Desdoblarse para existir

«No hablo la lengua de las realidades, y entre las cosas de la vida me tambaleo como un enfermo que ha guardado mucha cama y que se levanta por primera vez.»

El libro del desasosiego me lleva acompañando desde hace años, la lectura de Pessoa es siempre, a modo de un ritual, una relectura que, cada vez que programo un viaje, me despierta de la rutina y me hace reflexionar, tomando conciencia, en escorzo, de lo fugaz y provisional de toda aventura personal. De esa melancolía pessoana se hace eco el libro de Carlos Eymar, El funcionario poeta: «ninguna obra como El libro del desasosiego ha sabido extraer tanto jugo de la vida sin brillo del oficinista».

Nos dice Pessoa, en otro momento: «Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos, en un anochecer de la conciencia, nunca seguros de lo que somos y de lo que nos suponemos ser». Eymar dirige su mirada hacia ese oficinista, trasunto de funcionario, que «percibe, tenuemente, a través de la ventana, el bullicio y los olores callejeros, abandonándose, con resignación a una suave melancolía que sabe estéril cualquier intento de huida». Fue en algunas de las múltiples oficinas comerciales de Lisboa donde Pessoa escribió muchas de sus poesías, donde sufrió, amó y se estremeció ante las tormentas.

«¿Qué secreto vínculo pudo establecerse entre su alma poética y la frustrante realidad oficinesca?», se pregunta Carlos Eymar en un libro que pretende desgranar una estética de la burocracia, utilizando como pilares la vida y la obra de escritores como el propio Pessoa, representante de una poetización de la oficina, Kafka, ejemplo de la doble vida que todo funcionario poeta lleva modo de homo duplex, o Kojève, ejemplo a su vez del funcionario cosmopolita.

Juan Malpartida afirma que «Carlos Eymar sabe pensar y escribir, y de esta manera nos reconcilia, así sea por un rato, con nuestra conflictiva dualidad». El personaje de «Ante la Ley», a modo de alter ego del propio Kafka, en ese universo kafkiano hecho de escaleras crecientes, pasillos interminables, suelos minados, trampillas o ventanucos secretos, ejemplifica que, ya sea Dios, emperador, jefe o padre, de lo que se trata es de desvelar la intención de aquellos fugitivos legisladores. Kafka intenta explicar los misterios que entraña el poder, tan sólo entrevistos en la desazón como individuo sometido.
Mediante la parábola, mejor que con cualquier otra descripción directa, el funcionario poeta «puede aproximarse a la comprensión de una sociedad y una vida paradójicas: Kafka se somete al padre y se hace funcionario para, después, tratar de liberarse reinterpretando literaria y alegóricamente su sumisión».

El libro de Carlos Eymar se hace eco de la peculiar toma de conciencia de sí de estos escritores funcionarios, que a modo de aureola, son un aliciente estético que ejemplifica la vocación de los que aún no han asumido la derrota de sus sueños creadores. El funcionario «lleva una vida privada demasiado simétrica a su función pública»; parece una «marioneta dirigida por hilos invisibles de microchips y ondas electromagnéticas», un «actor privado», «bufón anónimo», cuya doble vida implica un paso más hacia el abismo. Este «hombre cibernético, telemático, unidimensional, monocerebral, ordenántropo», ha convertido el fuego de Prometeo en un horno crematorio, donde toma conciencia del vacío y del absurdo, donde descubre «su condición de máquina, de muerto viviente».

En opinión de Rafael García Alonso (aquí y aquí) «quizá sea la astucia una de las cualidades que recorren solapadamente este ensayo singular. Pues, efectivamente las dualidades que hilan este libro tienen un punto común en la estrategia del desdoblamiento».

El funcionario poeta se alza como el arquetipo de ese impulso al desdoblamiento que pretende, a veces sin conseguirlo, sortear la realidad amenazadora, convirtiendo su obra en una extraña forma de búsqueda de la verdad, una protección contra la muerte, el cautiverio o el poder que nos somete.

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