Descripción
Coleccionista, padre de la egiptomanía, servicial colaborador de Napoleón y fundador del Museo del Louvre; soltero y mujeriego; polifacético, misterioso, discreto, intrigante y escurridizo; Vivant Denon es santo patrón de viajeros, exploradores, aficionados al arte y enamorados de la historia. Nadie mejor que Philippe Sollers, su alter ego, para biografiarlo.
«Vivant Denon: ¿qué es? se pregunta. ¿Un autor licencioso? ¿Un anarquista enmascarado? ¿Un arqueólogo aficionado? ¿Un hombre de gusto oportunista convertido en revolucionario? ¿Un técnico sagaz del saqueo de Europa y, por consiguiente, el inventor de la idea moderna de Museo? ¿Un diplomado en eclipses? ¿Un agente muy secreto? ¿Un cortesano? ¿Un especialista de misiones altamente simbólicas? ¿Un administrador obstinado y frío? ¿Un patriota? ¿Un amable epicúreo flotando, sin zozobrar nunca, sobre las olas de una historia embravecida? ¿Un protegido de las mujeres? ¿Un consejero de las sombras? ¿Uno de los raros supervivientes de las Luces? ¿Un hombre del pasado que franqueó victorioso la prueba del futuro? ¿Un excelente dibujante y grabador? ¿Un escritor genial que prefería el silencio? ¿Un visionario? ¿Un gozador? ¿Un intrigante? ¿Un sabio? Todo eso, todo eso, desde luego.»
Philippe Sollers
«¿Fue un oportunista, un maquiavélico que supo, en cada momento, hallar su puesto sin incomodar al poderoso? Hombre de los Luises, se volvió revolucionario junto a David, siguió los derroteros y derrotas imperiales y, al final se hizo reticente historiador que escribía en francés, por entonces la lengua de todo hombre culto del planeta. El siglo XIX lo zurró bien, considerándolo un cortesano trepador, un frívolo vividor, tanto en el arte como en la vida privada. Sollers contradice esta tradición republicana, jacobina y profesoral. Advierte en él al hombre del XVIII: amante de la nitidez clásica.»
Blas Maramoro
«Leer a Sollers se ha convertido, hace años, en algo mal visto. Al margen de su irritante personalidad, las impertinencias de un intelectual lúcido y puñeteramente erudito siempre son mal recibidas en ambientes donde lo políticamente correcto y el pensamiento único campan por sus respetos. El problema de Sollers, diagnosticaba Fernando Savater, es que «su tema es él mismo, sus filias, sus fobias, sus lugares preferidos (¡Venecia!) o sus autores de culto» (Sade, Casanova, Mozart, Vivant Denon…). Habría que añadir «su siglo», el XVIII (francés por antonomasia, Borbón por los cuatro costados, el siglo de la Razón y del Deseo, el siglo de la Revolución) sobre el que arroja su visión, insuperable.»
Javier Jiménez
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