Al cruzar el cancel: paseos mexicanos

Al cruzar el cancel, aun antes de cruzarlo,

desde la entrada al patio, ya sientes ese brinco,

ese trémolo de la sangre,

que te advierte de una simpatía que nace.

«Un jardín», de Variaciones sobre tema mexicano, Luis Cernuda

Paseo dominical: el taxi nos deja en una alegre plaza donde uno cobra inmediata conciencia de que el tiempo se ha ralentizado. La carrera desde la entrada de la FIL ha durado unos veinte minutos, atravesando avenidas densamente pobladas de tráfico ruidoso, custodiadas a ambas márgenes por arbitrarias construcciones sin ningún encanto, desde chamizos hasta gasolineras, zonas industriales o garajes, campos sin desbrozar o áreas ferroviarias a la salida de Guadalajara, en el estado de Jalisco.

Llegados a Tlaquepaque, junto al jardín Hidalgo, la vida cobra densidad y silencio, nuestra respiración se acompasa al ritmo del pueblito. Comienza nuestro paseo encaminándonos hacia la parroquia de San Pedro, en dirección norte. Atrás quedan, aunque sea por unas horas, el ajetreo frenético de la Feria del Libro, siempre sorprendente y seductora, pero  inabarcable e inagotable. Enseguida enfilamos la popular Independencia, la milla dorada de Tlaquepaque, abarrotada de tienditas instaladas en antiguas villas de estilo colonial, una calle llena de colores y olores, sensaciones penetrantes con un alto poder relajante, casi hipnótico. Uno llega a perder la noción del tiempo, o a convencerse realmente que el tiempo no pasa, simplemente es un estado de ánimo.

Nos acercamos a nuestro lugar de destino, pero antes, casi en la esquina de Prisciliano Sánchez, nos llegan de nuevo los corridos cantados por aquella ciega anciana, de edad incalculable, acompañada al guitarrón por uno de sus hijos. Parece que la anciana lleva en ese mismo lugar tanto como el propio pueblito, y los corridos viejos, muy viejos, anteriores incluso a la independencia mexicana. Finalmente atravesamos la cancela y llegamos a El Patio, nuestro habitual destino gastronómico cada primer domingo de la FIL. El corazón da un salto, porque hemos vuelto. Es la gran paradoja: el viaje y la salida de uno mismo para encontrarnos a nosotros mismos, los mismos, pero ya no iguales.

Mis viajes a México (unos cuantos desde hace diez años) me han permitido encontrarme a mí mismo, dar sentido a lo que hago. El encuentro con la otredad, que diría Octavio Paz, esa voz distinta de uno mismo, con la que todo encuentro propicia una experiencia reveladora de sentido. Mi querido amigo Juan Malpartida lo define muy bien en La perfección indefensa: «lo óptimo para el sujeto es que esté a menudo en crisis. Un sujeto estable, o carece de tiempo e historia o niega estas categorías y vive, en la manera que esto sea posible, frente al mundo; lejos de ser una conciencia fluida, se cosifica; la falta de interacción lo vacía». Con Paz descubrimos que «el ser no es lo uno, sino la búsqueda de lo otro». Incluso ahora tiene más sentido lo que ayer mismo hablaba con una buena amiga: «La muerte [la máxima otredad que podemos imaginar] no puede ser expulsada, la muerte debe ser reconciliada».

No es casual, por tanto, que ya hace un año eligiese precisamente la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para presentar Fórcola en sociedad. Y tampoco es casual que el libro señero de la primera colección fuese precisamente el de un ensayista mexicano. El pensamiento en español, el ensayo hispanoamericano, brilla con especial intensidad en tierras mexicanas; siendo el ensayo un género tentacular, en manos de escritores mexicanos se vuelve ciertamente inesperado, en palabras de Malpartida. El libro de Juan Domingo Argüelles inaugura una de las corrientes subterráneas de este proyecto editorial, que responde a su vocación transoceánica o panhispánica.

Si el año que ahora se cierra ha contado en nuestro catálogo con dos ensayos de sendos mexicanos, el mencionado Juan Domingo (Chetumal, 1968) y Mauricio Montiel (Guadalajara, 1968), el año 2011 no va a ser menos: en el primer semestre Fórcola publicará tres libros procedentes de México, de importante relevancia, no sólo por el prestigio de sus autores, sino por la valía de sus ensayos.

Comenzaremos con el propio Juan Domingo Argüelles, con un impactante testimonio titulado Escritura y melancolía, que nos narra un viaje de ida y vuelta al sobrecogedor mundo de la depresión mental. Continuaremos con un hermoso documento histórico, Libros y libreros en la Antigüedad, del erudito Alfonso Reyes (1889-1959), uno de los padres del ensayismo mexicano. El tercero, y no menos importante, será la estrella de la colección Singladuras: una edición crítica y definitiva de Los signos en rotación, de Octavio Paz (1914-1998).

Este año no he podido ir a Tlaquepaque, pero comienza, en breve, un nuevo año, una nueva esperanza.

1 comentario en “Al cruzar el cancel: paseos mexicanos”

  1. Juan Domingo Argüelles

    Mi muy querido Javier:
    ¡Cuánta hondura y melancolía de la buena en tus evocaciones mexicanas! No estuviste este año en Tlaquepaque, pero como si hubieras estado. Ya regresarás en 2011 y nuevamente recorrerás tus pasos que dejaste en esas calles de colores, aromas y sensaciones. Va un abrazo fuerte, muy fuerte, de tu amigo y lector.
    JUAN

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