Juna Ángel Juristo / ABC Cultural, sábado 13 de julio de 2024
Conocida sobre todo por sus justas traducciones del inglés y del italiano, Amelia Pérez de Villar (Madrid,1964) ha incurrido en la novela, a este respecto recordemos El pulso de la desmesura y Mi vida sin microondas y, desde luego, en el ensayo con títulos como el magnífico Dickens enamorado: un ensayo biográfico y Los enemigos del traductor, libro que adquirió cierto renombre porque incidía en los problemas y las trampas en que puede encontrarse el traductor hoy día en su labor cotidiana, amén de clarificar ciertos aspectos teóricos porque Pérez de Villar es una ensayista, de escasa representatividad en nuestra tradición, que aúna felizmente una alta categoría intelectual con una narrativa tendente a ser comprendida, en la más clara vocación anglosajona, por el mayor número de personas: educando divirtiendo, un lema que sólo frecuenta aquel que posee el sentido del humor.
Recientemente la autora nos ha sorprendido con la publicación de Domus Aurea. Las casas de la vida, la literatura y el cine, unas muy divertidas y sorprendentes páginas sobre las casas, esos espacios necesarios, según Heidegger, por delimitados para la propia supervivencia del ser.
La información que ofrece Pérez de Villar posee rasgos de exhaustividad, el capítulo titulado «El zaguán», por ejemplo, es un caso ejemplar de esa bienhallada mezcla de información, así, las páginas dedicadas a la etimología de la palabra que lleva al lector a darse un paseo gratificante y luminoso por las raíces del indoeuropeo a la vez que, con ese afán de divulgación bien entendida nos cita la serie televisiva de Los Durrell donde, para entender que la casa es, en realidad, aquellos brazos que nos acogen, cita a Larry Durrell, sí, el futuro autor de El cuarteto de Alejandría, cuando le dice a su madre, «Home is where you are», «La casa es donde tú estás».
Es esta sabia combinación, incidiendo además en referencias culturales variadas, las literarias, desde luego, pero también aquellas más apegadas a la llamada cultura de masas, como el cine, lo que hace que este ensayo, que tiene más enjundia de lo que en una lectura apresurada parece, se lea como una novela de suspense.
Y aquí, en esta virtud se esconde un malentendido que debería subrayarse suficientemente pues el libro está escrito con una fluidez que muchos pueden creer fácil y que lleva a engaño porque el libro es tan ameno que se lee como una novela llena de intrigas, de esas que no pueden dejarse una vez comenzadas, esas que se leen de un tirón y que recomiendo se procure una segunda lectura para hallar esa ligazón secreta que unifica todos los capítulos y que no deja de ser una respuesta a lo que ha representado para la evolución humana ese sentimiento de la acogida en un espacio delimitado, sea éste cueva primordial o apartamento de lujo en Dubai.
Todas llevan una singladura singular, apetecible pero donde más me he demorado ha sido en el apartado de los jardines donde se alude felizmente a El jardín de los Finzi Contini y a El Gran Gatsby.
Un hermoso y profundo libro. Ese hilo está sabiamente dosificado en el modo en que se divide este espacio de habitabilidad que es la casa: el zaguán, el vestíbulo, el jardín, el desván… la última morada… y que corresponde a los capítulos en que se divide la obra.