Elvira de Hidalgo, la diva aragonesa que enseñó a cantar a Maria Callas

Eduardo Mesa/ La Vanguardia, 2 de diciembre de 2023

“Su magisterio sobre la Callas ha tenido un resultado paradójico sobre su propia figura: por un lado, le ha servido para no caer en el olvido, pero, por otro, su luz cegadora ha ensombrecido su propia carrera como cantante”. Las palabras de Juan Villalba, biógrafo de Elvira de Hidalgo (1891-1980), resumen a la perfección otra injusticia histórica más cometida sobre una de las grandes voces del primer tercio del siglo XX. Elvira Juana Rodríguez Roldán, de nombre artístico Elvira de Hidalgo, fue reconocida por crítica y público a nivel internacional como la mejor Rosina de su época, la inolvidable protagonista de la famosa ópera de Rossini El barbero de Sevilla.

En su extensa biografía Elvira de Hidalgo. De prima donna a maestra de Maria Callas (Fórcola, 2021), el escritor rescata del olvido a una de las grandes sopranos de su época, cuyo virtuosismo vocal deslumbró en los mejores teatros de toda Europa, Hispanoamérica y Estados Unidos.

Elvira cantó con las grandes figuras de la época dorada de la ópera. “Tenores como Caruso, Fleta, Lázaro, Gigli, Smirnov, Bonci, Shipa o Lauri-Volpi; barítonos como Battistini, Campanari, Montesanto, Galeffi, Stracciari o Ruffo; y bajos como Chaliapin, Didur, Journet o De Angelis”, explica el escritor y experto musical.

Su éxito inundó los escenarios más excelsos del mundo, como el Metropolitan de Nueva York, el Covent Garden de Londres, La Scala de Milán o la Ópera de París. También reinó en otros de gran nivel como el Liceo de Barcelona, el Teatro Real de Madrid o el Colón de Buenos Aires. Su larga vida parece salida de una película.

“Se codeó con presidentes, príncipes y duques; la agasajaron zares y reyes; la pretendieron el Aga Khan y un Románov; se casó con un marqués y con un millonario; y fue amiga de Anna Pávlova, Coco Chanel, Loïe Fuller o Josephine Baker”, recuerda Villalba.

Elvira de Hidalgo nació el 28 de diciembre de 1891 en Valderrobres (Teruel). Su padre, aficionado a la música, quiso que sus hijos recibieran formación en esa disciplina, aprendieran solfeo y tocaran algún instrumento. Salvo Elvira, ninguno de sus otros tres hermanos (Pilar, Irene y Luis) se dedicaría profesionalmente a ese arte. En Barcelona, adonde había trasladado la familia su residencia, Elvira comenzó sus estudios de canto con Concepció Bordalba Simón y María Barrientos en el Conservatorio Superior de Música del Liceo, donde ingresó a los seis años. María Barrientos, una niña prodigio de tan solo trece años, no solo fue su maestra de solfeo, también una entrañable amiga y un ejemplo de lo que podía ser una meteórica carrera.

En 1899 María debutaba con gran éxito en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, interpretando a Lucía di Lammermoor. Un año más tarde se presentaba en el Teatro Lírico de Milán, y, poco después, conquistaba los escenarios de La Scala, el Covent Garden o el Teatro Real de Madrid.

Elvira, por su parte, continuó sus estudios de canto en Milán, centro neurálgico para todos aquellos que quisieran labrarse un porvenir en el mundo de la ópera, bajo el magisterio de Melchor Vidal. El 20 de abril de 1908, con apenas diecisiete años, la joven intérprete fascinó al público del Teatro di San Carlo de Nápoles en el papel de la Rosina de El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini.

“Rosina iba a ser el personaje de su vida, la interpretó con gran desparpajo escénico, desplegando todo el fuego de la seducción femenina; la cantó con voz argentina y clara dicción y la definió con profunda penetración psicológica: vivaz, pícara y un tanto caprichosa, todo mezclado con toques de candor y melancolía”, explica Villalba. Il Giorno, un periódico de Nápoles, y gran parte de la prensa italiana y española se hicieron eco de su impactante éxito. A partir de entonces pasó a formar parte de la exclusiva lista de sopranos españolas que asombraban al público con su voz irrepetible. Había nacido una diva. Elvira de Hidalgo inicia así una imparable carrera hacia el estrellato. Se convirtió en una de las grandes soprani d’agilità de su época, encarnando a protagonistas de libretos tan célebres como Linda de ChamounixRigolettoLos puritanos Lucía de Lammermoor, entre muchos otros.

