Entrevista al editor Javier Jiménez

A la luz del pensar/ RNE

En la nueva entrega de “A la luz del pensar”, Carlos Javier González Serrano charla con Javier Jiménez, editor de Fórcola, melómano, escritor y ferviente reivindicador de las humanidades, y autor del libro “Desvío a Trieste”.

Siempre comienzo mis entrevistas por algún lugar insospechado para que nuestros oyentes conozcan mejor a mis invitados, Javier. Si tuvieras que explicar a alguna civilización extraterrestre lo que es un libro, ¿qué le dirías? ¿Cómo explicarías qué es un libro o cómo definirías este objeto tan peculiar?

Vivimos ya en una civilización extraterrestre, pues para extraterrestres, todos aquellos que me encuentro en el metro que no despegan la nariz de sus móviles: viven, literalmente, fuera del mundo y lejos de la conciencia de sí mismos como personas. Las nuevas tecnologías de la comunicación hacen necesario, y con carácter de urgencia, enfrentarse de nuevo al mito de la caverna de Platón, releerlo y reinterpretarlo. La presunta modernidad de estas tecnologías (redes sociales, canales de entretenimiento) es únicamente un espejismo, pues tan sólo alimenta la industria de la vanidad, para la que todos nosotros estamos trabajando gratis. El libro y la lectura surgen de nuevo como un arma infalible contra la alienación que ha traído de nuevo a nuestras conciencias el “mundo pantalla”.

Javier, una primera pregunta sobre tu oficio, el oficio de editar y publicar libros. ¿Qué papel juegan los libros, como objeto, en una cultura cada vez más dominada por la inmediatez, en la que la concentración y la atención son cada vez más difíciles de mantener?

El libro y la lectura son nuestros mejores aliados para lograr lo más importante de nuestras vidas: conocernos a nosotros mismos y nuestra circunstancia, en la que nos jugamos todo. En efecto, la lectura y el libro marcan una distancia respecto a la inmediatez del like, nos invitan a ensimismarnos, de forma consciente, algo muy distinto al aislamiento inconsciente en el que vivimos: ensimismarse es dar un paso atrás, para reflexionar sobre el mundo y nosotros mismos. Sin esa distancia, el árbol nos impide ver el bosque. La inmediatez inhibe nuestra capacidad de reflexión, dificulta la elaboración de un juicio racional sobre lo que nos rodea, y fomenta una actitud reactiva e inconsciente respecto a todo lo que nos interpela. El de editor, sobre todo, el de editor de catálogo, es un oficio fundamental en nuestra sociedad. Supone una apuesta por la cultura, por la bibliodiversidad –no todo va a ser narrativa o novela–, y en definitiva, por el fomento de la lectura. Un editor, que con paciencia y fidelidad, va construyendo su catálogo, con diversidad temática, mantiene un compromiso con la sociedad en la que vive. Entrega su vida a un oficio, ciertamente vocacional, y arriesga su patrimonio en pos de una visión del mundo. Es a los editores a los que debemos en primer lugar dicho compromiso con la cultura y el fomento de la lectura, por la libertad de pensamiento, por la lucha contra el pensamiento único. Un editor siempre será el primer perseguido en una sociedad totalitaria víctima de las ideologías excluyentes. En ese fomento de la lectura, herramienta fundamental en una sociedad libre y democrática, basada en valores y principios de justicia y libertad de pensamiento, el editor es pieza clave. El legado de editores de toda la historia –Aticus, Aldo Manuzio o Gotta– es el de transmitir los principios del humanismo, y a esos principios somos fieles muchos editores, que tenemos una visión de nuestro oficio que va más allá del concepto de industria, mercado o cuenta de resultados. No sólo debemos vender más, sino editar mejor. Decía Julián Marías que la persona es un ser ilusionado, es decir, un ser capaz de imaginar un futuro y entregar su vida en ese proyecto. Pues bien, los editores somos artífices de esa ilusión, poniendo en manos del lector mundos ilusionantes. Finalmente, nuestro oficio genera esperanza.

Una pregunta sobre tu trayectoria profesional, Javier. ¿Qué te llevó a crear una editorial, que ya cuenta con largos años de trayectoria, la editorial Fórcola, y a publicar tu propio catálogo? ¿En qué consiste la labor de un editor para quien desconozca este oficio?

