El editor que boga

Daniel Fernández/ La Vanguardia, lunes 24 de julio de 2023

Pocas ciudades tan literarias corno Trieste, puerto excéntrico de los Habsburgo, ciudad italiana e imperial, austriaca y «ciudad de papel», urbe literaria y de frontera.

En la vida, es bien sabido, toca remar, es decir esforzarse para avanzar. Y no es lo mismo –disculpen el burdo juego de palabras– bogar que estar en boga, pero en cualquier caso sí conviene seguir  remando incluso cuando la fortuna parece favorable…

¿Por qué les digo hoy esto? Pues porque Javier Jiménez, el editor de Fórcola, ha publicado en su mismo sello –lo que no se sabe si es el colmo del masoquismo o revela una inquebrantable fe en sí mismo– un volumen titulado Desvío a Trieste, con el machadiano subtítulo de Rompeolas de todas las Europas. Y es un libro que tiene mucho de ensayo, buena parte de autobiografía, y también su mucho de erudición variada y hasta caprichosa, sin desdeñar la parte que pueda servir hasta como guía de viajes culta y provocativa para visitar la ciudad del Adriático.

Luego regresamos, si les parece, al libro. Ahora, y por aquello de seguir metiendo el remo, hablemos de la editorial. Fórcola nació en el año 2007 y antes Jiménez –Javier Fórcola en las redes– había ejercido de librero y había desempeñado varios oficios y responsabilidades en el universo del libro. Puso en marcha una editorial esencialmente de ensayo y la nombró, en un ataque de romanticismo y cultura veneciana, con la palabra que designa la pieza de madera sobre la que los gondoleros venecianos sostienen y mueven el remo, casi pértiga… La forcola es una madera labrada hecha de una sola pieza y la tradición exige que haya que encontrar la rama de tamaño y estructura adecuadas y aceptar que ese madero sea la parte más personal y única de la góndola, aunque no sea la más vistosa. Y vamos a silenciar que existen otras alternativas y que ya hay, por desgracia, góndolas sin forcola tradicional. Les he contado la versión de Jiménez, que embellece y ennoblece la realidad.

Javier Jiménez (Madrid, 1970) tiene también algo de inusual y único. Espero que me disculpe por desvelarlo, pero va siempre atildado y acompaña su pelo blanco con el complemento tan característico y definitorio de una corbata de lazo, a menudo combinada con un pañuelo en el bolsillo superior de la americana. Sí, tiene algo, o bastante, de dandy. Y ahora ha conseguido redondear el personaje autoeditándose –primorosamente– un libro que es también un capricho y puede que hasta otra excentricidad.

El caso es que el libro es muy estimable y se lee con la curiosidad y el placer que reconocerán todos los que ya sepan qué significa en la literatura Duino y que se encuentra cerca de Trieste. No hará falta incorporar la pajarita al atavío lector para enfrentar el libro, pero sí estará bien situarse en la estela de Mauricio Wiesenthal, que aparece repetidamente en el texto y una de cuyas citas sirve, entre otras, como pórtico de este ensayo: «Un viaje sólo merece la pena cuando lleva a la literatura».

Pocas ciudades, evidentemente, tan literarias y con tanto poso como Trieste. Tal vez sólo superada por Venecia, su eterna rival, pero Venecia sucumbe hoy a tsunamis de turistas que hacen difícil disfrutar de la ciudad de los canales incluso en invierno. Trieste, por el contrario, puerto excéntrico de los Habsburgo, ciudad italiana e imperial, austriaca y ciudad de papel, urbe literaria y de frontera, cabalga entre el mito de la Mitteleuropa y la declarada voluntad de ser y sentirse muy italiana. Claudio Magris, Italo Svevo o Umberto Saba deambulan por estas páginas, y aparecen y desaparecen junto con el consabido Rilke o los mismísimos James Joyce o Sigmund Freud. Pero el libro no es sólo un centón de artistas invitados, sino que es también el destilado de una vida, la de su autor y editor, que nos cuenta desde la génesis y evolución del propio libro hasta sus relaciones con gentes de la cultura española y su irrefrenable nostalgia por una sociedad más culta y más hecha a lo que solemos llamar alta cultura.

Está su padre, fotógrafo de vocación y lector de Baroja, de quien se imprime un retrato de los años setenta leyendo el periódico, porque este libro singular contiene también un pliego de ilustraciones en color, una cumplida y notable bibliografía, un índice onomástico y hasta, a través de códigos QR, unas notas audiovisuales donde destaca la cultura melómana del autor. Y la verdad es que sólo la selección musical ya justifica llevarse este ensayo a casa.

La bora, el viento del norte, una esfinge tal vez maldita, más los cafés y el puerto, o el infame discurso de Mussolini, en una ciudad que vio cómo se establecía un auténtico campo de exterminio de judíos en la antigua arrocera de San Sabba, ayudan a configurar un volumen que puede ser una lectura apasionante para este verano en el que el viaje alrededor de Javier Jiménez, con excusa triestina, les curará de esa maldad que dice que todo editor es un escritor frustrado. Unos pocos y contados saltan la barrera y se convierten en autores del libro que alguna vez soñaron editar

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