«Los libros nunca son ‘demasiados’, puesto que son necesarios»: entrevista al editor Javier Fórcola

Guzmán Urrero/ Cualia, 29 de octubre de 2025

El director de Fórcola reflexiona sobre la pasión de leer y el desafío de consolidar un sello editorial con voz propia.

Javier Jiménez, el alma de Fórcola Ediciones, parece escapado de un café literario, con la pajarita impecable y una pasión que impulsa su vocación de editor. Desde 2007, su sello ha dado vida a numerosos títulos –ensayos, viajes, música, biografías– que se abren paso en un mercado saturado sin rendirse a las prisas. Curtido tras el mostrador de una librería, Jiménez sabe que no hay nada más potente que transmitir entusiasmo a la hora de hablar de un libro. En esta charla, nos lleva al corazón de su trabajo: la apuesta por un catálogo que esquiva modas y la defensa de una cultura hecha de tinta y papel. Porque, como él mismo dice, “los libros se venden uno a uno” y editar es tejer complicidades con quienes los hacen suyos.

PREGUNTA.- Además de tu trayectoria en varios sellos editoriales, has conocido desde dentro el mundo de las librerías. ¿Hasta qué punto esa educación sentimental —el trato con el papel, los lectores, el mostrador— te dio impulso para fundar Fórcola, justo cuando las grandes cadenas, las plataformas de venta digital y la crisis empezaban a alterar el ecosistema del libro en España?

RESPUESTA.- Durante la primera etapa de mi vida profesional —toda ella hasta la fecha desarrollada en el mundo del libro—, trabajé en distintas y muy diversas librerías. Dicha experiencia ha sido fundamental, por no decir determinante, tanto en mi formación personal como en mi capacitación profesional, y me ha ayudado a entender muchas cosas que han cobrado sentido cuando las he contextualizado debidamente, ahora que, desde hace 20 años, soy editor.

Entre otras muchas, señalo algunas que creo que son importantes, aunque parezcan obviedades: que los libros (independientemente de la cuenta de resultados) se venden uno a uno; que la compra de un libro, en la mayoría de los casos, está dotada de una dimensión antropológica muy diferente a la de una simple compra de una lata de sardinas; que para que finalmente se resuelva, en muchas ocasiones, en la compra ocurre una interacción entre varias personas, que siempre es clave (para bien o para mal), y en la que a veces participa alguien llamado «librero» —que algunas veces, si hay serendipia, no se limita a cobrarnos—, pero, sobre todo, otras muchas personas, algunas con nombre y apellidos, que determinan nuestra compra (y si no, repasen la cantidad de libros que hemos comprado a lo largo del año porque alguien —familiar, amigo o colega de trabajo— nos lo ha recomendado explícita o implícitamente); que las librerías —pequeñas, medianas y grandes— siguen siendo un lugar importante en nuestras ciudades y en nuestras vidas, más allá de ser consideradas como simple comercio de un «producto esencial»: son lugares de encuentro, donde el contacto humano y personal nos importa, más allá de la oferta editorial que ofrezcan en sus mesas, escaparates y estanterías (y si no, pregúntense por qué van a esta librería, y no a esta otra, o porqué han dejado de ir a la primera para frecuentar más la segunda); finalmente, que los libros, cada uno, convive en una espacio muy concreto durante un tiempo con otros libros, y con ellos conforma (o no) un universo: es responsabilidad del librero dotar de sentido ese universo, de tal forma que resulte atractivo al lector-comprador (hablo de la librería física, por eso es tan importante que éstas sean distintas unas de otras, por eso algunos preferimos las de autor/librero a las entendidas como simples tiendas, por eso algunos decidimos recorrer kilómetros para comprar un libro en una librería concreta, haciendo saltar por los aires aquella cursilería del «comercio de proximidad», porque la «proximidad» que más nos importa a los lectores que frecuentamos librerías no se mide por paradas de metro).

Tras mi paso por distintas editoriales, años después, fundé Fórcola en 2007, porque decidí crear un catálogo editorial con voz propia. Desde entonces, son miles los lectores que nos conocen, compran y leen, que tienen clara la definición de lo que es «forcoliano». Ellos lo saben, lo aprecian y nos lo agradecen.

Publicar es fácil, crear un sello editorial y mantener su identidad a lo largo de casi 20 años es difícil. Cada nuevo título es un reto: primero, cara a los lectores, para lograr captar su interés; segundo, cara al catálogo, para lograr mantener una coherencia elegante entre sus colecciones y un equilibrio permanente entre calidad y cuenta de resultados, contando con que cada nuevo libro aporte su singularidad al conjunto.

