Luis Pardo / Hoyesarte, 29 de diciembre de 2023
Quienes siguen las noticias sobre arte seguro que lo recuerdan porque pasó no hace tanto. El urinario (1917) de Marcel Duchamp o el óleo sobre lienzo de Kazimir Malevich conocido como Blanco sobre blanco (1918) parecían perder audacia casi un siglo después, en 2021, ante la escultura invisible titulada Delante de ti, que concibió y vendió el artista italiano Salvatore Garau por 28.000 euros. O ante la venta de la obra The Pixel, consistente en un punto digital de color gris sobre una pantalla. Ésta última adquirida por solo algo más de un millón de euros. Casi aún más hilarante que semejante trabajazo artístico es el tuit del comprador, un tal Eric Young, que debería lucir a la vera de tamaña creación: “Enhorabuena a @muratpak —el autor del píxel— ¡¡por una increíble y reflexiva colección!! El píxel ocupó gran parte de mi mente los últimos días. ¿Cómo reflejará la historia este momento? ¿Cómo se recordará esta pieza? ¿Cómo seré recordado yo?”.
Corría el primer año pospandémico —eso que llamábamos entonces la nueva normalidad— y aún no estaba claro que fuéramos a superar el colapso. Un día el mundo se paraba y al otro una panda de colgados partidarios de Donald Trump asaltaba el Capitolio de Estados Unidos. A estas alturas, ¿a quién podía extrañarle que alguien soltara una pasta por un píxel o se llevara tan feliz a casa algo que no existe? Nunca está de más saber qué piensan los teóricos sobre este arte que nos deja perplejos. Y ahí están siempre las reflexiones de Fernando Castro Flórez (Plasencia, 1964). En este caso y sobre este asunto, en el libro Sin escapatoria en el planeta de los simios, con el cual el profesor, filósofo y crítico completa una trilogía sobre arte contemporáneo que incluye Mierda y catástrofe (2014) y Estética de la crueldad (2019), todos publicados en la editorial Fórcola.
No es precisamente el autor ejemplo de intelectual que odie lo nuevo si bien el libro acusa —y así debe ser: por lo que tienen de cuadernos de bitácora pegados a la actualidad— un tono un tanto agitado y pelín gruñón marcado por el momento. “Bastantes sujetos a los que parece sobrarles el ‘dinero’ tienen miedo a perderse algo tan ‘nuevo y radical’, descartando la posibilidad de que todo sea una mezcla de timo y frikada”, escribe Castro Flórez en uno de los textos más lúcidos de un libro que requiere una lectura atenta, de ahí que sea buena idea que su extensión no abrume. Es también digno de elogio que el despliegue de citas no incurra en el envaramiento académico. Muy al contrario: muchas de ellas incitan a querer leer más de los citados y se agradece la bibliografía.
Arte y política
Como pensador, Castro Flórez, que se ha mostrado siempre muy partidario de un arte que mire los problemas del mundo, sigue en eso a Ortega y Gasset, siempre pendiente de los desafíos de su tiempo, quizá, por cierto, el escritor más citado en el libro con Baudrillard, Walter Benjamin o Foucault. De hecho, es transparente que coincide plenamente con éste último cuando recuerda que “en el cinismo del arte actual falta ‘el coraje de la verdad”, que reclamaba el filósofo francés en sus cursos de los años ochenta.
En su repaso hay espacio para el retrato y la máscara, las redes sociales y los realities televisivos, las distopías y la amenaza neoliberal, si bien hay para todos: “Estamos en un momento en que la derecha está entregada (con todo gusto) a los perversos placeres de la obscenidades, incluso la ironía, viralizando toda clase de memes, mientras que la izquierda está cada vez más atrapada en un patético y ascético moralismo puritano”.
Por último, está bien, recién terminado el libro, revisar El planeta de los simios, la primera de todas, la de 1968, con ese Charlton Heston que al inicio de la película apura un purito y se recuesta sobre un sillón de cuero negro en una nave que ha envejecido mal. El final, en cambio, no ha perdido un ápice de fuerza.