El libro después del Liber

La asistencia como expositor a Liber para un pequeño editor como Fórcola tiene varias motivaciones, como tuve ocasión de contar en una anterior entrada:

-exponer nuestro fondo completo y nuestras novedades en una feria de profesionales del libro en lengua española;

-contactar con libreros y distribuidores de Hispanoamérica y bibliotecarios de EEUU, pertenecientes tanto a bibliotecas públicas como, de especial interés en nuestro caso, a bibliotecas universitarias o académicas.

 

Nuestros objetivos, por tanto, han sido básicamente dos: darnos a conocer y generar ventas en el mercado exterior, tanto en Hispanoamérica como en EEUU.

¿Los resultados? No recurramos a las cifras, porque como en todo, los porcentajes simplemente distorsionan la realidad. Como en todo, es una cuestión de escala. La feria nos ha ido bien, aunque es pronto para valorar el impacto (no solo económico, sino de imagen, de relaciones públicas y comunicación, etc.) de nuestras acciones.

 A uno le queda la sensación, de todas formas, de que asistir a Liber haya supuesto mucho esfuerzo (económico y personal) para tan poco resultado. Lo que sí es más que una sensación es que la exportación para un pequeño editor sigue siendo un reto difícil de afrontar, por dos razones fundamentales:

-el euro fuerte está afectando seriamente a la exportación, y esto se nota especialmente a la edición independiente, que no mide sus resultados en términos cuantitativos, sino en términos cualitativos.

-el mercado hispanoamericano del libro está montado sobre un sistema comercial y distribución que premia los productos mediáticos (los super ventas) y ningunea la edición de nicho: los descuentos por volumen desbancan la edición y venta en pequeñas cantidades, y los pocos ejemplares de nuestros libros que llegan a aquellos países lo hacen a precios privativos.

Por otra parte, y siempre desde mi particular y personal percepción, los géneros exitosos en Liber han vuelto a ser la literatura de gran consumo, los libros de generalidades (desde jardinería hasta manualidades), y los libros infantiles, sobre todo los ilustrados para los más pequeños, preferentemente bilingües, además del libro religioso. La homogeneización de la demanda también ha llegado, para instalarse,  a Liber, desde hace años.

 Lograr que un librero de cualquier país hispanoamericano compre un mínimo de cada uno de nuestros 18 títulos como para que una editorial de ensayo como Fórcola esté representada dignamente en su librería, o lograr interesar lo suficiente a un bibliotecario norteamericano (por supuesto académico, los de bibliotecas públicas ni se paran a ver nuestros libros) como para que apueste por completar sus colecciones con nuestro catálogo, es un triunfo.

Sobre el Liber digital dejo a otros que saquen sus conclusiones, aunque en mi opinión es una buena noticia que lo digital tenga espacio material en una feria del libro. Hace ya años, allá por los ´90, nos llamaban locos a los libreros que nos dedicábamos a comercializar contenidos educativos y culturales en formato Cd-Rom. Quizá fuéramos visionarios.

Me han llamado la atención las distintas reacciones y opiniones que, como cada año, se suscitan en los medios en torno a las dos ferias del libro de otoño, Liber y Fráncfort. De las que he leído me quedo con dos: Gonzalo Pontón nos hablaba estos días de cómo «la edición MacDonald comenzó en los ochenta»; por su parte, Jorge Volpi asegura rotundamente: «El predominio del libro electrónico podría convertirse en la mayor expansión democrática de la cultura desde la invención de la imprenta».

El segundo comentario me parece que peca de la gran ingenuidad propia del optimismo ilustrado, el mismo que desde hace tres siglos cree a pies juntillas que la democratización global del planeta es un salto evolutivo imparable, en el que las nuevas tecnologías, limpias de polvo y paja, es decir, asépticas ideológicamente (como si esto no fuese ya una ideología) lograrán un beneficio colectivo sin más. La primera declaración, en cambio, me parece más realista, y tiene cierto tono de militancia: a pesar de la macdonalización de la edición, aún quedamos algunos que defendemos la edición-cultura, casi contracorriente.