En todo este camino, he logrado que muchos libreros sean cómplices y amigos. Sin ellos, Fórcola no hubiese contado con ese público fiel que nos sigue desde el principio y que, gracias a Dios, crece cada día.

P.- El nombre del sello alude a esas piezas venecianas que equilibran el remo y permiten a la góndola avanzar. ¿Qué querías equilibrar tú cuando fundaste Fórcola? ¿Qué espacio buscabas para una editorial pequeña, atenta al detalle y al tiempo lento, en un mercado cada vez más dominado por la prisa, la reposición inmediata de títulos y los éxitos prefabricados?

R.- El patrimonio bibliográfico en España se ha enriquecido en los últimos 25 años con selectos catálogos de numerosos sellos editoriales excelentes, que cuidan con mimo tanto la calidad de sus colecciones como la apariencia de sus libros. Fórcola, en los últimos 18 años, ha intentado aportar su grano de arena a enriquecer ese patrimonio.

Hablo desde mi experiencia como vocal en la Junta Directiva de la Asociación de Editores de Madrid –que cuenta con más de 320 asociados– y puedo afirmar que contamos tanto en la Comunidad de Madrid, como en el resto de España, con una oferta editorial de primer orden, a nivel internacional, tanto por sus diseños y la calidad de sus ediciones como por la bibliodiversidad de sus propuestas, cada sello con su personalidad e identidad propias.

Dicha calidad y excelencia debemos ponerlas en valor, más allá del simplista discurso de «los demasiados libros», que por desgracia Zaid puso de moda y que cierto periodismo cultural ramplón y corto de miras repite como titular a cada nueva edición de la Feria del Libro de Madrid.

¿«Demasiados»… respecto a qué? ¿Quién decide? ¿Hay un número ideal? Los amantes de las estadísticas nos saldrán con la falta de equilibrio entre la oferta y la demanda. El problema no está en la producción, pues ya hemos dicho que el libro no es un simple producto. La clave, una vez más, es trabajar firmemente por una educación que fomente la lectura.

Creo imperativo un cambio drástico en nuestro relato, como editores: los libros nunca son «demasiados», puesto que son necesarios. Ya fue una conquista declarar el libro como un «bien» de carácter cultural —vehículo fundamental para la transmisión de conocimiento, la preservación de la memoria histórica y la expresión de ideas—, por lo que debe recibir una consideración especial más allá de la de un simple producto de consumo.

Otra conquista ha sido valorar a la Feria del Libro de Madrid como un Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Patrimonio Inmaterial por la Comunidad de Madrid en mayo de 2025.

Ahora queda articular los capítulos presupuestarios oportunos para dotar de músculo esta consideración que de momento es simplemente nominal. Todas estas conquistas dotan al libro y la lectura de una dimensión civilizatoria, que no debe perder pese a los ataques permanentes de sus eternos enemigos: el pensamiento único, las dictaduras ideológicas (también las de izquierda: la derecha ignora la cultura, la izquierda la manipula) y, sobre todo, la ignorancia y la estupidez humana.

A partir de ahí, nuestros libros forcolianos conviven con otros en el mercado editorial, donde hay de todo y es bueno que haya de todo, esa es la quintaesencia de la bibliodiversidad.

El ruido mediático por la concesión del famoso Premio a según quién sigue poniendo encima de la mesa la importancia que damos a los libros (aunque el mayor ruido lo protagonicen aquellos que están movidos por razones e intereses extraliterarios, en la mayoría de los casos, la envidia o, y esto es muy reciente, la tendencia política-partidista. Hemos politizado hasta los premios literarios, qué pesadilla). Vivimos en un mundo líquido que, a golpe de click y de likes, teleproyecta virtualmente nuestra atención a velocidades siderales, lo que merma nuestra capacidad de concentración, resiente nuestro razonamiento y, en definitiva, dinamita nuestra memoria, limita nuestro juicio (moral) y merma nuestra libertad.

El libro y la lectura, en cambio, exigen nuestra atención, nos invitan al silencio y nos ayudan a estar en soledad. Por eso es tan importante la lectura como vehículo civilizatorio, por eso tantos sistemas dictatoriales le han puesto la proa al libro, a la lectura, a los editores. Relean Fahrenheit 451, de Bradbury, o 1984 de Orwell… Es responsabilidad de los editores llenar de sentido ese silencio y esa soledad proporcionando a los lectores libros que merezcan la pena.

Fórcola está comprometida en esa batalla. Aún con todo, defiendo todo libro que, entre otras cosas, nos entretenga en nuestras horas de solaz y esparcimiento. A partir de ahí, que el lector decida si prefiere leer Ana KareninaEn busca del tiempo perdidoFortunata y Jacinta o el ganador del último premio mediático. El lector es dueño y señor de su tiempo de lectura, un paraíso íntimo y personal donde los demás tenemos poco que decir o hacer.

