Desde hace más de 15 años soy «guardián de la puerta». Es algo que descubrí con el tiempo, tras lecturas y relecturas del cuento de Kafka titulado «Ante la ley». Este cuento, como sabrán, tiene mucho de enigma, se inspira en la Cábala y oculta un misterio.
Recordarán, aquellos que lo hayan leído, la frustración de su protagonista cuando, tras varias jornadas que se eternizan en el tiempo, no logra atravesar la puerta que un fornido guardián custodia con mirada amenazante. Pues bien, durante muchos años busqué en este cuento la solución al sentido de mi vida, pero como todo misterio, no tiene solución; sólo los problemas tienen solución. Vivimos en un mundo que está cargado de problemas, o se los busca, y que pasa la vida intentando solucionarlos. Pero el sentido de nuestras vidas poco tiene que ver con estadísticas y razones, y menos con solucionar problemas. En cambio, el sentido de nuestra vida se juega en unos pocos misterios y enigmas, que cuentos e historias como el de Kafka nos plantean como un reto a descubrir. Les confieso con rubor que durante años leí de forma incorrecta el cuento de Kafka porque, como mal lector, me identificaba con su protagonista. Lector adolescente, me dejé llevar por una primera lectura superficial del mismo, y sufrí los mismos agobios del protagonista, hasta que hice mío el misterio que ocultaba: cambié de punto de vista y concentré mi atención en el guardián.
Como guardián de la puerta llevo más de quince años siendo primero librero y ahora editor. Durante esos años, cientos de ustedes se han acercado a mí con una mirada triste, un pesar en el corazón, una condena en su ánimo. Todos ustedes han venido ante mí dando cuenta de una ley no escrita, pero grabada a fuego en el consciente colectivo, que les obliga, más tarde o más temprano, como el protagonista del cuento de Kafka, a presentarse ante la puerta que custodio. Esa Ley tiene una sola sentencia: «Hay que leer». Entiendo perfectamente que recelen de mí. Ustedes cumplen una obligación, una condena, pero no son conscientes de haber incurrido en delito alguno; ustedes realmente no han hecho nada para merecer este castigo. Y entiendo también que, al verme por primera vez, desconfíen de mí: no parezco muy de fiar, ahí plantado ante la puerta, siempre entre libros. Pero claro, ustedes no me conocen aún y no saben cuál es mi misión.
Mi misión. Fíjense, no he hablado de trabajo, y menos de empleo. Parte del enigma tiene que ver con descubrir cuál es la misión de nuestra vida. Desde hace muchos años hablo de mi trabajo en términos de vocación. Vocación, del latín «vocare», llamar. Es decir, en mi lento caminar por esta vida, mi vida, mi vocación (labrada durante este tiempo a base de dedicación y esfuerzo), a lo que me siento llamado, es a custodiar esta puerta.
Pero ¿qué puerta custodio? Y ¿a dónde da? ¿A un palacio? ¿A un castillo? No, para muchos de ustedes, realmente, aquélla aparece como la puerta de una construcción amenazante, más que fortaleza inexpugnable, prisión siniestra donde ustedes creen que, en una de sus celdas o mazmorras, cumplirán la sentencia marcada por la Ley y donde no esperan encontrar absolución alguna. Les han condenado a leer. La lectura se ha convertido para muchos de ustedes en una verdadera pena de prisión, y alguien como yo, guardián de la puerta, no goza entre ustedes de mucha simpatía.
En cambio, para muchos de nuestros políticos, estamos ante un palacio, lleno de luces y brillos. Es el palacio de las estadísticas, donde reina su alteza real el Porcentaje. Nuestros políticos se empeñan en obligarnos a presentar pleitesía ante este poderoso soberano que rige todo lo relacionado con nuestras vidas, incluido lo que tiene que ver con los libros. Su alteza real el Porcentaje es un tirano inflexible, lo quiere saber todo, también cualquier mínimo detalle sobre el libro y la lectura: ¿Cuántos libros se imprimen? ¿Cuál es la tirada media? ¿Cuál es el precio medio? ¿Cuántos libros de venden? ¿Cuántos libros per capita se leen al año? Y, la pregunta que, como un trueno, hace temblar la voz del tirano Porcentaje: ¿cuántos de ustedes no leen? Al servicio de su alteza real el Porcentaje están cientos de funcionarios que cuantifican el resultado de miles de encuestas que todos los años se publican y que los políticos de turno utilizan para preparar sus campañas electorales. Unos y otros están al servicio del tirano Porcentaje, y su único interés es convertirnos, no en lectores, no en personas, sino en ciudadanos, consumidores, en definitiva, votantes.
Para otros, en cambio, lo que hay tras la puerta que custodio no es un palacio, sino un templo. La catedral de la palabra, donde todo feligrés lector debe guardar un silencio respetuoso. Sus pasos lentos y silentes han de llevarle a cada uno de ustedes ante el altar donde se venera la santa reliquia, el objeto sagrado, el libro. Oh!!!!! Deberán todos los privilegiados, elegidos a formar parte de esta religión, a guardar una profunda fidelidad a su santo patrón, San Libro, lo cual les debe llevar a tratar con condescendencia a todos aquellos que no creen en esta religión. En cuanto a los no practicantes, es decir, aquellos cuya fe no es pura y que, en vez de leer los libros más sagrados (los que recomiendan los sacerdotes del templo, los famosos «prescriptores»), pasan el tiempo en cambio leyendo best-sellers, a estos pobrecitos los verdaderos creyentes debemos despreciarlos, incluso ignorarlos.

