Editor incorregible

Fausto: –Tú, […], ¿quién eres?

Envidia: –Soy la Envidia, concebida de una ostrera por un deshollinador. No puedo leer, así que deseo que todos los libros ardan. […] ¿Tú sentado y yo de pie? ¡Maldito seas, baja!

Fausto: –¡Largo, tunante envidioso!

El doctor Faustus, Christopher Marlowe

Octubre es un mes muy intenso en la agenda de los editores. Apenas se han recuperado del trasiego comercial de la Feria Internacional del Libro, Liber (este año celebrada en Barcelona), cuando algunos –afortunados– deben rehacer la maleta para asistir a la feria del libro con más solera, la de Frankfurt, que un lejano día de octubre de 1454 celebró su primera edición. En el mes del Nobel, parece que el mundo de la edición es más proclive a debatir sobre sí misma: no tanto a mirarse el ombligo, como a reflexionar sobre su razón de ser, sobre sus retos, sobre su identidad. La editorial Trama aporta a este debate dos nuevos títulos de su colección Tipos móviles, que les recomiendo encarecidamente: Las razones del libro, de Robert Darnton, y Erratas, de Marco Cassini.

En mis manos desde ayer, gracias a la gentileza de su editor, al que visité en su nueva sede en Blanca de Navarra nº 6, esta pasada noche comencé a devorar el segundo libro, este «Diario de un editor incorregible», que me ha atrapado desde sus primeras páginas, no sólo por su humor, sino porque se atreve a decir lo que lo «políticamente correcto», que se ha instalado en este sector, impide a muchos confesar, que no es poco.

El editor es Jano bifronte

Hace unos días, Joaquín Rodríguez nos recordaba en un post las palabras de Pierre Bourdieu: «la profesión de editor es difícil, trata de hacer convivir un amor al arte con un riguroso criterio comercial». La profesión de editor, que tiene mucho de funambulista (acertado nombre para una editorial) tiene sobre sí la condena de su condición bifronte; como Jano, o más bien como el Vizconde demediado, el editor en la sociedad de la sobreabundancia se debate entre la cara y la cruz de su oficio en cada decisión editorial: ¿cultura o mercado? En su libro, Marco Cassini comparte con el lector su recuerdo de la lectura de las memorias editoriales de Diana Athill (Sthet [vale lo tachado]), y en concreto el pasaje donde la británica recordaba «días felices» cuando cundía el «hambre de libros» y los editores gozaban del «lujo de no tener que preguntarnos si tal o cual libro tenía viabilidad comercial». En la actual bulimia del mercado, donde algunos acusan (con toscos argumentos) a los pequeños editores de provocar una irracional sobreproducción editorial, la pregunta sobre la «razón de ser comercial» de un libro adquiere rango casi ontológico en el plan anual de publicaciones de los editores culturales.

En una especie de reproducción del debate intelectual entre antiguos y modernos (con el que Marc Fumarolli nos hace disfrutar de lo lindo), Marco Cassini recuerda las palabras de Valentino Bompiani en su «El oficio de editor»: «La validez económica de un editor no puede prescindir de la validez cultural». Einaudi o Barral eran de esa raza de editores tan comprometidos con la cultura que eran capaces de arrastrar sus proyectos editoriales al borde del «masoquismo financiero». Bompiani, frente a esto, reclama la necesidad incuestionable de la «viabilidad económica» para abordar un proyecto editorial. Cassini, que reivindica una «inocencia razonable» para el editor cultural, considera imprescindible, necesaria, la dimensión cultural del oficio de editor: «la validez cultural (necesaria) de un editor no puede prescindir de la validez económica (algo que conseguir y por eso mismo eventual)».

Cassini es un editor melancólico, hijo de Saturno, lo que le convierte en orfebre, artesano, y como bien sabemos desde Aristóteles y Robert Burton, en un enfermo tocado del hígado (sus dolencias alérgicas y dermatológicas lo delatan). Como a Horacio, «la bilis le roe el hígado», lo que a este editor «incorregible» le lleva a editar, no en contra de la razón (a la que reivindica), sino a pesar de los financieros: lo comercial no puede ser la única obsesión del editor (lo que le convertiría en un «editor faústico», presa del luciferino poder de lo mercantil y financiero), sino que «el mero resultado económico no puede ser criterio único para la publicación de un libro».

