Eduardo Arroyo y Panamá Al Brown

En Minuta de un testamento Eduardo Arroyo se confiesa. La confesión, como bien subrayó María Zambrano, es un género literario fascinante, de san Agustín a Rousseau, y de fascinante podemos calificar las confesiones de Arroyo en su Minuta.

minutaAlgunas de las confesiones de Arroyo:

En Minuta Arroyo se confiesa PINTOR: «La pintura es una cuestión de fuerza, de convicción, de firmeza. Para mí la pintura lo es todo, es mi propia vida»

Se confiesa LECTOR: Su «biblioteca, [es] uno de los lugares que más quier[e] en este mundo», y confiesa sin rubor que «pas[a] más horas de [su] vida en el interior de las librerías que en las asépticas salas de los museos de arte contemporáneo… En la penumbra y rodeado de un acogedor desorden aparente, siento latir mi corazón; un extraño fenómeno entre la inquietud y la excitación me invade […] Las librerías de viejo [continúa Arroyo], verdaderas cuevas de Alí Babá, permanecen calladas y hacen las delicias de un vicio sin fin».

Se confiesa COLECCIONISTA: Pero atención, «dos objetos en el mundo no despiertan en [él] el más mínimo interés: los sellos y los relojes» [me parece un manifiesto desprecio por la conocida manía de los Borbones por los relojes, tanto borbones los franceses como los españoles, añado]. Arroyo, en cambio,  colecciona todo lo relacionado con el boxeo: nombres, historias, carteles, entradas, libros, folletos, fotografías…

Confiesa, pues, su fascinación por el BOXEO: «me gustan las historias de boxeadores vencedores y vencidos», dice en Minuta. sardinasAlgo que ya había adelantado en otro de sus fascinantes libros, Sardinas en aceite:

«Frágiles y endebles.

Sumergirme dentro del boxeo, vivir concienzudamente sus ritos y tratar de contarlos, de narrarlos, es para mí una necesidad. Todos estos boxeadores son héroes, aunque se haya abusado bastante de este término y casi huela a podrido.

La idea que tiene de un boxeador la mayoría de la gente es la de un combatiente, un coloso. Es una imagen harto rápida, demasiado tópica, que he querido precisamente corregir sobre Panamá Al Brown y sus adversarios.

Los boxeadores de quienes hablo son hombres pequeños, un regimiento de hombres pequeños que no pesan más de cincuenta kilos. Frágiles y endebles. Creo que lo que más me ha interesado es lo trágico de esa hecatombe, el destino que se ceba en un ejército de hombres endebles.»

Paradójicamente, el boxeo, como la pintura, es cuestión de fuerza: «Todos los golpes decisivos son dados con la mano izquierda», dice Arroyo que dice Walter Benjamin (Dirección única). Pero Panamá Al Brown no usaba la izquierda: fue campeón del mundo de los pesos gallo, sin interrupción, de 1928 a 1935. En el centro del cuadrilátero, exhibía un magnífico repertorio de boxeador temible: imbatido gracias a una de las derechas más peligrosas de su época, derribó a un buen número de valientes rivales como fueron Émile Milou, Eugène Criqui, Gustave Tiger, Eugène Huat, Kid Chocolate, Kid Francis, Young Pérez, Carlos Flix o Roland Toutian.

En su fascinación por Panamá Al Brown, Arroyo hace suya una pasión que antes sintió Jean Cocteau, quien ejerció como su manager y consejero y le dedicó numerosos escritos. Al poeta francés, Panamá le consoló «un poco del luto, tan mal llevado en Francia, por Gabriele d’Annunzio (1938)» [una de las pasiones de este editor que les habla].

moscasEn su reciente libro (Eduardo Arroyo y el paraíso de las moscas), Fabienne di Rocco, su sin par colaboradora, rescata la cita de Sardinas en aceite para explicar el interés de Arroyo por el boxeo. Y nos subraya que «por encima de cualquier otro boxeador, el que más le fascina es Panamá Al Brown. Lo ha pintado y dibujado –continúa Fabienne– en numerosas ocasiones y no ha dejado de reunir hechos y detalles, relaciones de combates, amistades y decepciones. En esta indagación que no cesa, Eduardo Arroyo intuye que tanto este púgil como los demás comparten con él la sensación de que se juegan la vida en cada combate contra su oponente, el boxeador en un caso, el lienzo virgen en el otro. Pintor y boxeador –concluye Fabienne– se adentran en los parajes de la soledad y el dolor».

