Los hechos: a finales de agosto pasado recibí un pedido a través de nuestra tienda online. Un lector de una capital de provincia del sureste de España había comprado el libro de Eduardo Martínez de Pisón, El largo hilo de seda. Aunque, oficialmente, la editorial estaba cerrada por descanso vacacional, el pequeño editor parece no descansar: recalado en Madrid para resolver algunos asuntos (recoger el correo, atender pedidos y encontrarse con alguno de sus autores más cercanos, y por tanto amigos), y aunque el mensaje en rojo de la tienda dejaba bien claro que los pedidos recibidos durante el mes de agosto se servirían a partir del día 28, el editor decidió enviar por correo postal el libro a su lector/comprador.
Hasta aquí, mera rutina. Pasadas dos semanas, el editor forcoliano recibe un correo electrónico donde el lector/cliente reclama el envío del libro que ha comprado: a pesar de que este tipo de envíos no suele tardar más de unos días en llegar, ya era demasiado tiempo sin haber recibido noticias de la editorial. Confirmado por parte del editor que el pedido se tramitó correctamente (la memoria es útil, pero la buena administración y gestión son claves para el funcionamiento correcto de una editorial, como la de cualquier otra pequeña empresa), rogó al lector/cliente que esperase un par de días; pasado el plazo, le solicitaba volviese a comunicar con la editorial. Pasaron los días y el libro no llegó, por lo que el editor comunicó al lector/cliente que le haría llegar el libro, a través de una mensajería, en un plazo de 48 horas.
Las 48 horas hábiles, mediado un fin de semana, se cumplieron y el editor recibió una confirmación electrónica de la mensajería de que el libro había sido entregado al destinatario sin mayor inconveniente. Han pasado unos días más y hoy el editor ha recibido una llamada de su lector/cliente. En primer lugar agradece el servicio, y confirma la entrega del segundo ejemplar del libro. Pero, para sorpresa de todos, informa al editor de que hoy mismo ha recibido un aviso de correos de que puede recoger el primer libro en la oficina consignada. El lector/cliente propone al editor quedarse también con este ejemplar del libro, para regalarlo a un amigo, y se dispone a pagarlo mediante transferencia bancaria. El editor sugiere al lector/comprador que simplemente vuelva a entrar en la tienda online de la editorial y pague con tarjeta a través de Paypal, sin comisiones.
La relación entre un editor, o un librero, y sus posibles compradores no se acaba o reduce a una simple transacción económica. La relación entre un catálogo y sus lectores no se reduce a una simple lectura puntual. La fidelización de ambas, de la compra y de la lectura, se fundamenta en la confianza y en el respeto al otro.
Editar no es simplemente publicar libros. Vender no se reduce a despachar y cobrar. Por eso necesitamos editores, por eso necesitamos libreros. Editar y vender, comprar y leer, son actividades propiamente humanas, donde también nos podemos jugar, y de hecho nos jugamos, una manera de entender el mundo, una manera de relacionarnos con los demás. Nos jugamos el tipo, es decir, ponemos a prueba nuestra condición humana. Hoy, de nuevo, creo en las personas. Hoy de nuevo, reivindico la labor fundamental de las librerías. Hoy de nuevo, reivindico mi condición de editor.
Hola a los amigos de Fórcola,
Creo que la anécdota permite ilustrar ciertos aspectos interesantes entorno al comercio de libros.
Hace poco en un artículo comparé a Amazón con el hipermercado más grande del mundo. El modelo es claro: grandes centrales de compras, siempre precios bajos, la cantidad prima frente a la calidad. No se lee lo que se vende…el problema es que si el editor pasa a depender de estos mastodontes debe pasar a tener una relación con su producto, el libro, que perjudica a la cadena de valor, dejándola en parte vacía, carente de sentido humano y profundo.
Por eso, creo, la reivincidación del editor viene en este texto ligada a la del librero.
Pero la pregunta es: ¿forzosamente la transición digital ha de destruir todo este entramado humano, al imponerse la escala, las macro plataformas y concentrarse la oferta en poquísimos puntos de venta que, en definitiva, deciden aquello que podemos o no leer?
Un saludo a todos
Gracias por tus palabras y comentarios, estimado Antonio. Tu pregunta me parece muy acertada. Frente a discursos apocalípticos, creo que las nuevas tecnologías están permitiendo que se abran nuevas vías de comunicación entre nosotros, siempre y cuando las sepamos aprovechar. No se trata de que esas tecnologías nos cambien, sino de que nosotros las transformemos a ellas y las humanicemos. Una cosa es la concentración del mercado, que parece una realidad. Pero al igual que en el mundo offline, en el universo online surgen y surgirán lugares de encuentro, personales, acogedores, donde editor, librero y lector se encuentren y reconozcan. Humanicemos la Red, pues.