A lo largo de mi carrera profesional, he desempeñado funciones de director comercial en algunas editoriales de reconocido prestigio. Ahora que edito libros agradezco infinito los conocimientos que, gracias a la experiencia y a los buenos maestros que me he ido encontrando en mi camino, me ayudan a tomar decisiones a la hora de editar. Pero tengo claro que, si mi sueño es convertirme en editor, tengo claro que no quiero convertir mi empresa en lo que Cassini, citando a Carmine Donzelli, denomina «editorial comercial: «aquella que no se anticipa, sino que persigue oleadas medíaticas; la que antepone el departamento de mercadotecnia a la redacción editorial; la que elabora en la mesa de trabajo estrategias basadas en el efecto de repetición, en el mensaje subliminal, en el embeleco al lector…».

Les invito a comprar y leer el libro de Marco Cassini, cuya virtud no sólo radica en ser «incorregible», sino en ser políticamente incorrecto, algo que defiendo a capa y espada para luchar contra el pensamiento único que invade nuestra sociedad, y en concreto, nuestro mundillo del libro y la lectura. Siendo fiel a ese espíritu, y al hilo de un claro ejemplo de dictadura ideológica que hace poco sufrí en carnes, la semana pasada escribí (cual ejercicio catártico y terapéutico), en mi casilla en Twitter y en mi muro en Facebook, una serie de reflexiones o aforismos sobre el mundo del libro y la edición, que hoy quiero compartir en abierto con ustedes. El hashtag llevaba por título ‎‎#Pedagogía_editorial. Espero que estén a la altura de Cassini, al menos en el sentido del humor:

  • En una editorial, la única verdad inmutable es la cuenta de resultados; el resto siempre es objeto de opinión.
  • Si un libro vende, es mérito del editor; si un libro no vende, es culpa del comercial (ironía).
  • Si quieres ganarte a un editor, háblale de su catálogo; si quieres hundirle, que te hable de su cuenta de resultados.
  • La parte más sensible de un editor: su ego; la parte más irritable: su bolsillo; su órgano más doliente: el hígado.
  • Galantería: hablarle a un editor de su último libro; impertinencia: preguntarle por los ejemplares en el almacén.
  • ¿El secreto mejor guardado de un editor? ¿Su plan editorial? No; la cifra de su último inventario.
  • Editores: para editar bien hay que saber vender; libreros: para vender bien hay que saber comprar.
  • Homenaje a Platón: hay editores estéticos (presumen de sus libros); hay editores cosméticos (presumen de sus ventas).
  • Todo ayuda a vender un libro, incluso, con suerte, una cubierta.
  • Hay editores muy aficionados a la lencería, no precisamente fina: sábanas, fajas…
  • Enseñé mi nuevo libro a un amigo: “vaya porquería de cubierta”. Sigue siendo mi amigo; hay que ser humilde.
  • Que no nos pueda lo políticamente correcto: hay editores de nicho, hay editores minoritarios, y hay editores de mierda.
  • Los almacenes de los editores no están llenos de fracasos, están de sueños no realizados. Siguen ahí, esperando…
  • Me incomoda un editor que me quiere “vender” su libro; me seduce un editor que me recomienda un libro de otra editorial.
  • Prefiero equivocarme con un buen libro que me sedujo, que jugármela con un libro malo con posibles. Soy idiota.
  • Mi preferida: «Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, ¿se debe sólo al libro?» G. Ch. Lichtenberg.

5 comentarios en “Editor incorregible”

  1. Issie paris

    Grandes reflexiones… y muero de la envidia porque es tan difícil conseguir los libros de trama por acá. Saludos por aquel lado del charco.

    1. Querida Issie, gracias por tu comentario. Creo que lo mejor para conseguirlos es que te pongas en contacto con ellos y te suscribas directamente a la colección. Merecen todos la pena. Estos dos últimos son estupendos. Un abrazo

  2. Amelia Pérez de Villar

    Felicidades por contar con tal cantidad de “inocencia razonable” y hacerla valer continuamente.

    1. Lo divertido de esto es compartir, generar fructíferos encuentros personales (lo que David Soler llamaría “encuentros offline”, hablando de que hay vida más allá del 2.0). Gracias por tu comentario

  3. Pingback: La semana en enlaces (15-10-2010) « el itacate

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