Un Premio. Un escritor. Un principio. Un gesto.
El Premio: el Nacional de Narrativa.
Un escritor: Javier Marías.
Un principio: No aceptar un premio estatal.
Un gesto: señalar la utilidad de que el importe se destine a las bibliotecas.
Javier Marías y su gesto han supuesto el mejor apoyo que el mundo del libro, la cultura y las bibliotecas han recibido este año en España. Un sector, el del libro; uno de los pilares de la salud de un país, la cultura; un instrumento imprescindible para la revitalización cultural de un país, sus bibliotecas; todos ellos tan necesitados de reconocimiento, respaldo, apoyo y promoción. Y un gesto valiente, nada complaciente con el establishment, que de rebote denuncia una situación insostenible.
Y mientras, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades al japonés Shigeru Miyamoto, creador del millonario videojuego de Mario Bros.
Está visto que hoy más que nunca tenemos que hacer un esfuerzo desde la cultura para luchar contra la imbecilización sistemática de nuestra sociedad.
Resultado del partido: 0 – 10.
Premios Príncipe de Asturias: 0 – Javier Marías: 10.
Ya verá que no soy asíduo de su web, pero déjame comentar -sin acritud- que me parece una falta total de respeto e hipócrita que tache a Miyamoto y el mundo de los videojuegos como una lacra porque un escritor haya rechazado (muy acertadamente, todo sea dicho) un premio nacional. A veces ocurre que no comprendemos muy bien la naturaleza que nos rodea y rechistamos y criticamos sobre ella, que puede ser comprensible pero igualmente equivocado. Los videojuegos son mucho más que simple entretenimiento y poco tienen que ver con “la imbecilización sistemática de nuestra sociedad”. Tienen su factor lúdico, pero también otro tanto intelectual y filosófico a raíz de su capacidad de inmersión, interacción y sugestión de los mismos; son una ventana creativa para el jugador. A menudo teorizan partiendo de un argumento para desprender ideas, sentimientos, recursos novedosos o incluso innovadores, porque si algo tiene el videojuego es su capacidad de conectar mundos, artes y escenas. Y la lectura también forma parte de esa unión. Se sorprendería si viera todo el potencial inmenso que tiene este mundillo, y personalmente debo decir que ya era hora que España lo reconociese de alguna forma.
Un saludo.
Estimado Sergio. En primer lugar le agradezco su visita a nuestra casa, este blog de la editorial que dirijo, tras veinte años dedicado al mundo del libro. Le agradezco además su comentario, razonado y respetuoso, que desde la discrepancia, entabla diálogo y propone debate, se lo agradezco muy de veras. Y evidentemente, en este asunto, como gustos, colores. Vayamos al asunto. No tengo nada en contra del señor Miyamoto, un diseñador y productor de videojuegos de gran éxito, que ha hecho y hace felices a muchos niños, adolescentes, mayores y niños grandes que pasan las horas entretenidos con sus mundos de aventura virtuales, sin violencia. Pero mire usted: este entretenimiento no es sino un negocio, no lo podemos elevar a una categoría que no le corresponde. Hay otros premios que seguro que al inventor y al videojuego, como fenómeno de entretenimiento de masas, le corresponden mejor. Este premio en concreto, que se le ha concedido en esta convocatoria de los Príncipes de Asturias, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, lo han ganado anteriormente, entre otros: María Zambrano, filósofa y ensayista (1981), El Diario el País (1983), José Ferrater Mora, filósofo, ensayista y escritor (1985), las Misiones Españolas en Ruanda y Burundi (1994), la Agencia EFE (1995), Julián Marías, filósofo y escritor (1996), Umberto Eco, escritor y filósofo (2000), George Steiner, escritor, filósofo y crítico literario (2001), la National Geographic Society (2006), Google (2008), o la Royal Society (2011).