P.- El catálogo de Fórcola es muy reconocible: ensayos singulares, mitologías del viaje, biografías culturales, diccionarios de autor, estudios musicales e históricos, escritores de culto… una geografía forcoliana propia dentro de la no ficción europea. En un mercado donde la novela ligera domina las ventas, ¿cómo se construye una identidad así sin ceder a las modas? ¿Qué criterio pesa más al elegir un libro: el tema, la voz o la originalidad?

R.- Fórcola pretende construir un catálogo coherente y elegante con libros a los que no les afecten los cambios de moda. Nos interesan, en efecto, diversos temas, muy disímiles y diferentes, y los que vendrán. Pero siempre primando la calidad, libros que consideramos merecen la pena ser publicados y leídos.

Hay líneas fuertes muy marcadas, sí, como la literatura de viajes, los libros sobre libros, ensayos literarios o de temática musical. Pero no faltan en nuestras colecciones biografías, monografías o libros sobre arte.

Como aprendí de un sabio editor argentino, no existe un solo mercado editorial, donde competimos unos con otros editores (grandes y pequeños), sino diversos y muy disímiles mercados editoriales, nacionales, transnacionales, y dentro de ellos, mercados muy diferentes y de distintos tamaños y cualidades.

Aunque el sistema comercial y de distribución permite que cualquier lector pueda solicitar en cualquier punto de venta uno de nuestros libros, bien es cierto que nuestra presencia en ellos se circunscribe a un número concreto de librerías, pequeñas, medianas y grandes. Son cada vez más las librerías forcolianas que ofrecen nuestros libros a su clientela. Las recomendaciones y el boca a boca siguen siendo un elemento fundamental a la hora de que un sello editorial se haga un hueco en la selva del mercado editorial. Con el tiempo, en efecto, Fórcola se ha hecho, con propia voz, ese hueco.

P.- España mantiene tasas de lectura que cuesta mirar con optimismo, sobre todo ante el impacto de las pantallas. Desde tu experiencia, ¿cómo se convierte un ensayo erudito en un objeto de deseo en el siglo XXI? ¿Qué estrategias o complicidades cultivas desde Fórcola para mantener viva una comunidad lectora y fiel al sello, incluso en un contexto que no siempre invita al entusiasmo?

R.- El entusiasmo, por el contrario, sigue siendo un arma muy poderosa en esto de los libros y la lectura. No hay nada más potente que transmitir entusiasmo a la hora de hablar de un libro: es lo que ocurre cada vez que un familiar o un amigo nos recomienda un libro poniéndole pasión al asunto: nos habla no tanto del propio libro como de lo que ese libro en concrero ha sido capaz de proporcionarle, en definitiva, de su experiencia lectora. Los seres humanos somos criaturas impresionables y curiosas. Ya lo dijo Aristótelesel conocimiento comienza por la curiosidad.

La pasión por el libro y la lectura es contagiosa. Así se construye una comunidad lectora. Es la pasión que algunos pequeños editores le ponemos al asunto, tanto a la hora de presentar nuestras novedades a la red comercial de nuestros distribuidores, cada vez que hablamos de nuestros libros con los libreros, en cada una de nuestras presentaciones, o en nuestras interactuaciones en las redes sociales.

Algunos editores tienen presupuesto para disponer de departamentos de marketing y recursos para campañas de publicidad y promoción; otros, como los toreros de raza, le echamos pasión a la faena.

En esta profesión, que tiene mucho de oficio, y que responde, en la mayoría de los casos, a una vocación personal intensa, los pequeños editores nos jugamos literalmente la vida, como los buenos diestros en los medios. Arte y pasión… y muchas ganas. Como buenos autónomos. ¡Y que haya políticos que consideren que los autónomos somos molestos! ¡Qué pocas ayudas recibimos los autónomos, y qué poco apoyo tenemos los pequeños editores! No es una queja, sino la constatación del fracaso permanente de la política cultural de este país, rendida al relumbrón y a los titulares de brochazo, pero que finalmente no dedica los recursos necesarios para subvencionar en condiciones la industria cultural, que no sólo aporta un porcentaje no desdeñable en el PIB, sino que da esplendor al patrimonio cultural y lingüístico del español en el mundo.

Volviendo al más acá, Fórcola ha sido capaz de tejer en sus 18 años una tupida red de complicidades con los lectores, lectores que han premiado nuestra manera de hacer las cosas y a los que, en definitiva, les gustan los libros que publicamos. Un ensayo que no renuncia a la erudición pero que entretiene, que suscita el deseo y la curiosidad del lector, que le invita a la lectura de otros libros; quizá, la mejor virtud de un libro sea esa, que nos lleve a otro.