Fui monaguillo antes de fraile, y comencé mi trayectoria profesional en el mundo del libro como empleado de librerías, primero en una cadena de librerías y luego en una librería especializada independiente. De ahí di el salto al mundo editorial, trabajé para un par de editoriales, hasta que decidí fundar mi propio sello editorial. Después de dedicarme durante años a vender los libros editados por otros, decidí crear una editorial propia donde construir un catálogo personal. Un editor, tal como yo lo concibo, es un arquitecto que construye un edificio con vocación de permanencia, un catálogo donde cada colección (a modo de pisos) y cada libro (a modo de ladrillos) deben guardar una coherencia interna (si no, el edificio se viene abajo) y además ha de aspirar a tener una personalidad con sentido estética, inseparable de un compromiso ético, con la cultura. No se trata de publicar por publicar, no se trata de editar cualquier cosa, no se trata de buscar solamente los libros que venden. Un editor debe estar atento al mercado y sus diversas tendencias, pero no ha de estar secuestrado por ellas. Tampoco se trata de ir contracorriente: cada editor ha de encontrar su propia voz, y una vez que la encuentra, debe ser fiel a ella. Por lo demás, un editor es una especie de director de orquesta que coordina y dirige a un equipo de profesionales. Mi lema: primar la excelencia. Sólo dando lo mejor de nosotros mismos las cosas adquieren la relevancia ontológica procesa para perdurar en el tiempo, más allá de las modas.

Acabas de publicar, como autor, el libro Desvío a Trieste, en el que la lectura ocupa un lugar central. Stefan Zweig escribió que “gracias a los libros” pudo “entrever la amplitud e inmensidad de nuestro mundo y el gozo de” perderse en él. ¿Qué caracteriza la experiencia lectora que la diferencie de otras actividades? ¿Cuál es la importancia de la lectura?

En efecto, me estreno como escritor en solitario con este ensayo, literario, viajero y musical, a una de las ciudades más fascinantes del Mediterráneo, cargada de historia, donde confluyen las mil versiones de Europa, su diversidad cultural, artística, política, religiosa e idiomática. Es, por encima de todo, el libro escrito por un lector. No concibo mi oficio como editor sin la lectura, como tampoco concibo la escritura sin este hábito que siempre nos salva: de nosotros mismos y de la tentación de aislarnos como personas, y del nacionalismo torpe y miope, que se niega a reconocer la riqueza multicultural que nos rodea. No apuesto por el relativismo cultural, que conste, pero la gran literatura, sin renunciar a los propios valores culturales de cada país, ha llegado a atesorar clásicos universales precisamente porque ha abordado los grandes temas de la humanidad. De todo ello podemos aprender mucho leyendo a Zweig, en efecto, tan fascinado por aquellos momentos estelares de la Humanidad. La lectura nos sitúa en el mundo, en el tiempo y en el espacio, nos permite conocer el pasado para abordar con sentido la proyección de nosotros mismos en el futuro. Sin entender el pasado no podemos imaginarnos en el futuro. Los clásicos están siempre ahí para ayudarnos: vivimos a hombros de gigantes, algo que hay que recordar en estos tiempos de nuevo adanismo.

Cuando se habla de los libros y de la lectura se cae en muchos lugares comunes, en ciertos clichés. Uno de ellos es que hay libros que nos cambian la vida. Y lo cierto es que uno tiene la impresión de que a veces son los libros los que nos eligen a nosotros. ¿Es cierto que un libro puede cambiarnos la vida, y en qué sentido la cambian?

Es la diferencia entre el turista y el viajero. El primero mira pero no ve, de tal forma que no se deja impregnar por las ciudades y culturas que visita, y regresa a su casa tan sólo con una colección de postales e imágenes para colgar en el frigorífico. Al viajero, en cambio, el viaje le cambia la mirada, y vuelve transformado. Podremos leer cientos de libros, pero el hecho en sí de la lectura no nos va a transformar, si no nos dejamos impregnar por lo que aquellas páginas nos transmiten, si no nos hacemos permeables a lo que leemos (de ahí la importancia fundamental de la comprensión lectora, que como hemos leído esta semana, se ha desplomado entre nuestros jóvenes en los últimos siete años). Dudo mucho que nadie descubra el sentido de la vida leyendo novelas klínex (de usar y tirar), pero un libro es un artefacto muy peculiar y, ya en el siglo XVIII, a las jóvenes francesas les advertían de los peligros de la lectura de aquellas nouvelles de la época. Hubo un caballero de triste figura, y hasta una joven llamada Emma, que quedaron transformados por la lectura, y sus vidas, para bien o para mal, cambiaron radicalmente. Los libros y la lectura, como cuenta mi amigo Paulo Cosín, nos transmiten emociones fundamentales que van a vertebrar nuestra educación sentimental. Además, son fuente de saber, conocimiento y sabiduría. Para muchos de nosotros, la lectura de libros como El hombre en busca de sentido (Viktor E. Frankl), Si esto es un hombre (Primo Levi), El Principito (Antoine de Saint-Exupéry), La metamorfosis (F. Kafka), El arte de amar (Erich Fromm), La muerte en Venecia

