El escritor presenta ‘Vladivostok’, una antología de sus Terceras publicadas en ABC entre 2006 y 2017
Karina Sainz Borgo. ABC, 13 de marzo de 2023

José Carlos Llop no está desconcertado. Sabe que la cultura europea es capaz de resistir las embestidas de una crisis política, moral y hasta bélica. A esa civilización dedica su más reciente libro Vladivostok (Fórcola), una antología de sus Terceras publicadas en ABC entre 2006 y 2017, y entre las que destaca el texto inédito ‘Recuerdos de Cognac‘.
El libro toma su nombre de la ciudad a la que Miguel Strogoff nunca llegó y que encarna, según el autor, el «diorama de una civilización», una forma de resistencia. «El mundo que fue así, no intenten engañarnos ahora con paparruchas y que el malvado Iván Ogareff vuelva a ser derrotado, esta vez por el tiempo que es el único, ahora, en el que podemos confiar».
Unidas por la literatura como el hilo de un collar, estos textos brillan como perlas naturales. Ninguna se parece a la otra. Desde los cafés vieneses, unas ostras en el Lipp, los destellos del Imperio austrohúngaro, el hotel La Louisiene, en el número sesenta de la rue Seine, y que vio pasar por sus habitaciones a Simone de Beauvoir o Albert Cossery. Elegante y sobrio, anclado una memoria al que saca brillo frotándola con sus palabras.
Miguel Strogoff nunca llegó a Vladivostok, ¿y el resto? ¿perdimos el mapa de la Europa que usted glosa?
Pasamos por un mal momento; el mapa se ha manchado y deteriorado y la brújula está loca, pero nos recuperaremos. La cultura europea –que es de lo que trata Vladivostok– siempre nos ha salvado de lo malo que haya generado el continente.
Estos textos se publicaron durante los años previos a algunos descalabros ¿cómo ha pasado el tiempo a través de ellos?
El tiempo no ha pasado mal por ellos y además los ha aquilatado. Juntos forman un libro de pensamiento, memoria y vida y si no sonara pretencioso se podría decir que en algunas cosas el tiempo les ha dado la razón. No he tenido que cambiar ni una coma, pero eso es mérito de los asuntos que trata, no mío.
La relación con la memoria depende de quien recuerda. A veces sufre deformaciones y amputaciones. ¿Toda nostalgia es injusta con el presente?
Creo en la memoria como estructura de lo que somos y de quienes somos individualmente, y descreo de la nostalgia: es un jarabe que sólo empalaga. Pero no contemplo la memoria como una amputación o deformación sino como una recreación. Es un excelente escritor, la memoria… Piense en ‘La Recherche’ proustiana.
¿Es un acto de vanidad entender nuestro desconcierto como inédito? ¿A qué le remite este siglo?
No sabría decirle porque no estoy desconcertado. La incertidumbre y la certeza de que quedan menos años por delante –eso que trae la edad– no implica desconcierto sino conciencia del lugar donde se está y ni una ni otro pueden permitirse el adanismo ni la vanidad. Los dejo a quien los quiera. Respecto al siglo, observo cierto eco de los comienzos del XX, pasado por el filtro posmoderno de la desmemoria.
«La historia es una galería de espejos y el hombre un ser al que se le va la luz, mientras se maquilla». ¿Ha prescrito esa afirmación?
No, pero los espejos de la galería pasan por una mala época –la crisis económica, la guerra de Ucrania, las amenazas de otros conflictos, tanto sociales como de política internacional…– y la luz disminuye a ojos vistas. Desconfiemos, pues, del maquillaje y confiemos en una recuperación en la que creo. A la barbarie se la combate con civilización y respecto al día a día, no es posible que acabe triunfando tanta tontería. Pero conviene estar en guardia.
Si la novela es una invención burguesa y tal cosa como la burguesía se lumperizó, ¿qué ocurrió con su género literario?
Discrepo respecto a esa transformación de la burguesía en lumpen. Otra cosa es la clase media, cada vez más heroica en sus esfuerzos por mantener su estatus y cada vez más asediada por arriba y por abajo. En cuanto a la novela en sí, no goza de mala salud. Se habla como si estuviera enferma pero una cosa es que pululen por ella teorías sicalípticas, radicalismos varios y otros virus contemporáneos, y otra que esté gravemente enferma. Soy optimista: aún no estamos en Fahrenheit 451 y tengo fe en la literatura.
Es usted metódico, memorioso, escribe pegado al nervio, pero perder la compostura. ¿Cuántas criaturas habitan en usted? ¿escritor, bibliotecario, periodista?
Recordemos la frase de Borges: ‘Yo, que tantos hombres he sido, nunca fui aquel en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach…’ Por tanto, habitan bastantes criaturas, pero no todas –o no algunas– de las que querría. Siempre me ha gustado esa imagen de Dickens en su estudio y en las paredes sus personajes, como en una danza del tiempo. En cuanto a la mezcla borgiana de bibliotecario, narrador y poeta, tengo la impresión de que sólo soy una nota a pie de página: este siglo no nos deja mucho margen más.