Íñigo Linaje / Culturamas, 26 de septiembre de 2024
Al margen del hogar que habitamos, todos tenemos casas paralelas a la casa de la vida: la casa del cine, la casa de la literatura. Lugares en los que nos refugiamos para encontrarnos con nosotros mismos. Un recorrido por esos hogares que han inspirado cientos de libros y películas es lo que nos propone en su último ensayo la escritora y traductora Amelia Pérez de Villar (Madrid, 1964). El libro, titulado Domus Aurea (Editorial Fórcola), tiene un subtítulo explícito: “Las casas de la vida, la literatura y el cine”.
Prologado por el periodista David Felipe Arranz, Domus Aurea comienza analizando la etimología de la palabra “casa” como lugar de recogimiento y reposo, como espacio de intimidad. Aunque la casa -una casa abandonada- puede ser todo lo contrario, un lugar inhóspito lleno de recuerdos y fantasmas. Es ahí donde la autora enlaza su narración con la literatura gótica, cuyos máximos exponentes en los siglos XVIII y XIX son Mary Shelley y Bram Stoker.
A partir de ese momento, Pérez de Villar se sumerge en un buen puñado de obras literarias de autores tan dispares como Scott Fitzgerald, Mercé Rodoreda o Giorgio Bassani, haciendo un repaso de sus argumentos y centrando su atención en los hogares en las que fueron ambientadas, además de en los espacios adyacentes a estos: los jardines, los desvanes, los vestíbulos.
La sección quinta del libro –“Casas de cine”- hace un repaso por distintas construcciones que han quedado ligadas a películas inmortales de la historia del celuloide. Y es que son infinitos los escenarios que atesora la memoria de cualquier cinéfilo. Inspiradas en arquitectos como Le Corbusier o Frank Lloyd Wright, la mansión de Psicosis, por ejemplo, es un icono en este sentido, y quizás la imagen más emblemática e inquietante de la historia del cine.
Enriquecido por dos álbumes fotográficos que muestran muchas de las casas, palacios y mansiones que recorre la autora en su trabajo, Domus aurea es un ensayo minucioso y bien documentado que pone de relieve un elemento físico y arquitectónico en el que no siempre reparamos, porque casi es una extensión de nosotros mismos. Como bien dice Amelia Pérez de Villar, “solo la casa que habitamos, en el presente o en el pasado, nos habita a nosotros, nos conforma y nos constituye. La casa es cuna, escuela y tumba. Es probablemente, lo único que tenemos, aunque no la poseamos. Sin casa no existe el ser humano como individuo, y mucho menos como animal social”.