Javier Morales / El Asombrario, 5 de julio de 2020
Recuperamos las palabras que el escritor y periodista Javier Morales dedicó al libro de Javier Goñi (1952-2022), Cinco horas con Miguel Delibes (Fórcola, 2020).
Hace unas semanas, como todos los años cuando llega el 16 de junio, se celebró en Dublín el Bloomsday. Este homenaje al Ulises de Joyce cuenta con pocos seguidores en España, pero muy fieles. Uno de los más entusiastas es Vila Matas; desde mi punto de vista, uno de los escritores de nuestro país que mejor leen la obra ajena. Uno puede ser un gran escritor, pero un pésimo lector de autores que no siguen la estética que rige sus propias obras.
Me encantaría poder ir algún año a Dublín ese día y de paso conocer la ciudad, que no he visitado nunca. Es un deseo que viene de lejos, cuando leí por primera vez Ulises, en la universidad. Mi profesora de literatura universal, una de las mejores que he tenido nunca, nos dio algunas de las claves para entender esta obra inmensa de la que habla tanta gente y que no ha leído casi nadie. Nos recomendó que la leyéramos en un día, justo lo que dura la novela. Con el arrojo de la juventud, es lo que hice. Me quedé una noche sin dormir y apenas sin comer, pero logré terminarla en poco más de 24 horas. Muchos años después la leí de nuevo, sin la premura de entonces y sin hacer tanto caso a las claves metaliterarias que, según cuenta Ellmann que dijo Joyce, mantendrían ocupados a los críticos más de cien años.

He recordado mi gesta lectora de estudiante después de zambullirme en Cinco horas con Miguel Delibes (Fórcola), del periodista cultural Javier Goñi. Delibes, que en principio podría parecer muy alejado de la estética de Joyce, rindió su propio homenaje al irlandés en Cinco horas con Mario. Después de la larga entrevista de Goñi, realizada en 1985, he tenido la sensación de conocer mucho mejor a uno de los escritores más honestos (es sabido, entre otros aspectos de su vida, su rechazo al premio Planeta cuando el patriarca de la editorial se lo ofreció) e importantes de la segunda mitad del siglo XX en España.
Goñi permanece siempre en un discreto e imprescindible segundo plano, como los buenos periodistas clásicos, sabedor de que él es el entrevistador y no el entrevistado. Delibes hace un repaso de su infancia castellana, donde surge un paisaje que ya no le abandonará nunca y será el protagonista de buena parte de sus novelas. Le cuenta a Goñi cómo llegó a la literatura, su paso previo por el periodismo. Se enteró de la concesión del premio Nadal mientras trabajaba en El Norte de Castilla, el periódico del que luego sería director. Hablan, cómo no, de la caza (nunca cazaría a un ciervo, aseguraba Delibes, no podría soportar su mirada), de la España rural, de la ecología. En ese terreno Delibes fue un visionario y ya aventuró algunos de los males que padecemos hoy.
Creo que pocos autores como Delibes escriben como son. Y quizás ahí reside la clarividencia de su obra.
“–Los discípulos nunca superan a los maestros –dice Goñi–.
–En general no –responde el autor de El camino–; de modo que lo que interesa es que [el escritor] se manifieste tal como es; si es complejo, complejo; si sencillo, sencillo. Ahora bien, el sencillo que se quiere hacer pasar por complejo resulta insoportable y el complejo que intenta hacerse sencillo resulta pueril”.