Antón Castro/ Heraldo de Aragón, 27 de junio de 2023
Naturalistas, defensores de las montañas, científicos y escritores desagravian al intelectual y geógrafo por el galardón que le negó la Diputación General de Aragón.
Eduardo Martínez de Pisón (Valladolid, 1937) fue considerado un maestro, un erudito, un gran pedagogo, un defensor y un poeta de las montañas, y esencialmente un hombre bueno y generoso, en el acto de homenaje que le rindieron ayer amigos y naturalistas en el Aula Magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza casi a modo de desagravio por «haberle escamoteado el Premio de Medio Ambiente de Aragón de 2023» que le había concedido un jurado el 17 de abril de este año. El propio Martínez de Pisón se mostró conmocionado y agradecido y dijo que «el auténtico premio es el nopremio», todo el cariño, la amistad, el reconocimiento, los elogios, la solidaridad y el intento de perfilar, en cada intervención, sus méritos, su rebeldía y su sensatez, y su condición intelectual.
En la sala, cerca de su autor, entre otros muchos amigos y montañeros y escaladores, y aún exalumnos, estaba su editor Javier Jiménez, de Fórcola, su hermana, que reside en Zaragoza, y la escritora Irene Vallejo, que al principio iba a mandar un vídeo pero al regresar de Roma compareció con un texto emocionante, clásico y moderno, rebosante de belleza y de hondura, con descripción del mito de Pirene incluido.
El ambiente era especial. Para muchos era la reparación a un bochorno institucional sin demasiados precedentes en Aragón. Se recordó a la consejería de Medio Ambiente, pero no sus a responsables Joaquín Olona y Javier Lambán, quizá anduviesen por ahí en alguna carga de ironía, pero no puede decirse que a pesar de la decepción haya habido ensañamiento. Al final y al cabo, la categoría intelectual y ecologista de Martínez de Pisón parece incuestionable: ya en 1991 recibió el Premio Nacional de Medio Ambiente.
Se llenaron la sala y los dos palcos. Y todo fluyó como la seda, con buen ritmo, y con un montón de sorpresas y de humor, como el que usó Victoria Trigo o Pilar Trujillo, ella en vídeo, donde mandaba un mensaje de la vaca Anayeta. La emoción se mascaba en cada intervención: la emoción, la gratitud, el cariño hacia el magisterio hacia este gran pirineísta que inició su andadura en 1954 y que suele reconocer tres grandes pasiones en su trayectoria de geógrafo, naturalista y montañero, y vulcanólogo: el Pirineo, al que le ha dedicado muchas páginas y no menos caminatas; la sierra de Guadarrama, y el Teide y su atmósfera de volcanes.
Abrió fuego, todos bajo la dirección de Paco Iturbe, portavoz de la Plataforma de la Defensa de las Montañas de Aragón, Ignacio Canudo, director del Museo de Ciencias Naturales; continuó Olga Conde, de la Asociación Naturalista de Aragón (Ansar), que fue quien presentó la candidatura al galardón. Se alternaban las intervenciones en vivo con algunas grabaciones en vídeo. En la sala, intervinieron, entre otros, Eduardo Viñuales (y, junto a la descripción de su retrato lleno de afecto y conocimiento, de amor al paisaje, le dio «las gracias por existir»); Victoria Trigo introdujo fragmentos de ironía y de exquisito afecto; Irene Vallejo se comprometió con la naturaleza y lo calificó como «nuestro Heródoto contemporáneo» y glosó en su discurso un libro deslumbrante y totalizador del sabio: Las montañas y el arte. Su ex alumno Pedro Nicolás recordaría cómo era el joven profesor que conoció y que luego siguió en una vida ilusionada y luminosa, un hombre sencillo y culto que «sabe contestar a los desafueros».