Manuel Moya / Zenda, 19 de octubre de 2025
Con ocasión del 90º aniversario de la muerte de Fernando Pessoa (1935-2025), Miguel Moya brinda en este libro una semblanza del escritor luso que se aleja del retrato distorsionado ofrecido por sus tradicionales biógrafos.
En este making of Manuel Moya cuenta cómo escribió Fernando Pessoa: La reconstrucción (Fórcola).
***
Hace cinco años, mientras me debatía en la documentación y escritura de Pessoa, el hombre de los sueños (Ed. Libros del Subsuelo, Barcelona, 2023), una biografía pessoana de gran porte (700 pág), me iba encontrando con algunos ángulos muertos y algunas que otras mitificaciones que habían ido creando cuerpo en torno al poeta luso. Aspectos que no parecían ser ciertos pero que se habían adherido tanto a él que habían acabado imponiéndose y ahora se exponían sin el menor pudor. Esto, es evidente, me provocaba continuas dudas y no pocas sorpresas. Muchos de los lectores, recensionistas, prologuistas e incluso conferenciantes de Pessoa hacían afirmaciones y ofrecían datos que habían pasado de comentarista en comentarista, de conferenciante en conferenciante, y de lector en lector, pero que carecían de soporte real alguno. Todo es relativo en la vida, de acuerdo, pero hay cosas más relativas que otras. A eso, a lo que carecía de soporte real, y a falta de otra palabra lo he denominado “mito” para distinguirlo de lo real. Al principio, claro, y a pesar de tener en mi haber dieciocho traducciones con al menos quince prólogos en los que incluso yo había caído en algún que otro “mito”, aquello me abrumaba y hacía que avanzara con un ritmo lento, dubitativo, pero luego, a medida que avanzaba en la biografía, a medida que iba penetrando más y más en los mundos pessoanos, hasta el punto que Pessoa me parecía tan real como mi propio vecino, muchos de esos mitos se derrumbaban por su propia falta de peso y su conflicto con la realidad eran tan obvios que mi sorpresa gravitaba no ya en torno a mis opiniones, sino a buscar las razones por las que esas inexactitudes se hubieran perpetuado.

«Si no publicó más fue porque la poesía por entonces estaba condenada a la autoedición y él anduvo sin blanca casi siempre, de tal forma que sólo cuando reúne unos escudos autopublica»
Pondré un par de ejemplos: Pessoa dejó 37.500 documentos en su célebre arca. Casi todo se hallaba inacabado e inédito cuando falleció, en 1935. Pues bien, es un lugar común que el pobre Pessoa publicó casi nada. En términos relativos eso es cierto. Quinientos documentos publicados de treinta y siete mil no es gran cosa, todo lo cual no indica que Pessoa fuera un poeta “inédito ” o “casi inédito” como se lo suele calificar. Su obra édita en vida es mayor que la de Nobre, Pesanha o Verde, tres de sus referentes, igual en tamaño que la de Baudelaire, Antonio Machado o Bécquer. Pero cierta tradición pretende afirmar que sólo publicó un libro a lo largo de su vida, y quiere dar a entender que no lo conociera nadie, que fuera un ser desubicado, un extranjero en Lisboa, como diría Brechon, pero cuando me siento ante toda la obra editada en vida por Pessoa observo que sí, que sólo ha publicado un libro de poemas en portugués muy al final de su vida, Mensaje, pero ha publicado también cuatro plaquettes de libros en inglés, que ha editado otras plaquettes de prosa y de ensayos políticos, que ha sido traducido al francés y al español, que se han escrito tres ensayos sobre su obra, que la prensa le ha hecho entrevistas, que ha publicado poemas en seis países distintos en unos tiempos en los que esto no era muy habitual y no ocurría con todos los poetas, que a un hombre de 47 años le ha dado tiempo a publicar doscientos poemas en revistas de la época y que le pedían colaboraciones de continuo, que publicó sesenta artículos en los principales medios del país, que a su muerte se escriben quince esquelas, desde Madeira hasta Coimbra, desde Oporto a Faro, a veces imprecisas, breves y erróneas, pero esquelas al fin y a la postre. Y considero que si no publicó más fue porque la poesía por entonces estaba condenada a la autoedición y él anduvo sin blanca casi siempre, de tal forma que sólo cuando reúne unos escudos autopublica, como es el caso de las cuatro plaquettes inglesas, porque Mensaje fue financiado por sus amigos. Nadie se escandalice: Lorca, Juan Ramón, Campana o Sá-Carneiro autoeditaron gran parte de su obra primeriza o total. Pero es que a medida que voy introduciéndome más y más en la vida y en los intereses de Pessoa, voy descubriendo, además, que Pessoa fue un hombre de su tiempo, acoplado a los ritmos, a las modas y a las supersticiones de su tiempo, que llevaba una vida modesta pero normal, que era conocido por muchísima gente, desde loteros hasta oficinistas, peluqueros, poetas, historiadores, camareros, libreros, impresores, políticos, financieros, portuarios, hoteleros, vecinos, familiares… que mantenía un trato cordial con gentes de todo tipo y condición social, que no estaba metido en una torre de marfil —él hubiera querido eso—, que intervino activamente en política y en la vida cultural lisboeta, que era un hombre muy trabajador y un emprendedor incontinente pero sin continuidad, porque pasaba de una cosa a otra, incansablemente, como una abeja. Y que durante toda su vida mantuvo tratos con la locura, con los mundos adyacentes, y por supuesto, que bebió y bebió hasta matarse, porque acaso lo suyo fue un suicidio a plazos, una muerte a crédito.
