Nostalgia de pureza. Desvío a Trieste

Ricardo Martínez Llorca/ Zenda, 26 de mayo de 2023

Placer es lo que le hace a uno darse cuenta de que no está muerto, y es algo que brota muy de vez en cuando. Si uno sabe dónde encontrarlo, lo mejor es salir en su búsqueda, pues más adelante apenas le quedará otra cosa que el recuerdo de los labios de la primera persona que besó y ver asomar el sol cada mañana. Uno tiene derecho a crear sus propios mitos, que le ayudarán a sentir placer, y hasta tiene derecho a intentar explicarlos, a pesar de que la razón puede liquidar parte del misterio que los sostiene. El mito, por definición, intenta explicar aquello que no puede aclarar la ciencia. En cualquier caso, si se pretende entrar a conversar con él, lo mejor es hacerlo a través de una declaración de amor. Este es el ejercicio que ejecuta Javier Jiménez (Madrid, 1970) en esta obra, Desvío a Trieste, en la que da fe de sus pasiones, de sus filias, con lo cual uno reconoce que dedicar los minutos a los odios y las fobias es una pérdida de tiempo.

“El libro está colmado de citas, la aparición de las comillas es una constante, y en ese sentido el mérito está en saber traerlas a colación sin interrumpir las reflexiones ni el interés”

El libro se sostiene sobre los viajes a Trieste, pero no tanto los protagonizados por el autor físicamente, que apenas aparecen mencionados, sino por los que le orientan hacia ese lugar, en un recorrido cultural. Iremos revisando historia, literatura, música, arte, espacios, iremos comulgando con personajes históricos y con conflictos, se nos describirá la vida de aquellos que dejaron registro y, por tanto, son a quienes nos resultará más sencillo conocer, son gente con algo de fama. La formación de Javier Jiménez será la alguien con intereses de erudición, teniendo a la erudición por una cultura elegante, pero que está al acceso de cualquier persona. Aunque la ilustración, pues hablamos de un autor ilustrado, tendrá cierto tono de impostación, dado que la memoria que salta al texto es una combinación de memorias prestadas: el libro está colmado de citas, la aparición de las comillas es una constante, y en ese sentido el mérito está en saber traerlas a colación sin interrumpir las reflexiones ni el interés. Al final del volumen, se nos entregará un índice onomástico de casi 20 páginas.

Aunque esta estrategia nos lleva a pensar, en ocasiones, si el autor no estará sustituyendo cultura por la cultura. Podríamos considerar que hay bastante de academia en las fuentes, que si se nos habla de historia o de mundo artístico, se nos está hablando de la historia oficial o del arte oficial, de aquello que aparece en los libros de texto, pero que Javier Jiménez maneja en profundidad y gestionando las asociaciones oportunamente. Sin duda ha leído muchas biografías y hagiografías, tantas como para llevarnos a pensar que nuestro autor vive el pasado como un deseo. Por utilizar la expresión de Magris de la que se sirve el propio Javier Jiménez, siente «nostalgia de pureza». En la educación sentimental del autor está muy presente eso que conocemos como sensibilidad estética, y que en este caso se traduce en escuchar a Debussy, pasear por el museo del Prado o leer a Mauricio Wiesenthal. Aunque las notas musicales, las lecturas y las miradas parecen no terminarse nunca. Estar enamorado de las sensaciones y emociones que estas experiencias le producen a uno supone, cómo no, un cierto narcisismo artístico del que el lector podrá aprovecharse con gratitud, si siente que este modelo de cultura comulga con el propio o que debería ser mucho más frecuente si se quiere que el mundo sea mejor. En caso contrario, coloca al autor en un lugar diferente y le llevará al lector a preguntarse algo así como: vale, tú allí y yo aquí, y ahora ¿qué? Porque Trieste debe ser, y ha debido ser algo más que Joyce y Svevo, que la ópera y la pinacoteca; Trieste también ha debido ser el barro que pisaban las criadas y los porqueros, sobre el que también nos gustaría tener noticia. Pero esa suele ser labor de novelistas más que de historiadores o de, como en este caso, filólogos de la cultura.

“En la educación sentimental del autor está muy presente eso que conocemos como sensibilidad estética, y que en este caso se traduce en escuchar a Debussy, pasear por el museo del Prado o leer a Mauricio Wiesenthal”

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