Se llamaba Segundo. Era y vivía en un pequeño pueblo de Soria, cerca de San Esteban de Gormáz, localizado en el límite de la demarcación vitivinícola de la Ribera del Duero. Era un hombre sabio, esa sabiduría atesorada a lo largo de los siglos, mezcla de saberes del campo y fina ironía de la vida, de aquellas gentes que nos miran a los de ciudad con escepticismo y con un poco de paternalismo, como si fuésemos niños perdidos, hombres sin raíces, vidas llenas de ruido y vacías para lo que verdaderamente importa: las cosas sencillas de la vida, las de verdad. Le conocí en 2011, y le hice esta foto, en su era, en un paseo por los campos de Soria. Finalmente, la foto ilustró la cubierta de Imagen del paisaje, el hermoso texto que el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón dedica a la idea del paisaje en los escritores y poetas de la Generación del 98 y en Ortega y Gasset. Esto fue hace ya unos años, cuando no estaba de moda hablar de la España deshabitada (mejor que esa torpe etiqueta de la «España vaciada»). Hoy me han comunicado que Segundo ha fallecido, con 84 años. Ha muerto de lo que mueren los afortunados: ha muerto de viejo. Ando leyendo estos días de confinamiento a Miguel Delibes, Diario de un cazador, y esta madrugada, en el silencio de la noche, al leer estas líneas, me acordé de Segundo, sin saber que ya había muerto: «Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual si uno fuera Dios». Querido Segundo, ya estarás «meneando las tabas» en los campos del Padre. Ruega por nosotros, que tanto nos hace falta, y descansa en paz.
