Marcando la vida

Una breve investigación en mi biblioteca me ha proporcionado materia para mi entrada de esta semana de la bitácora de Fórcola. Estos días, al preparar como todos los años la maleta para iniciar las vacaciones estivales, lo primero que cuido con esmero es la selección de libros que me dispongo a leer, sin horarios, sin prisas, sin límites, durante los próximos días. Muchos de ellos quedarán sin abrir, porque, todos los años lo confirmo, mis deseos de lectura superan con creces el tiempo real disponible para la lectura en vacaciones. Y ya no es que uno lleve libros en exceso, sino que las lecturas previstas son muchas veces sustituidas por otras imprevistas, o el tiempo destinado a uno de ellos se dilata, intenso y pausado, en una lectura lánguida y siesteril, en este largo y cálido verano que tanto anhelo. Junto a los libros, y no detalle sin importancia, hay que elegir bien los marcapáginas que guiarán nuestras lecturas.

El marcapáginas acompaña mis lecturas desde que hace años descubrí con horror las tremendas maldiciones y excomuniones que los bibliófilos destinan a todos aquellos que para señalar la página en donde abandonan momentáneamente la lectura doblan la esquina superior externa de la misma. Llevo años acumulando marcapáginas en cajones, estanterías, sobres, carpetas, cajas, y, la mayoría de las veces, descubriéndolos olvidados en libros de lecturas pasadas y también olvidadas, marcando aún, a pesar del tiempo, páginas que en su momento me llamaron la atención, o simplemente recordándome con horror que abandoné la lectura de aquel libro en una página determinada. A veces, con cierta culpabilidad (más tarde con regocijo) retomo aquella lectura que ya no soy capaz de concluir hasta no dejar rastro de aquél abandono.

Pues bien, tomando notas a vuela pluma, para abordar esta a modo de improvisada fenomenología del marcapáginas, cuál no será mi sorpresa cuando, tomando el volumen «h/z» del Diccionario de la Lengua Española, descubro que entre las entradas «marcaje» y «marcapaso» no viene recogida la correspondiente a «marcapáginas». Semejante laguna me ha llenado de cierta ansiedad. ¿Cómo es posible que la RAE haya cometido un olvido de estas características? El marcapáginas no deja de ser, en primera lectura, un consumible al que el sector editorial le dedica atención, recursos, imaginación, al que dedica guiños de diseño y mañas de promoción y marketing. Rastreo en mi biblioteca y encuentro, en su sitio, el Léxico editorial: Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural, del maestro Mario Muchnik, y busco la palabra de marras; nada, «máquina de leer» (p. 109) y «márgenes» (p. 114); de «marcapáginas», nada.

El recurso de todo fenomenólogo, ante este vacío de documentación, es recurrir «a las cosas mismas», en este caso, al propio marcapáginas. Su función es bastante simple y obvia, como hemos dicho, recordarnos, a golpe de vista, dónde hemos abandonado (vencidos por el sueño, interrumpidos por la llegada de un familiar o amigo, o al cumplirse el fin de nuestro viaje –me gusta leer en tren, menos en avión–) nuestra lectura. Ahora bien, la sencillez de la función no debe hacernos perder de vista la perfección de su diseño: el marcapáginas cumple su función de una manera impecable, de tal forma que es complemento ideal para un invento perfecto. Decía hace poco Umberto Eco que «el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor». Lo mismo podemos afirmar del marcapáginas.

Tal es así la importancia de su función que los fabricantes de tecnología de consumo, a la hora de diseñar los lectores de libros electrónicos, no han olvidado dotar de esta utilidad a sus artefactos. Sus promotores no dudan de mostrar, con una sonrisa triunfal, a los amantes de la lectura, las ventajas de un cacharro que incorpora, apretando una simple tecla, la opción de marcapáginas entre sus revolucionarias prestaciones. Olvidan estos vendedores de crecepelos que el libro es más que su contenido, al igual que el marcapáginas es más que su función.

Digamos que, en una primera aproximación, el marcapáginas no es tan sólo un pedazo de cartón, de dimensiones más o menos estándares, o con un mayor o menos gramaje (lo que afectará directamente a su mayor o menor rigidez, algo a tener en cuenta a la hora de elegirlo como acompañante de nuestras lecturas). El marcapáginas es objeto de un estudiado diseño, que responde a varias posibles motivaciones: puramente estéticas, informativas  o premeditadamente publicitarias, promocionales o comerciales. El diseño trasciende así la mera funcionalidad y dota al marcapáginas, incluso al más zafio, de cierta dimensión estética, lo que lo eleva a un rango superior. Vestido de colores y formas, impreso a cuatro tintas o en cuatricromía, depositario de la historia del arte o de la fotografía, espejo de cubiertas o retratos de autor, el marcapáginas se convierte así en objeto amable para coleccionistas, los mismos que atesoran vitolas, sellos, monedas, cajas de cerillas o cromos. De tal forma que, insertos en el mundo del coleccionismo, los marcapáginas cobran vida propia al margen de los libros.

