Juan Ángel Juristo/ Libros, nocturnidad y… 12 de noviembre de 2024
Ser el dueño del relato ha sido siempre una parte esencial de los detentadores de los mecanismos del poder. Y aquí no me estoy refiriendo a la frase de Walter Benjamin de que la Historia la escriben siempre los vencedores. Esta es incontestable y obvia. No. El relato a que me refiero en apariencia parece más frívolo pero aparece al lado del mayor con pleno derecho ya que no tiene menor importancia. Así, en nuestra mentalidad occidental, los creadores del relato de espías han sido incontestablemente los británicos, desde el Ashenden, de Somerset Maugham, que influyó en el James Bond de Ian Fleming, por lo de “removido, no agitado” respecto al Dry Martini, que Ashenden tomaba con gusto contrario al de Bond, porque respecto a la finura de la percepción del héroe de Somerset Maugham al de Fleming le faltan leguas para siquiera acercársele, o al personaje, consorte de una aristócrata algo liviana, de las novelas de John Le Carré o las tramas de fina textura literaria de Eric Ambler… y ello sin olvidarnos de los precedentes, desde el niño Kim, de la novela de Rudyard Kipling al Josep Conrad de El agente secreto y, si apuramos, al mismo Chesterton o a William Tufnell Le Queux, malísimo escritor pero creador de unas tramas que fascinaron al mismo Churchill y al MI 6 durante años. Pues bien, para el imaginario occidental es difícil pensar en otros caracteres de espías que no se parezcan a los británicos o más recientemente, a estos saltimbanquis de la tecnología de las películas norteamericanas.
Sucede que respecto a los colaboracionistas con el régimen nazi los detentadores del relato han sido los franceses y a pesar de atisbos maravillosos como los de Cenizas y diamantes, lo cierto es que los colaboracionistas puros, los traidores por excelencia, hasta el extremo de que fuera de Francia se les denomina collabos, tienen asignación gala. Quizá eso se deba a la idea de la Patria que todo francés lleva en el ADN desde la Revolución, idea más deslavazada en los demás países salvo en Gran Bretaña donde se supone que a un británico esa idea ni siquiera se le pasaría por la mente. Sea por la idea de la Patria o por ser una adecuada metáfora de una perpetua guerra civil que nunca fue reconocida, el caso es que esa literatura de Patrick Modiano, de Louis Ferdinand Céline, de Pierre Assouline, de tantos otros ofrece una galería de personajes de un pelaje casi balzaquiano, con su geografía fijada en un castillo de los Hohenzollern sito en Baden Wuntemberg, Sigmaringen, al lado del Danubio y a treinta kilómetros de Wilfinglen, donde se halla la Casa del Gran Forestier y frente a ella, el Castillo de los Staufenberg, donde vivió durante años Ernst Jünger en una casita forestal.
El libro del historiador y también novelista, Yves Pourcher, El exilio de los colaboracionistas 1944-1989, es una de las últimas aportaciones de gran calado del relato francés de los collabo, tanto que semeja una enciclopedia sobre el asunto. Se trata de un libro documental sobre la trayectoria de todos ellos, desde Petain a Laval pasando por Bonnard, Le Vigan, Marcel Déat… donde se nos da cuenta de los antecedentes de cada uno de ellos y luego de sus diferentes destinos, y presidiendo la cosa, como roca inamovible, a petición de Otto Abetz, el embajador alemán en la Francia ocupada, el castillo de Sigmaringen, un punto de fuga, de reunión, antes de la estampida final que los llevaría a la pared de ejecución en Francia, al exilio en España o en Argentina. Pourcher es historiador, pero también novelista y no se escapa detalle alguno cuya lectura me ha supuesto una delicia. Además esos detalles no es que humanicen a los “collabos”, malos por excelencia, sino que hace algo más importante, con cierta ironía nos muestra una serie a lo Balzac de la condición humana, desde el infame, el trepa el aprovechado, el esnob, el idealista, el que se contentaba con adaptarse, que de todo hay y ello a través de unas muestras que son citas como perlas. Esas citas creo, son el mejor comentario al libro:
El libro de Pourcher comienza con la creación de un periódico, La France, cuyo redactor jefe es Jacques Menard, quien fue sustituido por Henri Mercadier. El primer número apareció en octubre del 44 y entresaco de los anuncios clasificados alguno de ellos:
- La señora Jacques de Holstein , Stadchule, Treysa (Hessen), busca a su marido. Escriban al periódico número 389
- Cambiaría : 1. Pañuelo de seda por guantes o gorro de lana; 2. Pijama de caballero por camisón de abrigo de señora, o mañanita; 3. Zapatos negros de tacón 39/40 por lo mismo en artículo de deporte. Escriban al periódico con el número 528
- Un Sturmannn SS , granadero de las Waffen, que sufre de aislamiento moral, desearía confiar sus pensamientos a una corresponsal francesa, que se haya refugiado en Alemania. Escriban al periódico con el número 549
Del Diario de Marcel Déat:
“Llegamos a Sigmaringa a la una menos cuarto del mediodía. El castillo es enorme y extraño, la ciudad es pequeña. Nos recibió von Salza, subimos en elevador y entramos en una galería llena de armaduras y armas antiguas. Conducidos por Luchaire, nos instalamos en tres habitaciones del pasillo ministerial, frente a Luchaire, Darnand y Bridoux. Los ministros en inactividad estaban un piso más arriba, el Mariscal, aún más alto, cerca de la torre. Así se evitaba el contacto. Sin embargo, Laval se paseaba por la ciudad, siempre acompañado por Néraud”
El 30 de diciembre de 1951, Ramón Serrano Suñer escribe en ABC un artículo titulado “La hija” donde se habla de la mujer de Laval, en una reunión que su hija hizo en Madrid de antiguos “collabos”:
“Un poco más allá, en el gran salón, la madre. La viuda de Laval parece todavía pedir explicaciones por esa ferocidad surgida en un mundo – el de la política- que nunca le ha interesado. Menuda, con un rostro digno y entero ( su pelo blanco recuerda el rubio de las gentes de Auvernia), un poco cerrada, aislada en sus recuerdos como si quisiera gritar: “No volverá…”
El libro sigue de la siguiente guisa hasta que concluye Pourcher preguntándose:
“Otros , en cambio, cortaron, rechazaron, cambiaron de bando e ideas. También gritaron. Sus padres habían sido fascistas y vichistas; ellos eran comunistas, trotskistas y maoistas… ¿Cómo seguir viviendo hoy y siempre cuando uno se apellida Doriot, Bout de L´An, Luchaire, Sabiani, Bousquet, Papon, Touvier, etcétera? Son nombres terribles que te marcan y que tienes que soportar contra viento y marea”.