Hoy se cumple una semana del encierro. Apenas en una semana, el mundo que conozco ha cambiado radicalmente. Llevo una semana en silencio, observando. Intento, como casi todo el mundo, aferrarme a una rutina que me permita, entre otras cosas, impedir que la avalancha de los acontecimientos me arrastre, sobrevivir al bombardeo des-informativo y mantener cierta calma, ser capaz de reflexionar pese a la histeria generalizada, fruto de la incertidumbre y la permanente sensación de que no hay nada de organización en todo este caos, de que nadie con puestos de responsabilidad tiene idea clara de lo que hay que hacer y casi todas las reacciones son producto de la más irresponsable improvisación.
Soy editor, y por tanto, pequeño empresario y autónomo. Monté la editorial Fórcola en 2007. Antes, mucho antes, fui empleado de librería y trabajé durante años en otras editoriales de prestigio. Con entusiasmo, compromiso con el sector y un alto grado de responsabilidad, también durante 2007 (antes de aquella otra crisis) creé junto con mi querido Manuel Gil (actual director de la Feria del Libro de Madrid, y un profesional con varias décadas de experiencia en el sector del libro y las librerías, además de docente reconocido a nivel internacional) un intrépido blog que bajo el título «Paradigma Libro» reflexionó a pecho descubierto, con rigor y pasión, sobre lo que entonces estaba sucediendo en la cadena del libro y el sector del que formamos parte libreros, distribuidores y editores. Fruto de aquellas numerosas entradas de blog (con las que ciertamente hicimos cierto ruido, agitamos conciencias e invitamos a la reflexión a tirios y troyanos), fruto de todo aquello, digo, publicamos en 2008 el ensayo El nuevo paradigma del sector de libro, que editó nuestro querido Manuel Ortuño en Trama Editorial, siendo el título número 1 de la imprescindible colección Tipos móviles. Lo digo sin rubor: un libro que ya es un clásico de referencia sobre estos asuntos, a nivel internacional, y que lleva agotado mucho tiempo. Pues bien: allí hicimos una gran radiografía, que hasta entonces no había hecho nadie en España, sobre los problemas profundos que afectaban al sector del libro, un verdadero diagnóstico DAFO (Debilidades-Amenazas-Fortalezas-Oportunidades) del sector del libro en nuestro país, que aportó sobre todo una valiente hoja de ruta, con numerosas propuestas, a modo de plan rector sobre un posible futuro del libro. Les adelanto ya: los autores de aquel libro, sin querer ejercer de pitonisas, acertamos en muchos de nuestros pronósticos, por un lado, y muchas de las propuestas que planteamos, para legítima e íntima satisfacción de ambos, fueron recogidas y se han ido aplicando paulatinamente a lo largo de los años por parte de los distintos actores del sector del libro. Ahora bien: he de reconocer que nunca contemplamos la posibilidad de esta tormenta perfecta que en los últimos días se ha generado, y que puede provocar, inevitablemente, la fractura y destrucción del ecosistema del mundo editorial. Esa tormenta perfecta, ciertamente provocada por el virus en cuestión, tiene como causante otro tipo de pandemia muy distinta, que pone en el ojo del huracán un problema muy grave que, una vez que cese el encierro y se contabilicen las desastrosas consecuencias del mismo, nos llevará a la ruina si no se toman YA las medidas oportunas: de nuevo, ya está aquí, el temible y letal virus pandémico del GRATIS TOTAL.
Ayer bajé a la panadería. Hablé largo y tendido con mi panadera. Le hablé de la dramática situación que estamos viviendo. No hubo manera: me cobró la barra de pan y a su precio, sin descuento. Mi panadera es muy maja, cuenten con ello. Tiene una grata conversación y es buena persona. Pero es empresaria y, disculpen por el exabrupto, no es gilipollas. Es decir, se gana la vida honradamente vendiendo el pan. Lo mismo nos pasa a los editores, grandes o pequeños. Pero hablo como pequeño editor, pequeño empresario. Trabajamos duramente para sacar adelante un catálogo. Si explotamos a alguien es a nosotros mismos, con horarios imposibles de lunes a lunes, y en nuestra condición de autónomos ya ha habido un banco que nos ha llamado «superhéroes», porque nunca nos ponemos enfermos. Hasta hace una semana he vivido, o mejor, sobrevivido, vendiendo mis libros, dando trabajo a traductores, correctores, imprenteros, encuadernadores, transportistas, comerciales, distribuidores y libreros y, por supuesto, bibliotecarios. [Y no olvido a los autores, por supuesto, de los que los editores siempre somos cómplices, aliados, y a los que defendemos a capa y espada, al menos en mi caso. Nota obvia que decido incorporar tras mi charla con Juan Carlos Chirinos. Nota a 21/03/2020]. Como pequeño editor formo parte de un sistema complejo que da trabajo y permite vivir a cientos de miles de personas, pequeño eslabón de una gran cadena, la del libro y la cultura, donde el trabajo es duro y la recompensa mínima. Pero ahí estamos, en la lucha, y hasta algunos somos majos, pero, miren ustedes, no somos gilipollas. No trabajamos de gratis, y pretendemos que el fruto de nuestro trabajo no solo sea de calidad, digno y aporte valor a la sociedad: también pretendemos venderlo, y a un precio justo, para pagarnos la vida. Así que desde ya, en pleno encierro, en plena pandemia, contra viento y marea, pretendo, como todos mis otros colegas (editores, libreros, comerciales, distribuidores, traductores, correctores, imprenteros, encuadernadores, transportistas, y un largo, largo, y largo etc.), seguir adelante: Todos nosotros somos empresarios, también los autónomos: vivimos de nuestras empresas y a pesar de las tribulaciones, queremos vivir de nuestro trabajo.