Un premio de estas características, que se concede a “la persona, grupo de personas o institución cuya labor creadora o de investigación represente una aportación relevante a la cultura universal en esos campos”, logra su prestigio no solo por la institución que lo concede, sino por la coherencia interna del mismo, es decir, por la persona o instituciones que a lo largo de los años la reciben. No soy quién para juzgar el acierto de la concesión de este año, pero en mi opinión es un grave error. La ayuda humanitaria, la investigación en humanidades o ciencia, los descubrimientos en los distintos campos del saber, la labor de comunicación e información, más allá de las guerras o las fronteras, han merecido hasta este año el Premio. Este año se ha premiado a un señor que ha inventado un videojuego, puro entretenimiento, legítimo en sí mismo, pero irrelevante respecto a la historia de la humanidad. Si nos ponemos en ese plan, habría que dárselo al inventor de las canicas, el diábolo, el yoyó, la comba, o la rayuela, elementos de entretenimiento con una profunda raíz cultural que han hecho felices a niños de generación en generación y tras de los cuales no hay una todopoderosa industria tecnológica haciendo negocios a nivel planetario.
Si lo que el jurado pretendía era premiar algo popular, para hacerse los simpáticos, han cometido una puerilidad, y por tanto convertido el Premio en algo populachero. A usted le hará ilusión que el videojuego tenga un reconocimiento: permítamme, ya lo tiene: una aceptación social como lo que es, un entretenimiento (más o menos sofisticado). No entro a valorar las consecuencias psicológicas, psicopedagógicas y antropológicas de tener a nuestros niños y jóvenes pegados a las maquinitas durante horas con un grado de comunicación y interactuación con el resto de sus semejantes (padres, hermanos y amigos) muy bajo o nulo (niños y pensamientos autistas). Y desde luego, el reconocimiento social más efectivo, la compra masiva, con ventas millonarias de cada juego, que enriquecen a unas empresas pero no aportan mucho más a la sociedad, ese reconocimiento ya lo tienen. Elevar eso a cultura, lo siento mucho, me parece una imbecilidad, porque nos hace imbéciles: sin báculo (palo o cayado que llevan en la mano para sostenerse quienes están débiles o viejos), es decir, débiles. Débiles ante los intereses de las empresas de consumibles y videojuegos que se convierten en las niñeras virtuales de nuestros hijos.
Es es mi punto de vista. No pretendo que usted acepte mis planteamientos. Por mi parte, quería compartirlos con usted. De nuevo, gracias.
Mi comentario no tiene más remedio que ser cojo de dos patas, porque el debate es de hondo calado y yo ahora voy andando en una dirección que me impide detenerme Sin embargo, emplazo a Javier Fórcola para retomar este asunto de la oposición entre diversión/ arte/ humanidades, etc. -Oposición en el sentido de aclaración mediante el contraste.-
Necesario es ya hablar de lo “utile y lo dulce” como hicieran los antiguos. Si, por ejemplo, le damos una góndola de plástico, comprada en tiendas de 1 euro, por no señalar, con lucecitas y colores fosforescentes, con sus FÓRCOLA Y TODO, a un niño, en Plaza San Marco de Venecia, y le pedimos a un tiempo que mire el paisaje, la Basílica, la Torre del Reloj o los cuatro Caballos, el resultado no se hace esperar. ¿Quiero esto decir que todo es Arte? O tal vez sería necesario hablar a fondo sobre la enseñabilidad del Arte. Recuerdo ahora al profesor de esta Universidad de Sevilla Amalio García del Moral que imparte en Bellas Artes un valiente curso sobre Conceptos Clave y pedagogía imprescindible. No todo vale, el relativismo es primero de todo una postura cómoda porque se mueve por superficies que no pueden o no quieren o no tienen tiempo de comprobar en Ciencias Humanas lo que en Ciencias científicas sería primer nivel indispensable. No, no creo que este debate se salde con dos o tres interesantes puntos de vista. Espero más. Mientras tanto, trazo una Hipótesis de trabajo ateniéndome a lo que se llamó siempre sentido común. Además, resulta que hoy el S. C. se estudia como uno de los principales sentidos internos, junto a la memoria y la imaginación. Por ese sentido aprecio que lo de Mario -con el que juego yo misma y mis nietos a placer, desde hace tiempo- y el citado premio es un riguroso disparate en el sentido estricto de los términos. Y me gustaría un debate con Jurado incluso. Gracias Javier, pero no hemos terminado, supongo.
No voy a decir nada porque ya me cabreé bastante cuando le dieron el de Literatura a Leonard Cohen.
En resumidas cuentas, como decía Javier más arriba, el problema no es a quién se lo dan sino a quién dejan de dárselo, en una jugada que más parece ser un reclamo para que los medios de comunicación se hagan eco del acontecimiento que un reconocimiento sentido a la gente que verdaderamente lo merece.