Nuestra pasión por Gabriele d’Annunzio la conocen bien quienes me frecuentan (o se molestan en estar atentos al catálogo de Fórcola). No solo leo y atesoro sus libros, tanto en ediciones italianas de época como en traducciones al español de toda edad. Desde sus Obras Completas publicadas en México por Aguilar, hasta sus obras de teatro traducidas por Ricardo Baeza (el gran amigo de Ramón Gómez de la Serna). Por no hablar de las distintas biografías publicadas en italiano, inglés y en francés que dispongo en mi biblioteca. D’Anunzio fue un titán, un poeta, il Vate (épico, aunque, como poeta, olvidable); un dramaturgo digno de ser rescatado; un excelente cronista de sociedad; un incansable corresponsal de cartas amorosas (a la Duse, a Barbara Leoni…); aviador y hasta caudillo en Fiume. De aquellos años como Duce estos días se celebran los 100 años, que en Italia se están recordando con interés. Para corregir a los novatos: d’Annunzio nunca fue fascista; los fascistas, en cambio, fueron d’annunzianos. Mucho topicazo de brocha gorda estamos leyendo estos días en distintos medios españoles, fruto del esnobismo de algunos, y de la pedantería de algunos más. Mucho Mediterráneo descubierto. Quizá lo que más moleste es el olvido, la desmemoria, y la falta de reconocimiento del trabajo de uno. Porque desde 2011, y ya son años, servidor editor, Fórcola y Amelia Pérez de Villar venimos ofreciendo novísimas traducciones (tan novísimas, que no se habían hecho nunca) de facetas de la obra de Gabriele D’Annunzio menos conocidas, o totalmente desconocidas por el lector español. Ahí están tres libros impresionantes:
–Crónicas literarias y autorretrato (2011, 192 pp.);
–Crónicas romanas. La sociedad y la vida mundana de fines del Ottocento en Roma (2013, 232 pp.);
–No dejaría nunca de escribirte. Cartas de amor a Barbara Leoni (2015, 960 pp.).
Este trabajo de edición, prólogo y traducción, impecablemente realizado por Amelia Pérez de Villar (que además ha traducido la soberbia biografía firmada por Lucy Hughes-Hallett, autora además de nuestra Cleopatra), junto al esfuerzo por parte de este editor entusiasta, agradecería simplemente que se reconociese, que se valorase o que, fíjense ustedes, se citase debidamente en estos estupendos artículos sobre D’Annunzio y Fiume que se han publicado estos días. Simplemente eso. Es de justicia. Pero así vamos: postureo, cacareo y mucho Mediterráneo descubierto.