Publicado por JUAN ÁNGEL JURISTO | 24, Ene, 2023 | Libros, nocturnidad y alevosía
En realidad era sólo cuestión de tiempo; parecería que ese largo purgatorio a que fueron sometidos muchos escritores e intelectuales falangistas, carlistas, o sencillamente franquistas, que tuvieron razón de ser a pesar de… y que fueron preteridos por la generación que había luchado por la democratización del país en un a veces injusto pero siempre irremediable olvido de sus logros culturales, está poco a poco tocando a su fin gracias a la labor de nuevas generaciones de filólogos a quienes la dictadura les pilla ya muy lejana y, por tanto, carecen de la mórbida cercanía y su lucidez a favor de la distancia, que otorga otro tipo de lucidez, menos apasionado y que muchos quieren más propensos a la objetividad.
Y si en el resto de España ese purgatorio hace tiempo se ha ido desvaneciendo poco a poco, en Cataluña, no es hasta tiempos muy recientes, que la reivindicación de estas figuras se ha producido, a excepción de Josep Pla, que también fue sujeto de polémica y desprecio en cierto momento de la Transición, pero al que ya se le considera un clásico de las letras catalanas, y españolas del siglo XX sin remisión posible y también, más cercano en el tiempo, de Josep María de Sagarra del que la mayoría de los españoles le conocíamos por ser el autor de La herida luminosa y que ediciones ya recientes de Vida privada ha hecho que su valoración haya dado un vuelco y ya se le considere más cerca del espíritu de un Edgar Neville que de Jose María Pemán, como podía colegirse de aquella obra de teatro que José Luís Garci llevó al cine en 1997 y del que muchos ignoraban que ya algunos miembros de la Nova Cançó, como Lluís Llach, Ovidi Motllor y Guillermina Motta habían musicado algunos poemas suyos.
Míriam Gazquez ( Cornellá de Llobregat, 1983) , profesora de Lengua y Litteratura en la UNED de Barcelona ha estudiado con profundidad el panorama cultural barcelonés de la posguerra, su tesis trataba sobre ello. Era cuestión de tiempo, después de haber accedido a los archivos de Juan Ramón Masoliver gracias a la amistad con la viuda de éste, Emilia de Vega, en su casa de Moncada y Reixac que terminara escribiendo una suerte de biografía intelectual de Juan Ramón Masoliver, el crítico, editor, traductor e imprescindible animador cultural de la Barcelona de posguerra, a quién se le deben hitos como la creación de Destino y del Premio Nadal, la creación del Premio de la Crítica, la contribución de primera mano a la reapertura del Ateneo de Barcelona, incorporando la biblioteca de Just Cabot e impidiendo así que corriera la suerte de otras, como la del propio Juan Ramón Jiménez y fue determinante en la aparición de revistas como Camp de l´Arpa. El libro, bajo el título de Juan Ramón Masoliver. Edición y cultura en la Barcelona de posguerra, ha sido publicado por Fórcola Ediciones con un prólogo de Jordi Gracia, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, autor entre otros libros de La vida rescatada de Dionisio Ridruejo; Ortega y Gasset; Burgueses imperfectos; Estado y cultura y un esclarecedor prólogo a los Cuadernos de Rusia, de Dionisio Ridruejo, y de quién no me resisto a citar algunas líneas del prólogo a esta obra de Miriam Gázquez por su lúcida resolución: “ Aquí empieza de veras Miriam Gázquez su pesquisa endiablada y sistemática en torno a los recovecos de Masoliver, auxiliada en buena medida que ella misma cuenta muy bien en el prefacio a este libro. Supo conquistarse la simpatía y complicidad de la viuda de Masoliver, y fue ella la que le dio acceso a los materiales que reservaba la gigantesca biblioteca y el archivo personal del escritor de la Vallençana. A menudo he pensado ( pero quizá no debería decirlo) que ha sido una suerte que Miriam no conociese a Masoliver. Yo sí lo conocí: embustero, camelador, divertido, infatigable hablador, contador de anécdotas y trolas disfrazadas de fidelidad absoluta a la verdad, y a menudo irresistible en su descaro, su humor envenenado y la conciencia coqueta de su alto valor histórico como superviviente de otra era”. La larga cita se justifica porque resume con gran acierto lo que es este libro y la razón de que el resultado del mismo tiene mucho que ver con la generación de jóvenes filólogos a que pertenece Miriam Gázquez por la sencilla razón de que no es lo mismo escribir sobre alguien a quién se ha conocido que sobre alguien del que aprecias sobremanera su obra y su legado.
