Las casas de la vida, la literatura y el cine

Marta Vallas / Libros, nocturnidad y alevosía, 4 de octubre de 2024

Cuando pensamos en las casas que conocemos o hemos visto en el cine o leído en alguna novela, imaginamos arquitecturas complejas con habitaciones, rincones y espacios, y a las que añadimos las experiencias e historias que acumulamos a lo largo del tiempo. Algo parecido es lo que me ha ocurrido con Domus Aurea subtitulado Las casa de la vida, la literatura y el cine de Amelia Pérez de Villar (Fórcola, 2024).

Como escribe David Felipe Arranz en el prólogo, este libro reúne las casas que conocíamos y otras de las que no teníamos noticia y establece una red de relaciones asombrosa mucho más allá del “inventario erudito”. 

Las edificaciones de las que nos habla Amelia Pérez de Villar (muchas de las cuales se pueden ver en las fotos de los cuadernillos del volumen muy bien editado),  son reales o están construidas con los ladrillos de la imaginación humana, como puede ser en el caso de la literatura y el cine, pero cada página tiene su propio significado, símbolo y resonancia. Este marco metafórico creado por la autora nos ayuda a explorar la casa desde todos los ángulos.

En la literatura y el cine, el vestíbulo es el principio: el primer capítulo, la escena inicial. Amelia Pérez de Villar hace un repaso de la literatura gótica en la que tanta importancia tiene la casa, desde El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole hasta muchas otras obras, sin olvidar Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brontë la primera novela en la que una casa es un personaje más, sin olvidarse de Stephen King y las últimas películas de este género y preguntarnos, frente a esas edificaciones tenebrosas, si es peor quedarse fuera o entrar.

Después del vestíbulo se encuentra el jardín, un lugar de crecimiento, belleza y, a veces, naturaleza salvaje. Como espacio al aire libre, abierto a las posibilidades, lleno de potencial, en la literatura y el cine, el jardín permite el desarrollo de los personajes y el florecimiento de la trama.

En El jardín de los Finzi-Contini (1962) la novela de Giorgio Bassani, la casa de la familia Finzi-Contini es un poderoso símbolo de privilegio, aislamiento y pérdida inminente. Ambientada en la Italia de la Segunda Guerra Mundial, los Finzi-Contini son una familia judía adinerada que se refugia en la seguridad de su inmensa finca cuando las leyes antisemitas y las tensiones políticas aumentan a su alrededor.

A medida que avanza la historia, la finca se convierte en un lugar de tensión emocional y tragedia final, ya que el destino de la familia Finzi-Contini refleja el de los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. La casa y el jardín, antaño hermosos y llenos de vida y vitalidad, se ven acechados por el fantasma de la destrucción, sin que su belleza ofrezca defensa alguna contra los horrores de la época.

Otro jardín que se cita en este capítulo es el de la novela El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitztgerald. El jardín de la mansión de Gatsby es el escenario de sus extravagantes fiestas, que enmascaran su profunda soledad y su obsesivo amor por Daisy. En estas historias, el jardín no es sólo un telón de fondo, sino un espacio vivo que refleja la vida interior de los personajes. Es donde se plantan las semillas de la trama, donde crecen las apuestas emocionales y donde pueden coexistir la belleza y el conflicto.

Manderley, Xanadú y Bates Motel

Las casas que aparecen en el cine tienen una parte importante de este libro, donde Amelia Pérez de Villar nos muestra tres casas emblemáticas -Manderley, de Rebeca (1940), Xanadú, de Ciudadano Kane (1941), y el Motel Bates, de Psicosis (1960)-y  que  son tan memorables como los propios personajes.

Manderley, la gran finca de Rebeca (1940), de Alfred Hitchcock, es más que una casa: es una presencia inquietante que se cierne sobre toda la película. Cuando la nueva Sra. de Winter llega a la mansión de su marido, se ve inmediatamente empequeñecida por la opresiva grandeza de Manderley, que parece conservar el espíritu de la primera Sra. de Winter, Rebeca. Manderley es un símbolo de la influencia del pasado sobre el presente, donde los secretos permanecen enterrados y las tragedias del pasado siguen proyectando largas sombras.

En Ciudadano Kane (1941), Xanadú es el palacio de Charles Foster Kane, un monumento a su riqueza y poder. Siguiendo el modelo de la mansión real de William Randolph Hearst, Xanadú es el intento de Kane de crear su propio paraíso, lleno de arte, tesoros y lujos de todo el mundo. A pesar de su grandeza, Xanadú es una cáscara hueca, que representa la soledad y el vacío emocional de Kane y su profundo anhelo de algo que nunca pudo alcanzar: el amor y la felicidad.

El Motel Bates, con su aspecto inquietante y ruinoso, desempeña un papel fundamental en Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock. Situado bajo la imponente casa gótica en la que vive Norman Bates, el motel es un lugar de falsa seguridad, una fachada para los horrores que se esconden dentro de la casa de los Bates.

Como leemos en el libro, cada una de estas casas es mucho más que un mero escenario; son personajes por derecho propio, que encarnan los estados psicológicos y emocionales de los protagonistas al tiempo que influyen en el curso de sus historias.

No podía faltar la gran novela del escritor inglés Evelyn Waugh Retorno a  Brideshead (1945). La casa de Brideshead funciona como símbolo de la memoria, la fe y las cambiantes mareas de la sociedad británica. El castillo de Brideshead, hogar ancestral de la familia Flyte, no es un mero telón de fondo de los acontecimientos de la novela. La casa ocupa un lugar central en la exploración que hace la novela sobre la memoria, la pérdida y la redención. Es el ancla del pasado de los personajes y de sus viajes espirituales, y representa tanto el encanto de la tradición como el inevitable declive de la grandeza mundana.

Amelia Pérez de Villar no solo nos cuenta la historia de las residencias que aparecen en películas y libros o revistas dedicadas a la casa, sino que incluso nos conduce al desván, un lugar de secretos y recuerdos donde guardamos las cosas que hemos ocultado durante mucho tiempo. En la literatura y el cine, el desván suele ser un espacio de tensión psicológica, que representa la mente inconsciente o los aspectos más oscuros de la experiencia humana.

Jane Eyre (1847), de Charlotte Brontë, cuenta con uno de los desvanes más famosos de la literatura, donde se esconde Bertha Mason, la primera esposa de Rochester, que simboliza las pasiones y traumas enterrados que atormentan a los personajes.

El mausoleo nos recuerda que todos los viajes tienen un final, pero en ese final suele haber muchos tropiezos, como narra Amelia Pérez de Villar del mausoleo de Julius Beer, Highgate, Londres.

Esta libro de Amelia Pérez de Villar contiene también una pequeña parte de nosotros. Porque a medida que leemos comprendemos que cada espacio, desde el zaguán hasta el desván, es esencial para la arquitectura de nuestras vidas y las historias que nos contamos.

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