P.- Como te decía antes, conoces el mundo de las librerías desde dentro. ¿Qué papel siguen jugando hoy las librerías independientes —aunque representen un porcentaje pequeño de las ventas— en la supervivencia de una editorial como la tuya? ¿Cómo se teje esa red de confianza con distribuidores y autores para que un libro forcoliano encuentre a su lector?

R.- NO es pequeño, y es que el porcentaje de ventas a través de distribuidora que se realiza por el canal de librerías y cadenas de librerías supera el 62%, según el último Informe de Comercio Interior editado por la Federación de Editores de España.

Pese al comercio online, donde las ventas de fondo editorial son tan relevantes como las de novedades, la compra en librerías sigue siendo importante para los lectores. De ahí que para un pequeño editor sea fundamental que los libreros cuiden nuestro catálogo y nuestros libros tengan presencia en sus mesas de novedades y, sobre todo, en sus estanterías, el corazón de toda buena librería, donde se juega su identidad y su singularidad.

¡Qué poca riqueza tendría la Feria del Libro de Madrid si todas sus casetas fuesen iguales y todos los libreros expusiesen los mismos libros! Por eso es tan importante la presencia de los editores en las ferias del libro: no existe ningún derecho natural que deba impedir dicha presencia; antes al contrario, que tantos y tantos sellos editoriales podamos mostrar nuestros catálogos a los lectores en las ferias del libro no sólo garantiza preservar la bibliodiversidad, sino que genera un beneficio a toda la cadena del libro, puesto que facilita la tarea de los libreros el resto del año: nadie mejor que un pequeño y mediano editor para mostrar y explicar sus libros durante esos días, para que el lector los localice el resto del año en librerías.

Por eso hablamos de ecosistema, donde cada personaje cumple su función. El objetivo es no sólo mantener el número que conforma la comunidad lectora de nuestro país, sino reforzarla y engrosarla, además de enriquecerla.

Queremos más y mejores lectores, y en ese empeño, noble misión, no hay agentes más implicados que los editores, quienes, a la larga, somos los que más riesgos asumimos y, en definitiva, somos el eslabón más frágil de la cadena. Algo que hay que recordar a nuestros políticos que, en algún momento, cambiaron su discurso y olvidaron que a quien más hay que ayudar en la industria del libro es, precisamente, a los productores (como en cualquier otro sector de la industria), quienes alimentamos la cadena del libro, apoyamos a nuestros autores, financiamos a nuestros distribuidores y alimentamos una verdadera cadena de valor cuyo último eslabón, las librerías, es, paradójicamente, el que más ayudas recibe.

Si los libreros salieron a flote de la pandemia fue, hay que recordarlo, gracias a los editores, quienes tuvimos que hacer grandes sacrificios, sufrimos cuantiosas devoluciones, financiamos la deuda de los libreros, y apenas recibimos ayudas por parte de las administraciones públicas ni, lo peor, reconocimiento alguno. Confianza, una poderosa arma de cohesión que los editores no hemos dejado de ofrecer a nuestros autores y a toda la red comercial. Sin los editores, menuda obviedad, el mercado editorial no existiría. Quizá sea bueno recordarlo de vez en cuando.

¡Ay de quien se empeñe en alentar iniciativas disruptivas que atenten contra esa confianza! O los editores, distribuidores y libreros vamos de la mano, o la empresa libresca se hunde. Sobran protagonismos y hacen falta más acuerdos entre todas las partes implicadas. Contra todo maquiavelismo que propugna el «divide y vencerás», el que pretenda dividir la cadena del libro se verá condenado finalmente al fracaso. El que tenga oídos, que oiga.

P.- En un contexto de presupuestos menguantes y de discursos públicos pensados para el corto plazo, ¿qué habría que hacer para situar el conocimiento —ese que Fórcola cultiva en torno a los viajes, la música o el pensamiento— como una inversión esencial? ¿Qué tipo de pacto o apoyo institucional imaginas para que editores, libreros y bibliotecas formen parte de una misma estrategia de fomento lector?

R.- Si la confianza es la base sobre la que se construye el mercado del libro, el conocimiento debería ser una de nuestras banderas. El mundo del libro y la lectura es fuente de riqueza para un país. Pero, como ha demostrado la Historia muchas veces, un país de estúpidos e ignorantes es más fácil de manipular. Los editores seguiremos dando la batalla para que eso no ocurra. El fomento de la lectura comienza, sí o sí, en la corta distancia. ¿Qué hacemos cada uno de nosotros, en nuestras familias, por fomentar la lectura y la cultura del libro? Lo del apoyo institucional lo dejamos para otro día.

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