo mi penitencia: robo al sueño, al ocio y a la familia o los amigos los ratos que podría dedicarles si tuviera una profesión más estable y mejor pagada. No sé si soy feliz, pero creo que hago lo correcto. Es otra forma de amar la literatura. Y también cuesta, se lo aseguro.
No pretendía armar un piquete para llevar a todos los traductores de manuales de electrodomésticos y contratos a la hoguera, así que espero que me perdone si le ha dado esa impresión, The statue with the dictionary.
Y si roba al sueño, al ocio y a la familia o los amigos esos ratos, entonces es que también está sobre el puente, calándose los huesos como los demás.
Sí, ahí estamos, en el puente. Con las orillas firmes a ambos lados y nosotros en medio.
Yo también pido perdón, tampoco pretendía
armar piquete alguno. A veces tengo un pronto
que no es, precisamente, de estatua.
Saludos.
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Enhorabuena por la editorial, el blog y este artículo en particular. Se siente uno más acompañado.
Estimado Juan, te agradezco tu comentario, viniendo de tí es todo un privilegio. Este es uno de los objetivos del blog, compartir afinidades electivas, pulsiones vitales y cruces de caminos. Un abrazo fuerte.