Por culpa de estos políticos que están al servicio del tirano Porcentaje, y por culpa de aquellos que consideran la lectura como una religión y el libro como un objeto sagrado, como rotundamente afirma Juan Domingo Argüelles su libro Si quieres… lee, en muchos de ustedes ni se han acercado a la puerta que custodio, y no han dado un paso para, ni siquiera, hablar conmigo y descubrir que no están ni ante un palacio ni ante un templo. Durante años cientos de ustedes ni se han atrevido a llamar a mi puerta: han permanecidos mudos ante mí, sin ni siquiera pestañear, intentando averiguar qué es eso de leer y en qué consiste la condena. Los orientales, que son sabios, dicen: un físico podrá medir y pesar la manzana, un pintor podrá dibujar una manzana, un filósofo podrá dar una explicación del sentido metafísico de la manzana, pero usted no sabrá a qué sabe la manzana hasta que la muerda. Con muchos de ustedes, afortunadamente, he podido entablar un diálogo. Y todo comienza con un encuentro personal.
Juan Domingo Arguelles es otro guardián de la puerta, no menos cautivadora e irresistible, la de los libros que llevan a otros libros. Hay tantas puertas como guardianes; hay tantos guardianes como lectores. Realmente, todos los que leemos con pasión, todos los que hemos descubierto la experiencia lectora como parte del misterio de nuestra vida, somos verdaderas puertas de esta casa, no palacio ni mazmorra, que es la casa de la palabra. Un filósofo alemán, Martin Heidegger, decía que la palabra es la casa del ser; en cambio, para el poeta y pensador mexicano Octavio Paz, la poesía es la casa de la presencia, donde la relación del otro me constituye, como persona y, por supuesto, como lector. Yo diría más, cada uno de ustedes, lectores, son puertas de la casa de la palabra y de la lectura.
La lectura es una experiencia radical que transformará su vida si no lo ha hecho ya. Esa experiencia vendrá siempre propiciada por un encuentro personal. Será un amigo, un familiar, un amor, todos ellos, guardianes de puertas, quienes les tenderán la mano para mostrarles un libro, un libro que habrá a su vez transformado la vida de cada uno de ellos. Como nos dice Juan Domingo Arguelles en Si quieres… lee, la lectura, como el amor, no se impone. Se descubre. Se encuentra, se ofrece. La verdadera lectura, aquella que nos produce esa experiencia gozosa y repetible, supone el ejercicio de nuestra libertad, no puede ser producto de una obligación. Porque los lectores no se fabrican en serie, no son productos de mercado, no son cosas manipulables, no son objetos cuantificables por políticos o estadísticas. Son personas con un misterio en su corazón, que gracias a la lectura de un buen libro, ofrecido por una mano amiga, quizá descubran para su felicidad. Y es que si la lectura y los libros no nos ayudan a ser más felices y a transformar nuestras vidas, no sirven de nada, se quedan reducidos a simples… papeles pintados.
Probablemente alguno de ustedes le habrá pasado lo mismo que al protagonista del cuento de Kafka. No se desanimen. Levántense, den un paso adelante, tiendan la mano y preséntense ante el guardián de su gusto. Una sola pregunta, «¿qué libro te ha gustado?», y verán que la puerta se abre. Es más, descubrirán que ustedes ya están dentro.
«… Leer es una creación, y todo el que lee es creador. El buen lector lee sin prisa, lee sin expectativas. El buen lector no desea aprender nada ni convertirse en una persona mejor: desea vivir más, tener experiencias reales. El buen lector no va en busca de diversión, sino de alimento. Claro que, ¿quién desea alimentarse de una sustancia que no resulte deliciosa? El buen lector sabe que cuando entra en los caminos de un libro entra también en su propio interior, y que las cosas que encuentra en esos caminos, dragones o rosas, estatuas o ratas, están también dentro de él. Leer es viajar por dimensiones inexploradas del palacio de la imaginación; quiero decir, visitar cuartos de la propia casa mental que de otra forma estarían siempre cerrados. Leer es viajar, leer es descubrir, leer es construir en el espacio interior una casa, una resistencia. Leer es construir una casa para el alma. Leer es construirse un alma», dice Andrés Ibáñez en «Leer: cómo se hace, para qué sirve» (ABCD n.º 756, 29/07/2006).
El post me pareció muy bueno…y tu comentario Margarita excelente!!…leer es construir una casapara el alma!!! ge-nial!!!
gracias
Gabriela
Mi muy querido Javier:
Espléndida tu reflexión. Y gracias por tus comentarios sobre mi vida de lector. Tus observaciones sobre los políticos y las políticas de lectura me motivan a esta breve apostilla. Traigo a cuento algo que dijo Erich Fromm en un libro que sigue palpitantemente vivo (¿Tener o ser?), en el que critica con lucidez el consumismo de todo tipo, incluido el consumismo de libros (sabemos de qué habla) o lo que Unamuno llamó el «simple hábito bibliográfico». Para Fromm, «la lectura es o debería ser una conversación entre autor y lector», y no la forma más común (ejemplifica) de devorar un texto «como se devora un programa de televisión o como se devoran las papas fritas mientras se ve televisión». Lo importante de la lectura, estima Fromm, es «la participación interior y productiva» mientras leemos un libro, es decir mientras conversamos con el autor. Estoy retomando esta idea en un ensayo que actualmente escribo.
Querido Javier, te mando un gran abrazo y que la Fórcola siga.
JUAN