Finalmente, en un plano más profundo, podemos constatar que dotamos al marcapáginas de toda una dimensión emocional, de tal forma que aquél que ha sido objeto de elección para nuestra última lectura, nos puede recordar algún encuentro o acontecimiento de nuestra vida, o ser un regalo de alguien cercano. Los marcapáginas, sí, se regalan, pero también se prestan, se intercambian (no sólo por afán coleccionista), y desde luego, se venden: los museos y librerías dan cuenta de un negocio paralelo al mundo del libro (en papel). Esta dimensión emocional del marcapáginas, que dota de intensidad el acontecimiento temporal de nuestra lectura (su interrupción y su posterior continuación), curiosamente nos lleva a utilizar como «marcapáginas» adminículos que no son tales, o que no se han diseñado como tales: billetes de metro, servilletas de papel, recortes de prensa, entrada de cine o de museo, y hasta postales (yo las utilizo mucho en mis lecturas: algunas me vienen acompañando durante años, otras están asociadas a personas concretas).

Así, algo tan personal e intransferible como es la lectura de un libro (en papel), si nos fijamos bien, no es sólo un episodio biológico de nuestras vidas, en tanto ejercicio gimnástico y funcional, sino un acontecimiento biográfico, vital, existencial, que puede llegar a transformar nuestras vidas, y que puede venir estéticamente adornado por esos objetos, los marcapáginas, algunos de ellos dotados de verdadera intensidad emocional. De tal forma que, más que la página, nos marcan la vida.

Felices vacaciones, felices lecturas.

11 comentarios en “Marcando la vida”

  1. Margarita Sañudo

    Copio la entrada del diccionario Clave (Ediciones SM) en línea:

    marcapáginas
    (plural marcapáginas)
    s.m. Pieza de cartulina u otro material, que sirve para señalar la página de un libro en la que se deja la lectura SINÓNIMO: punto de lectura, marcador
    http://clave.librosvivos.net

    Como buen diccionario de uso del español actual que es, el Clave recoge términos que el DRAE aún no ha incorporado.

    Felices vacaciones, felices lecturas.

  2. Que interesante. Aunque yo lo conozco como marcalibros. Y en los 25 años que tengo leyendo(tengo 38) siempre los he usado.o por lo menos una hoja para marcarlas.Digame los que doblan la mitad.de la hoja: Dios!!! Eso sí es pecado. Jajaja

    1. Erika, quizá la peor condena para los que doblan las páginas de los libros sea destinarles al quinto círculo del Infierno, descrito por Dante como una ciudad rodeada de una laguna que encierra gran fetidez. Aquél es el destino de los materialistas, en este caso, aquellos que ven en el libro un simple objeto sin importancia.

  3. Y no olvidemos los marcapáginas plebeyos, aquellos tales como un billete de autobús, un trozo de servilleta, un boleto de culquier cosa, una entrada de cuaqluier espectáculo… todo aquello que usamos cuando no encontramos ninguno de los marcapáginas que con tanto esmero guardamos!!!

    1. Maese Henry, esos objetos plebeyos, utilizados de marcapáginas, dotan de biografía y de densidad narrativa nuestras singulares lecturas. ¿Quién no se ha encontrado algún pensamiento perdido en un papel ya amarillo entre las páginas de un libro de lectura adolescente?

  4. Y ¿dónde engloban a quien hace uso de los tres? A saber: los marcapáginas excelsos, como punto de lectura, para lecturas meditadas; los marcapáginas plebeyos, para salir del paso o cuando uno no aguanta más y saca el libro de la bolsa y empieza a leérselo en el autobús. Y la esquinita doblada para encontrar la frase subrayada que probablemente no será la única ni la última… Uf, seguro que subrayar también es pecado y voy directa al potro de tortura. O a lo peor me llamarán… ¿»marcoréxica»? Felices vacaciones.

  5. Philavery, tu dolencia es de las más graves, ciertamente, asimilable a la bibliofrenia. No contenta con coleccionar marcapáginas (marcalibros) excelsos y plebeyos, en una democracia feliz del papel impreso, además subrayas los libros!!!! Para el bibliómano esto es un pecado mortal, castigado con las peores torturas. En nuestro caso (yo también subrayo los libros), la pena es menor si lo haces con lápiz. Un abrazo y gracias por tu comentario.

  6. En el diccionario de la RAE figura bajo el nombre de REGISTRO, cuando se solicitó a la RAE la inclusión de marcapáginas respondió que debía de hacerse en un diccionario de la especialidad del libro. Nosotros los loleccionamos .Un saludo.

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