La memoria, como aprendimos gracias a una magdalena, leyendo a Marcel Proust, puede ser involuntaria. A veces nos redime, ayudándonos a recuperar paraísos perdidos; otras, nos condena, al no devolvernos tesoros que naufragarán inevitablemente por siempre en el sueño de Leteo. Nos movemos en aguas de la memoria emocional, que gracias a las enseñanzas de su pariente Henri Bergson, el escritor del tiempo perdido y recobrado elevó a literatura.
La otra memoria, la voluntaria, requiere un manejo bien diferente por parte de nosotros. Implica constancia, responsabilidad, ejercicio de un músculo al que no hay que abandonar, sino someter a un sano y atlético entrenamiento diario, si queremos saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. La cuarta pregunta, también muy kantiana, podría ser: quiénes queremos ser. En ese sentido, la memoria voluntaria pende directamente de nuestra voluntad, y por tanto, su actividad redunda en beneficio de nuestra libertad.
Si todo ello dice y nos implica personal y biográficamente a cada uno de nosotros, su importancia y sus implicaciones a nivel social y colectivo son mucho más importantes, y redundan a su vez en la vida concreta de cada uno de nosotros. Si a nivel personal memoria y biografía se implican y retroalimentan, a nivel social, memoria e historia son complementarias, casi diríamos inseparables.
Por tanto, hablar de memoria histórica casi sería una redundancia. Toda memoria, en lo colectivo, es histórica. Y en el ejercicio de esa memoria de la comunidad estamos llamados a participar todos los que formamos parte de ella, más allá de ideologías, clases o partidos (y partidismos). Nadie es dueño de la Historia, como nadie es dueño de la memoria de un pueblo, sino cada uno de nosotros que lo somos. Y aunque bien es cierto que «la Historia la escriben los vencedores» (Walter Benjamin), no es menos cierto que el ejercicio de la memoria, nuestro ejercicio responsable y compromiso con ella, nos libera de las dictaduras ideológicas que manipulan a aquélla.
En ese sentido, editar es aportar un grano de arena al ejercicio de la memoria voluntaria y colectiva. De ahí la responsabilidad social e intelectual de todo editor comprometido con la historia, con el rescate de autores olvidados o marginados con una obra valiosa por redescubrir, con el apoyo a la investigación literaria, memorialística, biográfica o histórica. Editar se convierte, más allá de una actividad mercantil o empresarial sometida a un régimen fiscal o a una tributación de IVA al 4%, en un compromiso social, en una militancia por la cultura y la libertad.
Llegaron las vacaciones estivales, y es tiempo de descansar, cobrar nuevas fuerzas, leer e lograr la inspiración, el coraje y la firmeza necesarias para afrontar un otoño y un invierno que nos pronostican grises y desapacibles. No podrán con nosotros esas nubes, o al menos, no dejaremos de plantarles cara con entusiasmo y decisión.
No quiero despedirme sin adelantaros cuáles van a ser nuestros próximos libros, que tienen mucho que ver con la memoria histórica. A vuelta de vacaciones, en la primera semana de septiembre, publicaremos en Singladuras una colección de artículos y crónicas sobre la Historia (algunas de ellas inéditas en formato de libro), escritas por Azorín. ¿Qué es la historia? Reflexiones sobre el oficio de historiador, rescata un conjunto de textos de José Martínez Ruiz, muchos de ellos inéditos en formato libro y publicados ahora por primera vez, que permanecían olvidados en la hemeroteca. Consiste en una serie de reflexiones sobre el oficio de historiador, seleccionadas, prologadas y editadas por el historiador e investigador Francisco Fuster, cuya finura y actualidad no dejarán de sorprender al lector que se acerque por primera vez a la obra de este clásico siempre moderno que sigue siendo Azorín.
A mediados de septiembre llegará a las librerías un nuevo ensayo histórico de Fernando Castillo Cáceres, que inaugura nuestra nueva colección Siglo XX: Noche y niebla en el París ocupado: Vidas cruzadas de César González Ruano, Pedro Urraca, Albert Modiano y André Gabison. Traficantes, espías y mercado negro. La siniestra oscuridad que durante los años de la Segunda Guerra Mundial devoró a resistentes, comunistas, socialistas, republicanos españoles y judíos era muy diferente de aquella otra que al finalizar la guerra cayó sobre las vidas cruzadas de los cuatro protagonistas de este libro: César González Ruano, periodista y escritor; Pedro Urraca, el agregado de policía en la embajada de París durante la Ocupación, que tuvo un papel muy destacado en la detención de los refugiados republicanos; Albert Modiano, padre del escritor Patrick Modiano; y André Gabison, un extraño personaje, judío y a la par destacado collabo, que desfiló por los archivos de los aliados y de la policía española, y aparecerá en las novelas de Patrick Modiano.
Ya en octubre, publicaremos en Periplos una biografía escrita por Philippe Sollers: Vivant Denon. El caballero del Louvre. Para Philippe Sollers, novelista metido a biógrafo, Vivant Denon es uno de los personajes más fascinantes e inclasificables de la cultura francesa de los siglos XVIII y XIX.
Diplomático, tal vez agente de inteligencia, grabador, pintor, dibujante, museógrafo, saqueador de obras de arte, Vivant Denon fue, además, escritor libertino, un francés típico y atípico de su época –entre el Antiguo Régimen y la Restauración–. La suya es, aparentemente, la historia de un viajero, uno de aquellos viandantes del siglo XVIII que confiaban en el mundo y en la propia razón que era universal, y se dedicaban a conocer mundo: la Rusia de la despótica, ilustrada y excitable zarina, la Suiza de Voltaire y la indefinible Nápoles de los Borbones.
A la vez, los restos, cada vez más visibles, de las ciudades romanas hundidas en la ceniza y los vestigios fundacionales de la Magna Grecia.
Felices vacaciones, y mejores lecturas. Nos vemos en septiembre.
Es un magnífico artículo, Javier. Forma parte de un trabajo admirable que ojalá adquiera día a día más divulgación.
Muchas gracias, pepe, por tu interés y tus amables palabras. Gracias a lectores como tú, Fórcola irá creciendo y dando frutos.