Luis de Saboya: un aristócrata en el reino de los hielos

Guzmán Urrero/ Cualia, domingo 13 de julio de 2025

Fórcola recupera el apasionante libro en el que el Duque de los Abruzos narra la expedición italo-noruega en busca del Polo Norte (1899-1900).

Hay algo casi cinematográfico—casi— en la imagen de un aristócrata italiano, gallardo y aventurero, caminando entre témpanos a -40 °C, acompañado por un puñado de noruegos que probablemente no sabían quién era Verdi pero sí cómo guiar un trineo.

Eso, en esencia, fue la expedición del Estrella Polar, una más entre otras grandes aventuras que forjaron la epopeya de las regiones polares.

Aventurero e hijo de rey

El libro Viaje del Estrella Polar al Mar Ártico. La expedición italo-noruega en busca del Polo Norte 1899-1900, publicado por Fórcola Ediciones, reúne los escritos de ese noble italiano: el Duque de los Abruzos, Luis Amadeo de Saboya.

Luis Amadeo era el tercer hijo de Amadeo I, rey de España, pero decidió que su legado no serían las aspiraciones cortesanas, sino las montañas, los glaciares y, eventualmente, el hielo terminal del Polo Norte.

Un horizonte mítico

A finales del siglo XIX, el Ártico era un horizonte con un aura mítica. Las potencias competían por conquistar los 90° N: no solo por prestigio, sino por abrir rutas como el Paso del Noroeste o ampliar el conocimiento geográfico y científico.

Es en ese contexto cuando debemos ubicar la expedición del Estrella Polar. Su impulso fue en parte personal —era una empresa del Duque de Saboya— pero también un acto de codirección científica, con geógrafos, meteorólogos, expertos en magnetismo y oceanografía congregados con un objetivo común.

Al igual que el Fram, el buque del explorador noruego Fridtjof Nansen, este barco, el Esrtrella Polar, un antiguo ballenero noruego rediseñado con casco abombado, tenía un destino ambicioso: desafiar la barrera de los hielos polares.

Del Cervino al hielo del Ártico

Luis Amadeo no era un aficionado. Las ascensiones al Cervino (1865) y al Elbrús (1897) habían puesto a prueba su temple, tanto físico como psicológico. Pero el Ártico exigía otra clase de resistencia.

Sin embargo, el reto era muy tentador: «La utilidad de las expediciones polares —escribe el duque— ha sido discutida muchas veces. Por mi parte, me limitaré a afirmar que el resultado moral de este género de expediciones es de por sí suficiente para compensar los sacrificios que exigen».

Dicho de otro modo: Luis Amadeo de Saboya no buscaba exhibirse, sino comprender hasta dónde puede llegar el espíritu humano cuando se pone al servicio del conocimiento.

Esta dualidad entre aventura y rigor científico es uno de los detalles que pueden extraerse del prólogo de Sebastián Álvaro y de la introducción de Eduardo Martínez de Pisón. Una peripecia como la del Estrella Polar no podía ser otra cosa que una empresa arriesgada, atada a incógnitas reales, con necesidades muy concretas (química de conservas, termodinámica de aislamientos y rutas magnéticas que cambiaban al avanzar).

La expedición del Estrella Polar —un ballenero con un casco reforzado para no ser aplastado por los hielos— fue el intento italo-noruego de superar el récord de latitud que había establecido Nansen.

En cualquier caso, la misión del Duque era tan científica como política, tan romántica como logística. O al menos eso sugiere el tono medido y algo lacónico de este libro, alejado de la épica de Robert Peary, y más bien introspectivo y meticuloso.

La trampa polar

En cuanto a la tripulación, se advierte un detalle curioso: mientras los marineros italianos trataban de adaptarse a un ecosistema hostil, los noruegos hacían lo que siempre han hecho bien: sobrevivir al frío con cara de que no es para tanto.

Sin embargo, el hielo no discrimina. En la bahía de Teplitz, a 82º norte, el Estrella Polar quedó atrapado como si el océano hubiera decidido congelar el tiempo. Allí pasaron el invierno: con cuatro meses de noche continua y algún oso polar merodeando.

Uno de los momentos clave —y también uno de los más épicos— llega cuando Luis Amadeo sufre congelaciones en las manos y deben amputarle dos falanges. Pero lo más interesante aún estaba por llegar.

La hazaña de Cagni

En abril de 1900, otro de los héroes de la expedición, Umberto Cagni, almirante y explorador polar de la Marina Real Italiana, logró superar el récord de Nansen. El 25 de abril de 1900 alcanzó los 86°34′ N, superando la marca de Nansen de 1895 (86°14′ N) por unos 35-40 km.

El viaje de Cagni y sus compañeros fue una ordalía, con tormentas, grietas y ventiscas poniendo en peligro sus vidas. No se puso en duda la hazaña: sus observaciones fueron tan certeras que el consenso académico lo valoró como un hito real.

Un reto científico y humano

El dato interesante es que aunque no llegaron al Polo, tampoco murieron en el intento. Y eso, visto en el contexto de expediciones trágicas como la de sir John Franklin, es una victoria en clave menor.

¿Y la ciencia? Ahí les fue bien: los expedicionarios del Estrella Polar recopilaron datos meteorológicos, cartografiaron islas, observaron corrientes marinas, e incluso intentaron mantener cierta higiene moral en condiciones donde la civilización se evapora más rápido que el aliento en la oscuridad ártica.

Todo eso se recoge en este libro, que no solo aporta contexto, sino también una dimensión estética: las fotografías en blanco y negro que documentan la peripecia en las páginas finales del volumen.

El viaje más allá de lo conocido

Obviamente, el Ártico no era solo una frontera geográfica, sino una extensión simbólica de las ambiciones nacionales. Y aunque el Duque no iba repartiendo banderas, tampoco era ajeno al prestigio que implicaba poner un pie donde nadie más había llegado.

Quizá lo más fascinante del relato —y lo que lo conecta con nuestro presente obsesionado con la épica de otros tiempos— es que no hay moraleja clara. No hay aquí un descubrimiento definitivo. No hay una conquista. Lo que queda es un viaje. Una marcha dolorosa, metódica, hacia un punto en el mapa que no ofrecía nada… excepto la posibilidad de decir: «Estuvimos allí».

El viaje del Estrella Polarno es una epopeya perfecta, pero demuestra que llegar a esas latitudes con un sextante helado no es solo un récord; es una reivindicación de la curiosidad y del afán por superar los límites.

Hoy, cuando el Ártico parece cada vez más frágil y las potencias resucitan ambiciones geopolíticas, leer este libro conecta con un legado que sigue vivo. También nos interpela con una sencilla pregunta: ¿podemos aprender del esfuerzo que compartió este puñado de valientes italianos y noruegos?

Por las mismas razones, Viaje del Estrella Polar al Mar Ártico nos brinda una valiosa lección: la de que vale la pena avanzar aunque se acaben las raciones de pemmican y el camino desaparezca tras la ventisca.

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