Para colmo, siguiendo a los especialistas que me precedieron, concretamente a la recién fallecida Teresa Rita Lopes, acaso su mejor estudiosa hasta la fecha, a quien le fue dado tocar sus papeles, descubro con estupor que la célebre y maravillosa carta que Pessoa dirige a Adolfo Casais Monteiro en enero 1935, apenas nueve meses antes de su muerte, y en la que él mismo habla pormenorizadamente de cómo surgieron los tres heterónimos, es una pura ficción, una mitificación de unas tentativas y trabajos poéticos que duraron al menos 8 meses, desde enero a octubre de 1914, alentados por Sá-Carneiro. Lo que él denominó en esa carta “su día triunfal” no fue sino una asombrosa mitificación, que se editó tras su muerte y que todoss repiten machaconamente, de modo que hasta podríamos afirmar que él propio Fernando Pessoa fue el primero en contribuir al “mito” póstumo de sí mismo, en lo que es una de esas piruetas tan típicas de él.
«En fin, Pessoa, la reconstrucción es un libro que ofrece otro retrato de Pessoa. Al lector le queda el trabajo de decidir con qué Pessoa se queda y qué Pessoa es el suyo»
Pero las mitificaciones, y la de Pessoa no es una excepción, no se producen porque sí. Para que triunfe una visión distorsionada de algo suele haber una intención, una estrategia. Un escritor invisible y apocado, un oficinista, medio bohemio y genial nos gusta. Por un lado no dejamos de ver en él un Baudelaire menor que como el francés acabó mal, por otro tenemos a un ser rutinario y anónimo como lo suele ser el lector y eso lo hace más cercano, más humano al menos, y para acabar, es portugués y por tanto debe ser un tipo triste, enajenado, un tanto atolondrado. Y lo cierto es que una visión como esa nos cuadra, nos lo hace próximo, es uno de los nuestros. Parece real aunque no sea un retrato exacto. Por otra parte, la visión que tenemos de Pessoa es la del Libro del desasosiego y más concretamente la de los últimos años de su vida, cuando ya se adentraba en los territorios de la enfermedad y la muerte. Todos lo definen por esa época como un tipo tímido, poco hablador, fumador empedernido, bebedor y alejado en general de los cuidados del mundo. Ese es el Pessoa que todos tenemos en mente, pero hubo otros pessoas, hubo el Pessoa vitalista y vanguardista, el Pessoa político, el Pessoa emprendedor, el Pessoa enamorado, tenemos incluso al Pessoa capoteando contra la locura, al poeta joven y sobrado y wildeniano, en fin, hay tantos Pessoa que hay que quedarse con alguno y a él le ha tocado ser el poeta triste del desasosiego y un poeta sin biografía, porque como quería Hourcade y luego Paz, lo importante en él es la obra, la biografía sobra y no, perdonen ustedes, pero en Pessoa la biografía no sobra. Pessoa fue alguien apegado a su tiempo, que perdió a su padre y a sus hermanos siendo niño, que circunvaló África, que se vio transportado a otra cultura y a otra lengua, que luchó contra la locura, que vivió el colonialismo y hasta la guerra de los Bóers, la caída de la monarquía, la Gran Guerra, la pandemia de la gripe española de 1918, las decenas de asonadas y golpes violentos de la Lisboa republicana hasta la llegada del Estado Novo, que vivió la Revolución Rusa, el advenimiento de las vanguardias, el ascenso de los fascismos, la época dorada de la ficción policial, de los estudios psiquiátricos, de las invenciones tecnológicas, de los esoterismos, y en medio de todo ello vivió la pobreza que le impidieron sentarse todos los días a organizar y publicar su obra,… y todo, todo dejó huella en él, hombre zarandeado por los vaivenes de su tiempo.
En fin, Pessoa, la reconstrucción (Fórcola, 2025) es un libro que ofrece otro retrato de Pessoa. Al lector le queda el trabajo de decidir con qué Pessoa se queda y qué Pessoa es el suyo.

