Andrés Amorós publica «Retratos», una sátira de la sociedad actual

Mario de las Heras / El Debate, 28 de octubre de 2024

Andrés Amorós: «Propuse para el Princesa de Asturias de las Artes a Clint Eastwood: sin éxito, por supuesto»

El catedrático de Literatura, escritor multipremiado, actualmente crítico taurino en El Debate y autor de más de 175 libros de narrativa, teatro, ensayo, crítica literaria, música y tauromaquia, publica Retratos. Historias verdaderas y fingidas (Fórcola, 2024)

Andrés Amorós tiene 83 extraordinarios años. Lleva cerca de una década publicando un libro por año, y hasta más de uno. Él siempre dice con modestia cuando se le recuerda: «Qué va a hacer uno si solo sabe hacer una cosa».

Pero son muchas cosas: es la literatura y la música y los toros y el fútbol y el arte (como El arte de la pintura de Vermeer que ilustra la cubierta de su nuevo libro), y en medio de todo ello la vida que fluye en esencia y que él cuenta con la claridad y el gusto y el sonido de un arroyo de otra época bien en sus libros o en sus artículos y crónicas periodísticas, o bien de viva voz en sus intervenciones radiofónicas, presentaciones y demás eventos.

Desde hace años, uno recibe con pimpante orgullo cada una de sus nuevas obras con amable dedicatoria como si fueran regalos preciosos. Aquí está el último de ellos: Retratos. Historias verdaderas y fingidas (Fórcola, 2024).

— Después de sus últimos libros de ensayo, Las cosas y de la vida y Filosofía vulgar, tan llenos, como siempre, de erudición literaria, regresa con un libro de narrativa, ¿cómo surgió?

— Me divertía hacer una sátira de la sociedad actual, con sus virtudes y miserias: todos somos hijos de Dios, pero el diablo no para de enredar… Solo en tres casos, los de tres personajes que estimo mucho, digo los nombres: el músico Carmelo Bernaola, el pintor Sigfrido Burmann y el torero Ignacio Sánchez Mejías. Esta es un libro de ficción, pero está basado en la realidad. Es una obra de clave: salvando todas las distancias, es el mismo procedimiento que usan Valle-Inclán, en «Luces de bohemia», y Pérez de Ayala, en «Troteras y danzaderas». Eso me ha dado más libertad, al escribir. Para el lector, puede ser un juego entretenido intentar descifrar esas claves.

— Lleva cerca de una década publicando un libro por año, o incluso más, en una época de la vida en que los hombres suelen tomárselo todo con más calma, como dijo Serrat que hacía él mismo el otro día en Oviedo. Usted no se baja del escenario…

— Si no sirvo para otra cosa… Y lo haré mejor o peor, pero soy escritor: de eso no me canso. Uno escribe con todo lo que ha vivido… y también con lo que no ha vivido, pero ha leído y ha soñado. Esta vez, me ha gustado contar historias aparentemente sencillas, que hagan reflexionar un poco al lector sobre los misterios de la condición humana.

— Hablando de Serrat, ¿cree que es un buen Premio Princesa de Asturias de las Artes? ¿Hubiera podido serlo, en su opinión, de las letras, como Nobel fue Bob Dylan?

— El Premio de las Artes tiene el inconveniente de que puede premiar a figuras de sectores artísticos muy variados. Yo propuse a Clint Eastwood: sin ningún éxito, por supuesto. (Creo que se equivocaron). También me habría gustado que se premiara a Manuel Alejandro. Y, por supuesto, a un torero. Aunque un inculto ministro no se entere, la copla y la Tauromaquia son artes de España.

— Usted no se baja del escenario, pero tampoco se corta la coleta. El que sí se la ha cortado es Errejón y el que no hay manera de que se la corte es Pedro Sánchez…

— El mejor comentario es el de un personaje de La Regenta: «Todos somos frígilis». Pero no es de recibo echar la culpa de nuestras debilidades a la sociedad. Peor es la hipocresía, el que hace lo contrario de lo que pregona públicamente. Y no tiene ninguna disculpa la mentira sistemática. Pero, aunque sea difícil, no hay que perder la esperanza. Nos lo dice Cervantes: «Aún hay sol en las bardas».

— ¿Qué le hubiera gustado más ser, futbolista (del Real Madrid, por supuesto) o torero?

— Torero, ni me lo imagino: no tengo valor. Pero soy buen aficionado. Me gusta el fútbol: sufro y disfruto con el Real Madrid. Pero lo que más me hubiera gustado, sin duda, es ser músico: compositor o director de orquesta.

— ¿De algún modo con su actividad literaria, periodística y creadora ha satisfecho sus pasiones sin tener que fajarse sobre el césped o sobre la arena?

— Uno intenta compensar sus fracasos y limitaciones con la literatura. Lo definió perfectamente Antonio Machado: «Se canta lo que se pierde».

— Intuyo que la libertad narrativa de sus Retratos ha sido gozosa en el sentido de no tener que estar sometido al rigor de la cita. Hay nostalgia, humor…

— Desde luego que he disfrutado escribiendo: sufrir escribiendo no tiene sentido, a nadie le obligan a hacerlo. Otra cosa es cuando relees lo que has escrito: siempre queda por debajo de lo que intentabas… En este caso, el no mencionar los nombres reales de los personajes me ha dado mucha libertad. Creo que en este libro hay bastante humor, no siempre con buena idea.

— Sus retratos parece que se leen como el suave discurrir de un río, pero, sin esperarlo, de repente hay rápidos o directamente cascadas como en Una tragedia griega, lo que parecía ser no era…

— En alguno de estos «Retratos» predomina el sarcasmo; en otros, el afecto; en todos, una ironía de clara filiación cervantina, que contempla y disculpa las debilidades humanas. Por eso he adoptado el sabio lema de Shakespeare: «Son cosas de hombres y mujeres, nada más».

— Desde luego no son los relatos que alguien como el ministro de Cultura alabaría después de ver la procesión de Premios Nacionales que ha concedido este año.

— Es un buen elogio, muchas gracias. Decía Pérez de Ayala que el artista es como el arquero: debe apuntar a lo más alto, porque sabe que su flecha caerá luego inevitablemente hacia el suelo. Un escritor de relatos debe escribir pensando en Cervantes, aunque se quede a infinita distancia de él, no en Urtasun.

— En muchos de los relatos se da un curioso patrón: son un recuerdo de un tiempo que pasó y que el mismo tiempo le devolvió pasado, valga la redundancia, el tiempo. ¿Quizás tenía una necesidad de reflexionar, tenía una deuda con todos estos recuerdos?

— Lo dijo Quevedo: el tiempo nos hace y nos deshace. A veces, parece volver a darnos una segunda oportunidad… En cualquier vida humana, suelen ser decisivas la relación con el padre y con alguien que nos influyó, en la adolescencia; nuestro primer amor… Todo eso lo llevamos dentro: los escritores intentamos transmitirlo.

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