Antón Castro/ Heraldo de Aragón, 26 de julio de 2023
El catedrático y ensayista Jordi Gracia trató y conoció bien a Juan Ramón Masoliver (Zaragoza, 1910-Barcelona, 1997), del que la profesora Míriam Gázquez publica ‘Juan Ramón Masoliver. Edición y cultura en la Barcelona de la posguerra’ (Fórcola, 2023. Madrid. 444 páginas). Dice Gracia en el prólogo de este volumen, que nace de una tesis doctoral, sobre este ‘ingobernable’ aragonés catalanizado (él siempre afirmaba “yo soy aragonés”): “Juan Ramón Masoliver encarnó poco menos que desde niño ese perfil atípico, a su aire, por libre y casi siempre sin ninguna seguridad de acertar en sus múltiples elecciones desconcertantes, prácticamente hasta el final de su vida -señala Gracia-. Fue casi siempre una mezcla de alta estima de sí mismo, dosis de narcisismo incombustible, propensión innata a la provocación y el desplante, humor a menudo sarcástico, elitismo intelectual desprejuiciado y un talento poderoso para la exploración estética e intelectual. Todo ello hizo de él un sujeto extraño, seductor e ingobernable”.
A este retrato hay que sumar los hechos: fue primo lejano de Luis Buñuel, apareció como actor en ‘La Edad de Oro’ del cineasta calandino; fue un escritor de vanguardia, editor de revistas como ‘helix’, ‘Destino’ y ‘Camp de l’Arpa’ y de editoriales como El Yunque; fue de los primeros traductores en España de James Joyce; fue amigo, confidente y secretario personal del gran poeta norteamericano Ezra Pound; fue corresponsal de guerra de HERALDO, luego lo sería de ‘La Vanguardia’, y en la posguerra, tras otro paso por Génova y tras traducir a Dante y Calvacanti, entre otros, sería un personaje fundamental de la cultura de posguerra desde Barcelona y desde muchos lugares de España. Colaborador de ‘La Vanguardia’ y responsable de su suplemento cultural, fue clave en premios como el Nadal, y en dos muy vinculados con Zaragoza: el Premio de la Crítica, de narrativa y poesía, que se entregó a orillas del Ebro durante cuatro años, desde 1956, y el Premio de Novela ‘Ciudad de Barbastro’, cuyo jurado presidió durante años.
“Yo soy natural de Zaragoza y mi madre de Híjar, y mi abuela de Calanda, y con tierras en Aragón hasta que las permuté por cosas de aquí de Cataluña. Durante mi niñez no hubo vacaciones que no pasase en la Tierra Baja”, le dijo Masoliver a Max Aub
Departiendo con genios: Joyce, Breton y Pound
El libro no es una biografía pero sí recoge los hitos fundamentales de este hombre de acción cultural que fue falangista, e incluso corrigió los estatutos de la Falange en 1937, que estuvo muy cerca de Dionisio Ridruejo pero que pronto fue a su capricho, como un verso suelto. Tenía muchas inquietudes y fue amigo de medio mundo: reseñó al García Lorca de ‘Romancero gitano’, fue amigo del vanguardista Ernesto Giménez Caballero y reconoció a Ezra Pound -que abrazó el fascismo, fue encarcelado y acabó sus días como un espectro en Venecia- como su maestro. Curiosamente, nadie diría que el autor de los ‘Cantos’ tenía otras conexiones con Masoliver y Aragón.
La autora Míriam Gázquez Cano revela algo muy jugoso. Masoliver era hijo del ingeniero barcelonés Narciso Masoliver Ibarra, que fue director técnico de las instalaciones de la Exposición Hispano-Francesa de 1908, y de la hijarana María Luisa Martínez de Oria (su madre Carmen Sauras era de Calanda), que sentía, como Luis Buñuel, una gran atracción por la Semana Santa y sus tambores. Y esa afición y el hecho de que varios de sus hermanos residieran en Híjar devolverían a María Luisa y a sus siete hijos a ese lugar. Cuenta Míriam: “Una de aquellas sacudidas quedaría inmortalizada por el poeta Ezra Pound en sus ‘Cantos’, tras conocer la aventura del poeta inglés Basil Bunting, invitado por un Masoliver de poco más de vente años a tocar los ‘tambores durante tres días / hasta que todos los parches se rompieron’”.
Colaborador de ‘La Vanguardia’ y responsable de su suplemento cultural, fue clave en premios como el Nadal, y en dos muy vinculados con Zaragoza: el Premio de la Crítica, de narrativa y poesía, que se entregó a orillas del Ebro durante cuatro años, desde 1956, y el Premio de Novela ‘Ciudad de Barbastro’
Juan Ramón Masoliver, el quinto de siete hermanos, solo vivió en Zaragoza hasta los cuatro años. En el libro de Max Aub sobre Buñuel -que tiene tres ediciones: Aguilar, Cuadernos del Vigía y las PUZ, aquí en dos volúmenes con edición y montaje de Jordi Xifra-, Masoliver dice que María Portolés, la madre de Luis Buñuel, era “la mujer más guapa de Europa. Una preciosidad de mujer”. Y allí corrige al entrevistador, que le pregunta si conoció a Buñuel en Barcelona. “¡No hombre, por Dios, que soy de Zaragoza!” Y entonces le dice: “Yo soy natural de Zaragoza y mi madre de Híjar, y mi abuela de Calanda, y con tierras en Aragón hasta que las permuté por cosas de aquí de Cataluña. Durante mi niñez no hubo vacaciones que no pasase en la Tierra Baja. Yo he nacido en Zaragoza, pero he vivido mucho en Híjar y en Calanda, con todos ellos. Yo soy mucho más joven que Luis, pero mi hermano mayor, por ejemplo, que estudió en Zaragoza Medicina, iba toda su vida con Leonardo”.
