Juan Ángel Juristo/ Libros, nocturnidad y alevosía, martes 26 de septiembre de 2023
De acierto cabría calificar esta edición al español de la ya clásica biografía de Frederic Chopin cuya primera edición se publicó en 1949 por la neoyorkina Simon & Schuster,The Life and Death of Chopin, prologada por Arthur Rubinstein y que desde su aparición, de notable éxito, ha sido considerada como la mejor introducción, fuera del ámbito de los connoisseurs, a la vida del famoso compositor y pianista polaco. El libro, desde su publicación, fue muy leído, traducido a varios idiomas, y, desde luego, no hace falta decirlo, fue el libro de cabecera de la población polaca, tanto la del exilio como la del país, sojuzgado una vez más por la invasión soviética a su paso hacia Alemania, un país devastado y cuyo símbolo bien podía ser el de la matanza de Katyn, un genocidio perpetrado por Stalin y Beria para diezmar a Polonia de sus profesionales de clase media, de donde se había nutrido el Segundo Cuerpo Polaco que luchaba al lado de los Aliados con sede en Londres y reducirlo a una nación de obreros y campesinos acobardados por la miseria y el espectáculo cotidiano del horror, desde la masacre citada hasta la destrucción de Varsovia.
El secreto de tal éxito radicaba en que había sido concebido como un libro que pudiera ser leído por un público muy amplio, alejado de los problemas técnicos musicales, un público norteamericano, el de los años cuarenta, con intereses culturales y al que se intentaba cultivar con aquellos conciertos de masas de música clásica y cuyo paradigma bien podía ser la película de Walt Disney, Fantasía, con música dirigida por Leopoldo Stokowski y la Orquesta Filamórnica de Filadelfia, un público deseoso de impregnarse de cultura europea pero a quien había que ofrecerle las cosas de manera llana y bien mascada. Y Chopin, como Tchaikovski, como Litsz, gustaba a un público entregado a quienes, por otro lado, les ofrecían trozos de piezas pegadizas de estos compositores, alguna Mazurka y Polonesa, trozos del Cascanueces y de El lago de los cisnes y, no podía faltar, el Sueño de Amor…
Wierzynski tuvo que escribir el libro pensando en este tipo de lector y la biografía se le resistía, sobre todo porque él era poeta y estaba lejos de tener la suficiente confianza para confrontar problemas musicales con un músico como Chopin que, se había convertido en el músico que representaba a la nación polaca, de igual modo que Adam Mickiewicz lo fue en la poesía, inaugurando el Romanticismo y, por tanto, la fantasmagoría de la libertad de los pueblos, allí se encontraba como ejemplo a seguir Byron y su sacrificio por el pueblo griego y Henrik Sienkiewicz, el afamado autor de Quo Vadis? la representase, asimismo, en el campo literario. Es significativo que tanto Chopin como Sienkiewicz tuvieran en común sólo un rasgo y que fuera precisamente éste el que les subiera a la categoría de representantes de su país: fueron los primeros artistas polacos que alcanzaron notoriedad internacional, lo que más tarde sirvió de base a las críticas acerbas de Witold Gombrowicz sobre el complejo de inferioridad polaco, hacedores de un nacionalismo provinciano, y aquí metía en el mismo saco tanto a los componentes del grupo Skamander, donde se hallaban escritores como nuestro Wierzynski, Jan Lechon y Jaroslaw Iwaskiewicz como a escritores de la sensibilidad de Czeslaw Milosz …
Pero a Wierzynski, de nuevo ese sacrificio de la nación polaca que habían perpetrado Hitler y Stalin y por el que centenares de millares de polacos, como él, se encontraban en el exilio, le fue de inspiración para dar forma a su libro sobre Chopin, de tal manera que, instalado en el campo, aislado durante semanas, terminó el encargo en el plazo acordado. El resultado es un libro que tiene algo de fascinante pues posee ese fondo épico de las biografías de la época, la otra opción era la biografía de índole psicológica, donde, al modo de una novela, así se lee, asistimos a la creciente personalidad de un gigante de la música donde el destino personal y el de la nación polaca convergen sin fisura alguna y donde, además, citando las obras de Chopin, se evita cualquier controversia de orden técnico, lo que la distingue claramente de las biografías al uso hoy día, donde sería impensable escribir una al modo en que lo hizo Wierzynski, de igual manera que también lo sería si se hiciera al modo de Stefan Zweig o André Maurois, representantes en aquellos mismos años de la biografía de corte psicológico.
De ahí el encanto de este libro de Wierzynski, que se lee con el mismo espíritu que se ven aquellas películas del Hollywood de la época donde se biografiaban personajes siempre con un trasfondo épico y de clara vertiente de ejemplo moral. En el caso que nos ocupa, el patriotismo y el amor incondicional a la causa polaca, justa correspondencia al genio que dejó obras maestras para piano que no faltan en cualquier repertorio de música instrumental.
Desde luego que las críticas que se le pueden hacer al libro son evidentes, habida cuenta de que cuando fue escrito los estudios sobre Chopin y la documentación no abundaban: así, la cuestión de la supuesta homosexualidad de Chopin, que tanto se resalta ahora porque el colectivo LGTBI necesita rellenar a toda prisa sus antecedentes gloriosos, y donde aún no se ha llegado a un esclarecimiento; así la cuestión de la datación de algunas obras, de arrebatados amores que no fueron tanto e, incluso, la tan indiscutible, en otro tiempo, tuberculosis que acabó con el músico y que hoy se pone en entredicho, cuestiones que recoge con pertinencia Rafael Ortega Basagoiti en el epílogo que cierra esta edición, con un prólogo esclarecedor de cómo se realizó esta biografía por Fernando Presa González y que concluye de manera luminosa con las numerosas notas que aporta Javier Jiménez que además lo edita.
Deberíamos contrastar esta novela que se quiere biografía con una biografía que se quiere novela, como en realidad es el Doktor Faustus, de Thomas Mann, una obra que considero ratée dentro de la producción rutilante del escritor alemán. En la supuesta biografía de Adrian Leverkühn, un músico inexistente pero con rasgos de Stravinsky y Arnold Schömberg, tras la que se esconde la personalidad de Hugo Wolf, narrada por el mesurado Serenus Zeitblom, lo que menos importa es la propia biografía hasta el punto de que en la novela hallamos páginas y páginas sobre técnica musical que nos habla bien a las claras de que Thomas Mann era algo más que un aficionado a la música, además de contar con el asesoramiento de personajes como T.W. Adorno.
Y es así y de tal manera que nos acongoja asistir a la visita del Demonio a Leverkünh como un nuevo Fausto: la cosa resulta deslavazada y carente incluso de interés porque a Mann, creo, el libro, y el tema, la demonización de la Alemania nazi, se le escapó de las manos. El libro de Wierzynski, por el contrario, resalta bien a las claras su intencionalidad, coronada por el éxito y como novela no deja de ser un relato apasionante. Y lo dejo aquí sin haber hablado de George Sand, pero para eso está el libro de Wierzynski.