El exilio maldito de los amigos franceses de Hitler

Javier García Recio/ La Opinión de Málaga, 12 de enero de 2025

El historiador Yves Pourcher cuenta en El exilio de los colaboracionistas la huida de estos cómplices del nazismo, como Adalbert Laffon que se refugió en España y acabó siendo el suegro del gran novelista Luis Martín-Santos.

La vida -cuenta el dicho- hace extraños compañeros de viaje. Un caso muy singular es el que emparentó familiarmente a Adalbert Laffon, uno de los mayores colaboracionistas franceses con los nazis, con el escritor Luis Martín-Santos, gracias al casamiento de éste con Rocío, una de las cuatro guapas hijas de Laffon. Lo cuenta en un excelente ensayo el historiador francés Yves Pourcher, en su libro ‘El exilio de los colaboracionistas’, donde relata y revela como fue la posguerra, con el exilio o el regreso para los colaboracionistas franceses mas significados como Paul Marion, Marcel Déat, Pierre Laval, Luis Ferdinan Celine, o Jean Loustau.

Volvamos a Adalbert Laffon, integrante del gobierno colaboracionista de Vichy. Antes, por sus actividades ilícitas, tuvo que marchar de Francia en 1937 para hacer carrera en España, primero como combatiente requeté en el ejercito de Franco y luego como miembro de la embajada francesa en Madrid, colaborando como espía. Tras la derrota nazi pasa al exilio del silencio. Casado con una malagueña, se trasladó a Galicia donde se hizo famoso por dos cosas, primero por introducir en la ría de Arousa el cultivo de la ostra, que conocía bien como buen bretón; segundo por la exuberante belleza de sus cuatro hijas: Solange, Rocío, Nadine y Cuqui, famosas por ser las primeras en bañarse en bikini en las playas de Arousa. Fue Rocío la que, a través del escritor Juan Benet, que se trajinaba a una de sus hermanas, conoció al joven psiquiatra Luis Martín Santos, con el que se casó en 1952. El padre de ella, Adalbert Laffon, fue uno de los testigos firmantes del compromiso. Fue así como el amor emparentó a un joven militante socialista, como Martín-Santos con uno de los colaboradores del nazismo.

El relato de Yves Pourcher en ‘El exilio de los colaboracionistas’, se inicia en agosto de 1944, cuando París es liberada y el régimen de Vichy se derrumba. En las filas de los colaboracionistas franceses hay desorden. Para escapar de la purga, algunos eligieron el exilio interno o invocaron «servicios prestados a la Resistencia», otros huyeron a toda prisa hacia el este, hacia Alemania, con la esperanza de que, gracias a las armas secretas», el Reich de Hitler finalmente ganaría la guerra. La victoria de los aliados pone fin a esta ilusión y da la señal de dispersión para quienes se convertirán en los «malditos» de la posguerra. Muchos de ellos se esconden, esperando días mejores. Cuando no son arrestados, los colaboradores fugitivos encuentran refugio en Suiza, Italia, España, Quebec y Argentina, donde tienen bases seguras y apoyo, e intentan reconstruir sus vidas. La mayoría no negará su compromiso de colaboración y legará a sus hijos nombres que a veces resultan pesados.

¿Dónde se marcharon? Primero a Alemania, familias enteras. Muchos fueron acogidos en el castillo de Sigmaringa, la última sede del gobierno en el exilio de la Francia de Vichy; pero entre ellos había diferencias entre ricos y pobres, poderosos y humildes. Muchos de estos últimos fueron capturados, juzgados y condenados. Pero luego estaban los otros, de los que trata este libro, los fugitivos, clandestinos y exiliados. El exilio estuvo en Suiza, en Italia o España, pero también más lejos, como en la Argentina de Perón, Brasil o Uruguay.

¿Cómo fue el exilio?

¿Qué hicieron y qué fue de ellos?, se pregunta en el libro Yves Pourcher, que los sigue en esta «galopada de los perdedores», que escribió Celine. Todos tuvieron que adaptarse. El exilio de algunos se alargó cuarenta y cinco años, como en el caso de Paul Touvier, jefe de la milicia de Lyon, que fue detenido en mayo de 1989 en Niza.

En su libro, Yves Pourcher nos relata el recorrido y las peripecias de una quincena de colaboradores franceses durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, los más importantes y destacados por su proselitismo nazi.

Unas semanas antes aparecían en la radio, en oficinas ministeriales, en cenas sociales o escribían en los periódicos. «Eran fascistas incurables, feroces antisemitas o simples oportunistas. Pero todos jugaron un papel importante en la colaboración estatal al glorificar a Hitler, entrenar a milicianos, apoyar al régimen de Vichy, la represión de los combatientes de la resistencia o la deportación de judíos», escribe Pourcher.

Es el caso de ya reseñado de Adalbert Laffon, o el de Marcel Déat, antiguo líder de la izquierda que se convirtió en una gran influencia en la colaboración. Consiguió refugió en monasterios italianos y aunque fue condenado a muerte en rebeldía en junio de 1945 , nunca fue detenido; Max Knipping, el aviador convertido en miliciano y defensor acérrimo de Darnand hasta el exilio de Sigmaringa. Después de su arresto y juicio, finalmente le dispararon en Fort Montrouge en 1947; Jean Loustau, antiguo miembro de Action Française, fue uno de los grandes locutores en Radio-París junto a Jean Hérold-Paquis. Fue capturado y condenado a muerte y luego indultado por el general De Gaulle; que le conmutó la pena por trabajos forzados de por vida, aunque una amnistía le permite salir de prisión y retomar su trabajo como periodista; Pierre Laval, primer ministro del gobierno de Vichy y su esposa, madame Laval, fueron al exilio en agosto de 1944. Primero a Sigmaringa; luego a Suiza, que les negó la entrada a su territorio. Llegaron a España y fueron enviados a la fortaleza de Montjuich. Franco se libró de este engorroso invitado y la pareja llega al aeropuerto de Le Bourget el 3 de agosto de 1945. Tras la muerte de Pierre Laval, su viuda vive con su hija en París y luego en el castillo de Châteldon.

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