Su voz cálida y cristalina conquistó los mejores teatros de Italia, Europa y América. En 1923, el año del golpe de Estado de Primo de Rivera, la gran atracción de la temporada del Teatro Real de Madrid pasaba por el duelo interpretativo de los dos grandes divos de la época: el catalán Hipólito Lázaro y el aragonés Miguel Fleta. Entre ambos desmesurados egos se coló Elvira de Hidalgo, la prima donna de esa temporada, cosechando un enorme éxito. Fue su última actuación en el coliseo madrileño. La gran intérprete se convirtió, al cabo de los años, en una celebridad operística. Sus legendarias actuaciones le permitieron ganar grandes sumas de dinero y disfrutar de una situación económica holgada. Fue una mujer admirada y poderosa que se codeó con la alta sociedad destilando glamur. Aunque se casó en dos ocasiones, siempre mantuvo su apellido de soltera, reafirmando así su independencia. Siguió actuando de forma regular hasta 1930 y, de manera esporádica, hasta 1936. El canto del cisne de esta gran dama de la ópera llegaría el 16 de marzo de 1938, en el Kimon Rallis Concert Hall de El Pireo. “Concluyó así su etapa como cantante dejando caer el telón con una última interpretación de la gran aria de LucíaRegnava del silenzio. Aquí acababa su carrera, pero continuaba con la de profesora a tiempo completo”, recuerda Juan Villalba.

“Tenía una expresión en la mirada… Aunque ella no entendía el idioma, cantaba en italiano. Me miraba todo el tiempo. Con esa boca. Esa enorme boca. Y sus ojos hablaban. Me llamó mucho la atención”. Así recordaba Elvira de Hidalgo años después en un programa de la televisión francesa los primeros encuentros con su alumna más célebre, una jovencísima Maria Callas. Retirada de los escenarios, la artista aragonesa había fijado su residencia en Atenas, dedicando su tiempo a la enseñanza del bel canto. Por aquella época, Evangelia Dimitriadis había abandonado a su marido y su vida en Estados Unidos para instalarse con sus dos hijas adolescentes en Grecia. La pequeña era un diamante en bruto que Elvira de Hidalgo no tardó demasiado en descubrir.

Sin el magisterio de la intérprete española no puede explicarse la carrera meteórica de Maria Callas, la gran diva del siglo XX, pues no se limitó a educar su voz, sino que le enseñó la importancia de la puesta en escena. “Una diva, además de cantar e interpretar, tiene que ser una diosa en la vida cotidiana”, confesaría años más tarde la artista griega, buena muestra de la puesta en práctica de los sabios consejos de la aragonesa.

Un objetivo al que también contribuyó Luis, el hermano menor de Elvira, quien llegó a convertirse en un nombre reconocido de la moda italiana. Su aportación resultaría decisiva para convertir a la Callas en la mujer más elegante del año 1957. Una voz asombrosa envuelta en un glamur irresistible. De esta forma conquistó Maria Callas al mundo. “Así moldeó De Hidalgo a la Callas, de un excelente barro sacó una auténtica diosa griega, una verdadera diva de la ópera hecha a su imagen y semejanza, pero con una voz más amplia y completa”, explica Villalba.

Durante el tiempo que coincidieron en Grecia, entre maestra y alumna se forjó una inquebrantable amistad que duró toda la vida. Incluso cuando Maria Callas ya era una estrella reconocida a nivel mundial, Elvira de Hidalgo continuó siendo el faro y el punto de apoyo necesario para disipar dudas o inseguridades. Cuando acometía un proyecto complicado, la gran diva no dudaba en consultar a su antigua maestra o pedirle que acudiera al hotel donde se encontraba con el fin de perfeccionar un papel.

También en el plano personal Elvira de Hidalgo fue un soporte indispensable para Maria Callas. La artista española se convirtió en amiga y confidente, y ambas mujeres mantuvieron una intensa correspondencia durante toda su vida, en la que la alumna confesaba a su tutora los tormentosos vaivenes amorosos que la alteraban.

Maria Callas murió el 16 de septiembre de 1977. “Los médicos diagnosticaron una crisis cardiaca, pero quienes la conocían bien sabían que se había dejado morir, había perdido la ilusión por vivir y ya nada le importaba, la pena había crecido en su pecho hasta asfixiar su voz y matarla”, afirma Juan Villalba.

La cantante de ópera italoestadounidense Lina Pagliughi afirmaría más tarde: “Murió sola y abandonada. En el escenario todos la amaban, pero fuera de él nadie la amó verdaderamente”. Para Elvira, la muerte de su alumna más querida fue un golpe muy amargo. La diva aragonesa moría tres años más tarde a los ochenta y ocho años en Milán. Fue una extraordinaria soprano, capaz de obrar el “milagro Callas”: recuperar un tipo vocal extinguido desde hacía décadas, la soprano sfogato, la soprano ilimitada, capaz de cantar todo tipo de óperas.

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