14 de octubre. Se cumplen dos años (dos años, ya) de la muerte de Eduardo Arroyo. Pintor, escultor, grabador, escritor, podríamos decir que, como manda el tópico, era un hombre del Renacimiento. El exilio en Francia desde 1958 le marcó profundamente, reforzando, por un lado, su militancia política e intelectual contra el régimen franquista; y, por otro, su amor y pasión por España, sus mitos y sus iconos, desde Doña Inés y su Don Juan, hasta el Caballero de la triste figura, manifiesto en uno de sus últimos cuadros: Le retour des croisades (2017).
He tenido el privilegio de ser uno de sus últimos editores: en enero de 2018 recuperamos uno de sus más queridos libros, Panamá Al Brown, la biografía, revisada y actualizada, del gran boxeador campeón del mundo y amigo de Cocteau.
Pero Arroyo está muy presente en nuestro catálogo de otra forma muy querida para nosotros: ilustrando las cubiertas de varios de nuestros libros. Y ahí están sus maravillosos cuadros: «Le retour des croisades», en Un andar que no cesa, de Ramón Acín; «Piano, místico, y cuatro moscas», en Musica reservata, de José Luis Téllez; «Beethoven», en Las nueve sinfonías de Beethoven, de Marta Vela; y «José Blanco White amenazado por sus seguidores en el mismo Londres», en Los enemigos del traductor, de Amelia Pérez de Villar. No quedará ahí la cosa, y nuevas cubiertas iluminarán los libros de Fórcola con imágenes de Eduardo Arroyo: es nuestro personal homenaje a un gran artista y excepcional persona. Maestro, se te echa mucho de menos.