(Thomas Mann), algunos de los Diálogos de Platón, Viaje al centro de la Tierra (Jules Verne), o El hombre que llegó a ser rey (R. Kipling), nos cambiaron la vida. Nos hicieron lectores, nos hicieron sentir, pensar, reflexionar, nos platearon interrogantes que antes no habían ni siquiera soñado. La lectura sigue teniendo un poder transformador de la persona, porque nos exige plantarle cara a las grandes preguntas.

Un editor es, al fin y al cabo, un introductor de nuevos discursos en la esfera pública. Por eso, el editor tiene una función casi socrática, al facilitar el diálogo y la diversidad. En este sentido, y como amante de la cultura y de las humanidades, ¿cuál crees que debería ser el papel de los intelectuales en términos de intervención social y concienciación de los problemas que nos acucian como sociedad?

Si el siglo XX fue el siglo de los intelectuales… en el XXI, al menos lo que llevamos de él, es de lamentar su ausencia, su silencio, su olvido. Estamos viviendo una época oscura, que ha traído de nuevo y con gran fuerza la dictadura de las ideologías, que creíamos muertas; la cultura de la cancelación; el imperio de lo políticamente correcto; la censura de las redes, que está propiciando la cobardía y la autocensura de los propios escritores y pensadores; finalmente, como gran aberración, se está defendiendo el derecho a la mediocridad. El editor comprometido con la cultura ha de ser valiente y plantar cara a todo esto. Dime qué catálogo tienes y te diré qué editor eres. Platón, en tiempos de la sofística, ya planteaba la diferencia entre la estética y la cosmética. En estos tiempos oscuros, parece que la cosmética triunfa, pero es un espejismo. Lo mejor en estos casos es apagar el móvil y abrir un libro.

Sé que eres un melómano nato, Javier, un amante sincero de la música. Y no quisiera dejar de preguntarte por ella. ¿Qué significa para ti la música en tu vida, y más concretamente, la música clásica? 

No concibo, como Nietzsche, un día sin música. Y digo música, y no ruido. Pues en la música, el silencio tiene una importancia indiscutible. Cada momento tiene su música: hay momentos para la concentración y la inspiración, donde las sonatas de Schubert, los nocturnos de Chopin o los cuartetos de Beethoven son ideales. Para los momentos más áridos, cuando me toca cerrar la contabilidad, no hay nada mejor que una sinfonía de Shostakóvich o una obertura wagneriana. Por las mañanas, Rossini o Mozart. Por la tarde-noche, Bill Evans o Chet Baker. La música tiene un efecto terapéutico de primer orden: sana mediante la belleza. Además, es un estimulante cerebral sin contraindicaciones, y su poder evocador e inspirador no tiene rival. La música nos salva, nos hace felices, y nos ayuda a pensar: potencia nuestras sinapsis cerebrales a un nivel distinto y compatible con otras actividades que requieren concentración. ¿Qué más se puede pedir?

Llegamos a las dos últimas preguntas que siempre lanzo a mis invitados, Javier. El libro es un artilugio que promueve la libertad al poner a disposición de los lectores discursos nuevos con los que pensar. Pero ¿qué es para Javier Jiménez la libertad?

Mi reino personal de la libertad no es un concepto, es una experiencia envolvente: terminar la jornada de trabajo, desconectar el móvil, descalzarme, poner un disco y tumbarme en el sofá para continuar leyendo (siempre leo tumbado) uno de los veinte o treinta libros que siempre tengo repartidos entre el salón y la mesilla de noche. La libertad es dejar el móvil en casa y salir a caminar, acercarme a una librería y pasarme un buen rato leyendo lomos, índices y hojeando volumen tras volumen. Y no me siento más libre que cuando decido cerrar un libro sin terminar porque, sencillamente, me está pareciendo un ladrillo infumable. Hay otros cientos, por no decir miles, que están esperando a ser leídos en mi biblioteca.

¿Qué libro o qué autor o autora cambiaron tu vida o la hicieron mejor, Javier? María Zambrano, Claros del bosque. O cualquiera de los que antes he citado.

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