Acertado anda Ricardo Moreno, autor de un “Breve tratado sobre la estupidez humana” (Fórcola, 2018), cuando advierte que es más peligroso un hombre tonto que un hombre malo: este último es predecible en sus comportamientos; el tonto no. Además, últimamente los tontos manejan presupuestos, y lo que es aún peor, usan las redes sociales. Viene a cuento del último ataque que he sufrido en redes sociales, y del que hasta ahora no había contado nada. Algunos de ustedes vieron la foto que subí hace unos días de mi caseta en la Feria del Libro de Madrid, y del hueco que había dejado el «ausente» ejemplar de “Aquí y ahora. Diario de escritura”, de Miguel Ángel Hernández. El libro no fue vendido ni regalado, sino robado. Con la foto, maldije al ladrón por el robo de este libro, y le deseé lo peor que podría desearle en ese momento: que no disfrutase de su botín, que se le mojase el libro o se le quemase. Es la rabia de un editor que ve espoliado de manera tan tonta el fruto de su trabajo, que no es solo editar y vender un libro, sino construir un catálogo con sentido y que aporte luz ante tanta estupidez reinante; que va más allá de pagar las facturas al corrector, al maquetador, a la imprenta y la encuadernadora, y al resto de la cadena de comercialización del libro, desde el distribuidor al librero, pasando por el personal de transporte, mensajerías y correos. El editor, por encima de otra cosa, al menos este editor forcoliano, aspira a construir cultura, en un país en libertad, donde reine la justicia. En definitiva, ese simple robo es un ataque que va directamente contra el autor, que dejará de recibir sus royalties por ese ejemplar. Dirán que exagero, por un solo libro, pero la cosa trascendió a más, lo que me obligó a borrar la foto de marras. Pero miren ustedes, robar es robar, es un delito, es un atentado contra la propiedad, material e inmaterial, algo que olvidan los que defienden la cultura gratis. Uno de estos exaltados de las redes (un tonto con teclado) llegó a insultarme personalmente en un comentario en la foto, acusándome incluso de extorsionar y explotar a mis autores, de estar en contra de la «difusión de la cultura», y otras lindezas. De nuevo, la diferencia entre el malo y el tonto: el malo robó el libro; el tonto le secunda en redes con argumentos peregrinos y con una demagogia que ruborizaría a un niño de siete años. Pero así era el Tribunal de Salud Pública de los jacobinos en la Revolución Francesa: acusaciones infundadas, condenas sin juicio y a la guillotina. Al tonto le secundaron otros más, que ya no se pararon a pensar: tomaron la cuchilla reluciente de las cruzadas de las redes (tan de moda en nuestro mundillo del libro) y procedieron a cortarme la cabeza.
A cuento de esto, en las últimas semanas mis buenas amigas Phil Camino –escritora, traductora, librera y editora–, y Pilar Eusamio –librera y traductora– están sufriendo un ataque tal que el mío parece una simple anécdota. Podemos hablar literalmente de un acoso en redes, que ha traspasado hace ya tiempo la barrera de lo aguantable y tolerable. Como amigo personal de ambas, y como profesional del sector del libro, me niego a seguir amparando con mi silencio tal ataque felón, tan lleno de mentiras y demagogia, y que tiene a tanto tonto como cómplice. No entraré en detalles: una traductora desairada a la que se rechazó una traducción por mala, desde la impunidad que ofrecen las redes sociales, y con la complicidad de «amigos-Facebook» (esos amigos tan falsos) ha montado una verdadera campaña de acoso, acusaciones, e injurias contra la editorial y estas dos profesionales que merecen todo mi respeto. El mal está hecho, al malo (en este caso, la mala) la tenemos bien localizada, y en su momento, que no tardará, la justicia caerá sobre ella con todo su peso. Desde luego, que se olvide de que muchos editores le vayamos a contratar una traducción. Pero hasta que llegue esto, hemos de sufrir la complacencia de muchos tontos que aprovechan la coyuntura para lanzar el peso de su guillotina jacobina digital: sin pruebas, sin defensa, sin juicio. El tonto en redes es muy peligroso; se deja llevar por la erótica de la infamia sin consecuencias, del comentario con doble sentido, del like cómplice del insulto y la injuria, en definitiva, participa de que una mentira se convierta en verdad a base de repetirla en las redes. Pero una mentira es mentira por mucho que se repita. Y no solo en redes: cómplices demenciadas de la mala acosan estos días a la librería con escraches delante de la caseta en la Feria del Libro de Madrid. La infamia llega a más: en los últimos días el ataque se ha extendido en redes contra Amelia Pérez de Villar, escritora y traductora, que acaba de publicar el excelente “Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio” (Fórcola, 2019). Su nombre se repite acusadoramente como aliada de Pilar y Phil, por alabar en su momento una buena traducción y un magnífico libro. Esta tarde ya está anunciado un escrache en su firma en la caseta de Los editores de la feria del Libro del Retiro. Estamos preparados.
Yo no quiero ser cómplice de tanta injusticia, injuria y maledicencia con mi silencio. Aquí va mi apoyo incondicional a Phil Camino y a Pilar Eusamio: porque conozco la verdad, porque son buenas amigas, y porque son verdaderas profesionales en un sector, el del mundo del libro, en el que todos nos conocemos. Una gran familia que, más de lo que ocurre, debería defenderse a sí misma contra estos ataques. Yo, hoy, doy un paso adelante. No está mal recordar las siguientes palabras: «La patria no está donde se mata a sus poetas». Las pronuncia el arrepentido Carlo Gérard, en su defensa apasionada del poeta detenido Andrea Chénier, ante el tribunal que le condena a morir en la guillotina, en el Acto III de la ópera de Giordano. Los poetas, o en este caso, los traductores –los de verdad, los que hacen su trabajo con profesionalidad, los que se dejan la piel en su trabajo y cumplen con rigor y excelencia su cometido–, ya no mueren en la guillotina, pero hay otras muertes, más sutiles, a las que una democracia enferma, en unas redes puestas al servicio del mal, y con la connivencia de muchos tontos, les puede condenar y condena: la injuria y la mentira.