El lado oscuro del #quedateEnCasa es perverso, o como dicen los adolescentes de ahora, turbio. El mundo de la cultura lo está sufriendo con dolor: cientos de teatros, cines, museos, salas de conciertos, auditorios, y teatros de la ópera, permanecen cerrados. Los responsables, en un alarde de postureo ciberpostmoderno, están volcando y ofreciendo gratis en las redes sociales contenidos grabados, mientras en silencio están practicando el mayor ERE colectivo de la historia reciente. Y no hay plan de contención: nadie se acuerda de la cultura, como siempre. Sí, estamos en una crisis colectiva donde mueren personas cada 16 minutos, y en eso estamos todos que hay que echar el resto como sociedad, como país, como ciudadanos responsables. Yo me quedo en casa, pero ¿y después?
Al carro del GRATIS TOTAL, o de la locura de los descuentos y tirada de los precios, se están subiendo colegas editores, jaleados por autores mediáticos de prestigio (o mejor, de relumbrón) pero con muy poca sesera, que se pavonean en redes sociales con un discurso buenrrollista, ese de sonrisa-profidén y con el consabido eslogan del «todos somos majetes y vamos a regalaros la Luna», y se ponen a disparar sin apuntar con la pólvora de otros, sin valorar las graves consecuencias que esto va a conllevar. Podría darles nombre y apellidos de colegas editores que se han puesto a saldar por redes sus libros a 3 por 15 €, saltándose a la torera la ley del precio fijo, por un lado, y la normativa de seguridad aplicada por las autoridades en este Estado de alarma, por otro: su comportamiento me parece, cuando menos, insolidario con el resto de colegas libreros y editores, algo que debo de calificar de insultante para el resto del sector del libro, y desde aquí pido que se condene y multe por parte de las autoridades y de la FGEE.
Conozco también a editores que se han apuntado a esta campaña a la desesperada de ofrecer ebooks gratis de sus títulos en catálogo, algo que se han lanzado a celebrar a bombo y platillos los palmeros de la irreflexión. ¿Por qué? Señores: no se ha acabado el mundo, aún. Casi todos los lectores que conozco tienen libros en casa: muchos sin leer. Sí, estamos encerrados, pero tan solo llevamos una semana, y entre el tiempo que dedicamos a centrarnos un poco con la des-información de los telediarios; contestar, comentar y compartir los cientos de mensajes de móvil que recibimos; hacer colas en las tiendas abiertas, durante horas, para poder hacernos con un paquete de papel higiénico; y el tiempo que, obviamente, dedicamos a la gente que queremos, tan solo para decirles por teléfono que les queremos; sin contar con las energías que muchos de ustedes dedican a mantenerse en forma en el pasillo de su casa, haciendo tablas de deportes mil que no pienso practicar en mi vida; en fin, me atrevo a afirmar que el tiempo que dedicamos a la lectura (por muy gratis que nos lo pongan) no rivaliza con el tiempo que nos queda y dedicamos a consumir televisión a dos carrillos para evadirnos de tanta locura.
Nuestros queridos libreros, los primeros días, se inventaron ideas mil, a cual más ingeniosa, para mantener el tipo y continuar con su actividad, a puerta cerrada, ofreciendo hasta reparto a domicilio en bicicleta para hacernos llegar los libros y, en definitiva, para intentar seguir trabajando y vendiendo, en un alarde heroico de superarse ante la adversidad. Apenas han bastado cuatro días de estado de alarma para tumbar todas estas iniciativas.
Ahora les ha llegado el turno a otro tipo de ingeniosos, más peligrosos. Colega editor: ¿por qué regalas ebooks? ¿Para ir de buen rollo y ser majete? ¿Para captar la atención? Les recuerdo a mi querida panadera: ni me regala ni me rebaja el precio de la barra de pan. Es maja, pero no gilipollas. Bien, querido colega editor: con tu catálogo puedes hacer lo que quieras, pero valora las consecuencias de tus «acciones de marketing». Valoren ustedes conmigo, por favor, si han llegado a leer hasta aquí: ¿quién va a estar dispuesto a seguir pagando por entrar a un museo, escuchar un concierto, ver una obra de teatro o… comprar un libro (y a su precio), después de la pandemia del Gratis Total?
Al coronavirus lo venceremos, a costa de mucha gente que irá muriendo, y gracias al sacrificio y entrega de muchos profesionales que no se paran a pedirle el carnet autonómico a la persona a la que atienden y salvan la vida. Pero ¿y después? ¿Qué le depara al mundo del libro y de la cultura, olvidado por las autoridades, condenado a un ERE colectivo, y pisoteado por usted, que acaba de descargarse gratis otro ebook, sin pensar, y que posiblemente no lea?
Ayer, una muy querida periodista y escritora me preguntó qué es lo que haré cuando acabe el encierro. No dudé en responderle: ir a una librería. Espero que las librerías puedan volver a abrir cuando esto termine. También espero que yo y cientos de colegas editores podamos seguir editando. Todo depende de usted.