El pasado 18 de marzo, en la cueva de la librería Rafael Alberti de Madrid, tuvimos ocasión de celebrar una amena tertulia en torno a la literatura sobre la Primera Guerra Mundial, que en palabras de Henri Barbusse, se calificó como «el mayor cataclismo de los tiempos modernos», y Emil Ludwig como de «guerra estúpida».
Nos acompañaban Fernando Castillo Cáceres, historiador, ensayista e investigador, responsable de la dirección de la colección Siglo XX de Fórcola, y en esta ocasión, prologuista del libro que presentábamos: Guerra. Un soldado alemán en la Gran Guerra 1914-1918, de Ludwig Renn. Junto a él, Ignacio Peyró, periodista, escritor y traductor, que actuó de lúcido contertulio de Castillo.
Aunque tardía en su aparición, más de una decena de años tras el fin del conflicto, la literatura sobre la Primera Guerra Mundial nos ha dejado los testimonios, más o menos novelados, y las obras de autores de la talla de Ernst Jünger (Tempestades de acero, 1920), Henri Barbusse (El fuego. Diario de una trinchera, 1916), Arnold Zweig (El sargento Grischa, 1927), Ernst Glaeser (Los que teníamos doce años, 1928), o Erich Maria Remarque (Sin novedad en el frente, 1929).
No podemos olvidar la reciente aparición de Diario de guerra. 1914-1918, de Ernst Jünger, la transcripción de las libretas en las que el autor escribió desde el frente occidental, en su participación en la guerra de trincheras, a sus veinte años, sobre las que luego redactó su primera novela.
Las mutuas vinculaciones que el libro de Ludwig Renn tiene con la obra de Ernst Jünger dieron pie a Peyró y Castillo a una jugosa y amena tertulia. Fernando Castillo nos situó la singularidad de este conflicto, la denominada «Gran Guerra» o «Guerra Europea», que dio por terminado el silgo XIX, y que fue muy distinta a las anteriores.
En palabras de Castillo «a la modernización de la guerra que supone la aparición de la muerte tecnificada, contribuyeron también otras innovaciones de la sociedad industrial como el automóvil, los camiones, el ferrocarril y el teléfono, convirtiéndose por primera vez la electricidad y el petróleo en materiales estratégicos. Pronto llegarían los uniformes caquis que arrinconarían guerreras coloridas y charreteras doradas, el camuflaje –una abstracción aplicada a la guerra por entusiastas seguidores de todos los ismos que incluso Marc Ferro llama arte–, las máscaras antigás que, como supo ver Otto Dix, anticipan la visión de la calavera, y los cascos de formas nuevas y diseño industrial que acabaron con los kepis, los salacots y los pickelhaubes».
Por su parte, Ignacio Peyró señaló las mutuas coincidencias entre ambas obras, la de Jünger y la de Renn, entre otras estas tres claves interpretativas:
-la ética de la camaradería;
-la invisibilidad del enemigo;
-la diferencia que se establece entre la soldadesca contendiente y la oficialidad de la retaguardia.
Una velada espléndida en la Rafael Alberti. Os recomendamos la lectura del libro de Ludwig Renn.