Ese desapego afectivo, por razones exclusivamente generacionales, tiene sus virtudes pero también es inevitable cierta miopía crítica a la hora de valorar esa figura que presenta. Así, cuando se refiere a la fascinación que le produjo a Masoliver la figura de Ezra Pound y el grupito de Rapallo y la comparación de Masoliver en la Barcelona de posguerra en ese mismo sentido, así, el trasunto de la tertulia de Ester de Andreis, se le escapa cierta ironía necesaria, incluso revestida de cierta conmiseración por las frustaciones de aquella generación que además ganó la guerra, ante la comparación de la labor de las Guías de Lectura y el canon que quiso establecer Pound mediante una revisión que atendiese al concepto goethiano de Weltliteratur con la labor editorial de los libritos de Poesía en la Mano de la Editorial Yunque. Y no fue por identificación con el ideario fascista que Pound tuviese en cuenta las literaturas orientales, aún hubiese cierta relación entre el resultado en la cultura del despotismo ilustrado de ciertos emperadores chinos con la figura de Mussolini como patrón supremo de las Artes y la Cultura de la Italia de los treinta, esa Italia que bebía en las aguas del Futurismo, sino por su condición de norteamericano, que le hizo en su juventud estudiar el poema del Cid, fascinarse por la obra de Lope de Vega y recorrer el Rastro madrileño, de quién hace referencia con marcada nostalgia sobre los bronces que se podían adquirir en el Campo de las Américas en uno de sus Cantos, actitud muy alejada de la fantasía aristocratizante, no exenta de severa ceguera, del fascismo de Masoliver que le hacía valorar en exclusiva como algo extraordinario en el devenir histórico la cultura europea, dándose el caso de publicar en la colección Poesía en la Mano una antología de Ausias March realizada por Martin de Riquer y no incluir en la colección ningún autor oriental.
Aun y así, este libro es una buena aproximación al ambiente cultural de la Barcelona de posguerra y que incluye una bibliografía preciosa, como por ejemplo, el catálogo de libros de la editorial Yunque, de aquellos que se editaron y los que se quedaron en proyecto, entre ellos, una antología griega, de Antonio Tovar; una antología de Stefan George, realizada por Eugen Haas y Masoliver; un José Asunción Silva encargado a Manuel Aznar y, desde luego, las exhaustivas líneas que dedica a la labor de traductor de Masoliver, desde El aprendizaje del dolor y El zafarrancho aquel de Via Merulana, de Carlo Emilio Gadda pasando por Italo Calvino o Anna Maria Ortese y, desde luego, su admirado Dante o los componentes del Dolce Stil Novo, así, la magnífica edición de Guido Cavalcanti.
Digo: una cuestión generacional. Otros, más viejos, hubiesen resaltado la enorme diferencia entre Masoliver y Pound, no por su vocación de articuladores de nuevos cánones sino por algo esencial: Pound es el autor de los Cantos y el único libro de Masoliver fuera del ámbito crítico fue una Guía de Roma.
Lo dice Jordi Gracia: es una suerte que Gázquez no hubiese conocido a Masoliver. Ese conocimiento, creo, no sólo se refiere a lo personal sino a lo que conlleva una educación sentimental.