Como en otras cosas, Liber es más una plaza de mercado que un dinamizador cultural. Algunos siguen considerando la edición como una industria: quizá el problema empezó el día en que a alguien se le ocurrió esta idea. Es más, quizá como industria tenga los días contados. Algunos, en cambio, defendemos y valoramos la edición como oficio, en la militancia por la cultura, que aspira a algo más que a una democratización ramplona y de mínimos, y todo ello sin renunciar al negocio, que no nos engañemos, es del céntimo. Oficio de vida, el de editor.

5 comentarios en “El libro después del Liber”

  1. Creo estar de acuerdo con casi todas tus reflexiones. Nuestra editorial Alrevés también busca oficio y sí, creo que Volpi peca de optimismo. El libro electrónico en una sociedad que indudablemente deberá cambiar de valores a medida que avanza una crisis que es más que económica, no será la herramienta clave para la democratización mundial. Una democratización que por cierto, no tiene porque resultar en una democracia igual a la que conocemos. Estamos en un cambio de paradigma mundial que cambiará mucho nuestra percepción de muchas cosas.
    El Liber como siempre, se queda corto de nuestras expectativas. La exportación es un mercado limitado y a día de hoy, desconocido en gran parte por nuestra falta de conocimiento de dónde queremos exportar. Dejan mucho que desear por otro lado los bibliotecarios que envían al Liber los Estados Unidos.

    1. Te agradezco tu comentario Gregori. El optimismo con las nuevas tecnologías es ingenuo y casi perverso. Las nuevas tecnologías y su generalización no garantizan, automáticamente, ni la cultura ni la democracia, sino que responden a unos intereses creados. Me gustaría saber la proporción de libros digitales, frente a juegos de entretenimiento, que contienen los iPad de los españoles. Por otra parte, aunque son herramientas de trabajo útiles, las ferias del libro son un modelo a revisar: las acciones de los editores independientes deben trascender ese formato y abrir otras fronteras. Ahí sí que han sido útiles las tecnologías de comunicación 2.0. Gracias a ellas, por ejemplo, podemos tener esta conversación. Un placer y bienvenido a esta tu casa forcoliana.

  2. Las tecnologías disruptivas generan siempre en las industrias establecidas un rechazo absoluto. El que no quiera entender que sus libros tienen que estar gestionados digitalmente (con metadatos de calidad, que los hagan visibles, sean estos digitales o en papel), está como muchos copistas a mediados del siglo XVI; aún no se habían enterado de que existía la imprenta, y los que lo sabían, decían que no servía para sus hermosas copias. Hay que ser optimista, o sino, dejar de editar. El papel no muere, es el lector el que decide que quiere leer de forma ubicua (ahora en papel, luego en tablet y en la oficina en el ordenador). ¿quienes somos nosotros para negarlo?

    1. Buen análisis y oportuno comentario, estimado Miguel. No creo que nadie ponga en duda a estas alturas las utilidades de las nuevas herramientas y tecnologías. El problema es dotarles de bondades superiores a sus propias prestaciones operativas, como se insinúa en el artículo mencionado: por utilizar el iPad una sociedad, conjunto de personas, no va a ser más culta, más sabia ni más democrática. Eses es el debate de fondo. Respecto a la industria del papel, vivirá nuevos tiempos, distintos, no me aventuro a decir más, porque no soy gurú. Aunque sí habría que subrayar que los ingenieros y empresarios del papel, es decir, los editores, han hecho mucho por la cultura y la democracia en los últimos quinientos años. Seamos justos

  3. Una vez más estoy de acuerdo contigo Francisco. Una cosa es opinar, como lo hago yo, que la tecnología digital hay que explotarla, en Alrevés la mayoría de nuestros libros están disponibles en ePub y en formatos para iPad. Lo otro es pensar que la democracia y el pensamiento humano cambiarán de forma rotunda gracias a las nuevas tecnologías. Las tecnologías hay que adoptarlas, claro que sí Miguel, pero cómo influirá en la democracia y en la humanidad es a día de hoy impredecible.

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