El boxeo y su literatura han apasionado a Eduardo Arroyo, no sólo como artista y pintor, sino como investigador, como ensayista y, como he mencionado antes, como coleccionista de carteles y viejas fotografías relacionadas con los años épicos y gloriosos del boxeo internacional. Fruto de esa pasión son varios libros, entre los que destaca «Panamá» Al Brown

La primera edición del libro, en francés, apareció publicada en el año 1982 por la editorial Jean-Claude Lattès. La cubierta,

albrown49 resuelta tipográficamente, aparecía ilustrada con una pequeña fotografía del joven boxeador panameño, sonriente y retratado de cintura para arriba, tomada en París en 1928. Será en 1984 cuando se publique la edición alemana del libro que, con el título «Panamá». Das Leben des Boxers Al Brown, publicó Claasen Verlag, en traducción de Anna Kamp. La cubierta reproduce un dibujo original a color del propio Eduardo Arroyo. Una segunda edición alemana aparecerá publicada en 1987, con la misma traducción, en la editorial Ullstein. En la cubierta, resuelta con un diseño tipográfico, aparece silueteada otra fotografía de Al Brown, posando en calzón y sin guantes, en gesto pugilístico.

albrown50Habrá que esperar a 1988 para disponer de la versión española del libro, en dos ediciones. La primera, publicada por Alianza Editorial, en traducción de Mª Concepción García-Lomas, y con prólogo de Luis Nucera. La ilustración de cubierta nos muestra una fotografía dedicada del mismo boxeador, de cuerpo entero, en calzón y pose de entrenamiento sin guantes, tomada en París en 1930. La segunda será publicada por Círculo de Lectores, con la misma traducción cedida por Alianza, y prologada por Fernando Savater. En esta edición, la cubierta, en cartoné, viene ilustrada por un collage compuesto de fotografías procedentes de la colección particular del artista, y la sobrecubierta es una versión similar de la edición alemana de 1984.

Ya en 1995 aparecerá la versión italiana, publicada por Le Mani Ed. con el título Panamá Al Brown. Il ragno del ring, en traducción de F. Toso. De nuevo la cubierta, más sencilla, muestra la misma fotografía que la edición española de Alianza, pero recortada de cintura para arriba.

albrown55Finalmente, en 1998, Eduardo Arroyo publicará una nueva edición, corregida y ampliada, en francés, en la editorial Grasset. La cubierta nos muestra una nueva fotografía del campeón mundial, tomada en país en 1937, en la que el panameño, en bata y con su icónica gorra blanca, está preparándose para un combate, atándose una zapatilla mientras uno de sus colaboradores le prepara las ventas para proteger sus tobillos de alfiler.

Y ahora, por fin, sale a la luz esta nueva edición forcoliana de «Panamá» Al Brown. Vida de un boxeador, que parte de la edición original del año 1988, pero que se completa y amplia con los añadidos de la nueva edición francesa del año 1998, en traducción y revisión de Fabienne di Rocco.

Panamá Al Brown (2018)Para ilustrar la cubierta de nuestra edición hemos elegido la foto que Roger Viollet tomó en 1937 del boxeador panameño, sonriente –siempre sonriente– e impecablemente vestido con traje gris, arropado por su preparador Bob Robert y otros conocidos, todos ellos bajo la protección surrealista en forma de gigantesca sombrilla que sostiene Jean Cocteau. Una imagen que resume la relación del poeta y pintor con el boxeador, del que fue manager, amigo y consejero, porque, como subraya el propio Cocteau, «quería experimentar la idea de que poesía puede adoptar incluso forma deportiva».

Panamá Al Brown fue uno de los más hermosos peso gallo de la historia del pugilismo; pero sobre todo, «un artista, un bailarín, un poeta». Nació en la ciudad de Colón, Panamá, en 1902. Muchacho negro de origen muy humilde, vagabundo boxeaba con su sombra y soñaba con luchar en un ring. Sin presente ni futuro, emigró al Nueva York de la ley seca, las bandas de gánsteres y de jazz, donde protagonizó sus primeros combates. De una delgadez de alambre, proyectado hacia arriba, sin pantorrillas y con una cintura de avispa, se convirtió en el más grande peso mosca de todos los tiempos.

Desde 1926, fecha de su primer combate en Europa, residió en París. Opiómano, bebedor, sifilítico, jugador, músico, homosexual y negro, el panameño logró algo impensable para entonces: convertirse en el mejor bantam del mundo. Ya millonario, con un tren de vida frenético, fue aficionado a los coches, los caballos –tuvo su propia cuadra de carreras– y las apuestas, acumuló enormes deudas en Deauville y Maisons-Laffitte. Frecuentó a Joséphine Baker, Coco Chanel y Maurice Chevalier, y fue amigo de Jean Cocteau. Arruinado, enfermo y abandonado por todos, murió miserablemente en Nueva York, en 1951.

Vuelvo a su Minuta:

Arroyo se confiesa ASIDUO VISITANTE DE CEMENTERIOS A CIELO ABIERTO: en su momento, Arroyo fue a visitar el cementerio Amador Guerrero de Colón, Panamá. Fue a visitar la tumba número 3.165, la de Panamá Al Brown. «La tumba no es hermosa, pero sí digna y oscura».

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De izquierda a derecha: Fernando Castro Flórez, Eduardo Arroyo, Fernando Castillo y Javier Fórcola. Momento de la presentación de Panamá Al Brown en la librería Machado de Círculo de Bellas Artes de Madrid. [Foto de Alberto Vicente.]

Me quedo con una última confesión de Arroyo:

«Sólo lo excepcional merece ser vivido

Javier Fórcola

[Intervención en la presentación de Panamá Al Brown en la librería Antonio Machado de Círculo de Bellas Artes de Madrid, 9 de marzo de 2018]

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