Itinerario de un agente cultural
Tras estudiar en el colegio Balmes, en 1926 ingresó en la Universidad de Barcelona, cursaría Derecho y allí descubriría su vocación por las Humanidades. Curiosamente, su primera artículo, sobre Lorca, apareció en la revista ‘Ginesta’ en 1929, y poco después asume la dirección de la revista de vanguardia ‘helix’, donde publicó la citada traducción de fragmentos de James Joyce, la publicación de un texto escandaloso de Salvador Dalí y su análisis pormenorizado y brillante de ‘La edad de Oro’, con la que tiene una anécdota personal. Recuerda Míriam: “Había acompañado a su primo Luis Buñuel hasta Cadaqués con la condición de hacer de extra en la película a cambio de diez pesetas diarias”. Y aparece, claro, con el ceramista Llorens Artigas. Juan Ramón Masoliver estuvo una semana en Cadaqués.
Más tarde, en 1930, se fue a La Sorbona a estudiar Diplomacia. Alternaba sus clases con la ampliación de sus contactos culturales y sus coqueteos con la vanguardia y el surrealismo. En el café Cyano se citaba con André Breton, a los que había conocido gracias a Dalí y a Buñuel. Y de esa época es su amistad con James Joyce: “Sin embargo, entre todos aquellos encuentros, lo conmovió sobremanera el mito que encarnaba James Joyce. El irlandés lo llevaba con regularidad a tomar una menta y a hablar, en francés, de algunos pasajes de la novela que estaba escribiendo, ‘Finnegans Wake’ -escribe Míriam Gázquez-. Masoliver fantaseaba con que aquel sabio dominaba todos los idiomas y dialectos imaginables y creaba otros nuevos con sus constantes juegos de palabras. Por su parte, el torbellino de Joyce se recreaba en la veneración que le tributaba alguien tan joven”.
De 1931 a 1934, Masoliver fue invitado a ejercer de lector de español en la Universidad de Génova. Se instaló en Rapallo, donde vivía Ezra Pound, que era un un núcleo desde el que brotaba todo un polvorín de cultura y de incitaciones. El sería su secretario personal o su “sacristán”. Más tarde se iría a Roma. En la revista ‘Il Mare’ introdujo, en versiones al italiano, la obra de autores españoles como Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre o Jorge Guillén. En su libro ‘Perfil de sombras’ (Destino, 1994), una recopilación de sus obras y textos diversos hablará de sus vínculos con Joyce y Pound.
Regresó a España en los primeros días de la Guerra Civil y se alistó en un batallán catalán del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat. De ahí sería destinado a Zaragoza, “donde abandonó el fusil para ejercer de corresponsal de guerra del ‘Heraldo de Aragón’, alentado por su tía María Portolés, madre de Luis Buñuel, a quien sin saberlo le debía el primer paso hacia el que sería su principal cometido: la propaganda”. La autora rescata otra curiosa anécdota vinculada a este diario: “Uno de los episodios de la guerra que más desconcertó al propio Masoliver fue la entrada en Barcelona. En enero de 1939, Ramón Serrano Suñer le confirmó que, como habían planeado, la ocupación de la capital catalana se acompañaría de octavillas en castellano y catalán. Masoliver contaba que intervino las rotativas del ‘Heraldo de Aragón’ durante un día para imprimirlas”, y cuenta que consultó aquí, en Independencia 29, y que no se tiene constancia de esa intervención.
Para Míriam Gázquez, Juan Ramón Masoliver encarna la “la voz de un intelectual cosmopolita que se definió a sí mismo, por encima de cualquier etiqueta propia o ajena, como un ‘animal de lectura’”
Juan Ramón Masoliver haría muchas cosas en la posguerra, donde fue nombrado jefe local de Prensa y Propaganda, hasta que se desencantó de los avatares políticos (José-Carlos Mainer, citado a menudo en el volumen, publicó su ensayo ‘Falange y literatura’) y en 1940 se marchó de España como corresponsal de ‘La Vanguardia’, y estuvo en varios países. Regresó definitivamente en 1953. En 1939 había fundado y dirigido la editorial Yunque, y creó una auténtica corte literaria llena de nombres célebres; con Ignacio Agustí y Josep Vergés animó la publicación de la revista ‘Destino’, trabajó mucho y tradujo -a Dante, Cavalcanti e Italo Calvino-, impulsó de las actividades del Ateneo, dirigió las páginas de ‘La Vanguardia’ y ejerció la crítica literaria. Y en 1989 recibió el Premio Nacional de Traducción.
Para la autora, que estableció una relación de complicidad con su viuda Emilia de Vega y analiza el peso de Masoliver en la posguerra y la democracia, su libro aborda “la voz de un intelectual cosmopolita que se definió a sí mismo, por encima de cualquier etiqueta propia o ajena, como un ‘animal de lectura’”.