Javier Mateo Hidalgo/ El Imparcial, Lunes 29 de mayo de 2023
No se me ocurre mejor mapa de Roma que aquel que inmortalizó Piranessi en uno de sus grabados. Con minuciosidad e imaginación desbordantes —la reconstrucción e inventiva como señas neoclásicas—, representó la geografía de la capital italiana desde su Antigüedad hecha ruina. Múltiples pedazos dispuestos con racionalidad, buscando una forma homogénea. Una especie de puzle originalísimo, como lo era su autor, obsesionado con reconstruir la historia —tal vez de forma idealizada—. A través de ese viaje al pasado, se nos presenta a esa ciudad eterna que, hoy en día, sigue fascinando a propios y foráneos. Un “viaggio” que en el imaginario colectivo se encuentra plagado de referencias literarias, pictóricas, políticas, religiosas, escénicas, musicales, arquitectónicas o cinematográficas. Todas ellas dan pátina al lugar remarcando su naturaleza mítica, haciéndolo renacer en sus múltiples interpretaciones. No en vano sigue poseyendo ese carácter tan propio y estético, generador de placeres o deleites.
El lector encontrará en el título que encabeza este texto claras reminiscencias rosellinianas —o, más concretamente, cinematográficas—, recordando ese periplo del personaje de Ingrid Bergman en aquel film neorrealista. La idiosincrasia contenida de la inglesa Katherine se confrontaba con la del Nápoles visitado, pleno de vida y de muerte, mezcla de voluptuosidad y catolicismo. La mirada extranjera sorprendida es la del espectador de la película, que disfruta y se sobrecoge durante las diferentes etapas del camino. Parece que no somos nosotros los que miramos las cosas, sino que son ellas las que nos miran a nosotros.
El título del libro que aquí reseñamos contiene también resonancias cinematográficas, en este caso fellinianas. No en vano, La dolce vita es el mayor hito del creador de Rimini. Popularizada por él, esta locución representa una época muy concreta de Italia y, a su vez, una forma hedonista de entender la existencia, de disfrutar el aquí y ahora en un carpe diem circular a través de los placeres que puedan tener lugar. También existe un viaggio —literario— en torno al enclave que fue cuna de nombres tan diversos como Dante, Visconti, Caravaggio o Casanova. Estos habitantes y otros, a lo largo de los años, de los siglos y los milenios, han ido posando los distintos sustratos culturales de los que se conforma Italia. Si bien conocer a fondo su paisaje supone años de formación y pasión, sirven como compañeros de viaje ideal los diferentes testimonios que sobre este país se han venido escribiendo. El más reciente e interesante es el que aquí nos convoca, propuesto por nuestro Luis Antonio de Villena. Poeta, novelista, traductor o ensayista, sus múltiples facetas humanísticas sirven como sobrado aval para embarcarnos en el viaje de ida que nos propone con su libro La Dolce Vita: breve diccionario sentimental de Italia.
Editado primorosamente como merece por el sello de Fórcola —garantía siempre de las publicaciones de su director, Javier Jiménez—, este volúmen despliega una serie de piezas clave donde personas, lugares y cosas toman posición alfabética. No se trata de un diccionario al uso, sino de un trabajo que, aunque exhaustivo en la recabación de datos, tiene su esencia en la interpretación que quien lo escribe hace sobre todo ello. Se trata de un diccionario dominado por apreciaciones e impresiones, por ello incluye en el subtítulo el término “sentimental”. No significa que con ello este trabajo adolezca de un interés universal, sino al contrario: las opiniones vertidas en él enriquecen la información de las cosas tratadas. Así lo expresa el propio Villena en el prólogo: “El lector, muy obviamente, no debe buscar en este diccionario personal una suerte de enciclopedia de cultura italiana, que requeriría varios tomos y no es mi propósito. Debe leerse como un ensayo ameno, hecho de entradas que siguen un orden alfabético y que quiere componer una invitación a la cultura de Italia. Recoge mis propios gustos y, por supuesto hay ausencias porque es una opción y no un catálogo.” No solo en determinados casos los nombres propios que en estas páginas figuran fueron tratados por el propio Villena, sino que varias traducciones de los textos producidos por los personajes mencionados y ofrecidos a modo de ilustración son obra del propio autor. Incluso, podemos encontrar entradas muy especiales como la que reza Mapas y ciudades, donde el madrileño abandona el papel de ensayista para adoptar el de creador, regalándonos un inmenso poema que representa la esencia de Italia: “La Roma poderosa y asombrosa… / Nápoles o Palermo, fulgor barroco / y ruinas maravillosas de Pompeya o Paestum. / El arte humanista, sutil, refinado / siempre de Florencia, lirios…” Lo privado, pues, se hace público en un acto de altruismo testimonial.
Las entradas reunidas en este “diccionario” pueden describirse más que como didácticas, pues en buena parte de las ocasiones el interés que despiertan provocan que el lector quede prendido de su narrativa, a pesar de su carácter ensayístico. Por ello, el lector puede lamentar que no se ahonde más en lo estudiado —la extensión se hace breve, indudablemente por la imposibilidad de detenerse más ante tamaño inventario de nombres—.
Villena opera con los datos con el cuidado con que un arqueólogo obraría con las piezas arquitectónicas representadas por Piranessi. Es —según lo entendía Walter Benjamin— un “trapero” de la modernidad, capaz de armar con las teselas del pasado un nuevo mosaico o plano cartográfico, renovando lo conocido para hacerlo aparecer como nuevo, sorprendiendo a quien se acerque a su libro. La luminosidad de este mapa con coordenadas espacio-temporales es todavía más esclarecedora por cuanto maneja referencias no siempre conocidas.
Invitamos al lector a disfrutar de esa “dulce vida” que representa el dejarse seducir por la península mediterránea en forma de bota. De su historia, su belleza, su gastronomía y su geografía. ¡Bravissimo Villena!