El pasado junio tuvimos ocasión de celebrar un encuentro sobre Gabriele D’Annunzio en la sede en Madrid del Instituto Italiano de Cultura. Nuestro anfitrión, Carmelo di Gennaro, director del IICM, nos dio la bienvenida a los asistentes, en una velada que celebramos en la Biblioteca del hermoso edificio del Palacio de Abrantes (siglo XVII), actual sede del Instituto. Luis Antonio de Villena nos acompañó en esta velada, y Amelia Pérez de Villar fue la invitada de honor, en tanto responsable de la traducción y edición de los dos volúmenes publicados por Fórcola: Crónicas literarias y Crónicas romanas.
En su intervención, Di Gennaro subrayó la importancia y acierto en recuperar la figura literaria de D’Annunzio, del que este año celebramos el 150 aniversario de su nacimiento. Un personaje polifacético donde los haya: aviador, poeta, dramaturgo, novelista, militar, político, pero sobre todo gran esteta. Una de sus facetas menos conocida, como nos explicó di Gennaro, es su gran afición a la música, y en concreto a la ópera. Cuentan que quiso escribir el libreto de una ópera para Puccini, pero este rechazó semejante «honor». Finalmente fue con Debussy con quien llegó a colaborar, escribiendo el libreto del drama sacro El martirio de San Sebastián.
De Villena, que ya había tenido ocasión de celebrar la publicación de Crónicas romanas en su columna, nos recordó la fascinación que D’Annunzio tuvo siempre por la estética, la música, el arte y la moda procedente de París. D’Annunzio se dejó conquistar por la Ciudad de la luz antes de conquistar él mismo Roma, la Ciudad eterna. De Villena nos participó a los asistentes un amplio retrato del escritor nacido en los Abruzos. Es bien conocida la lista de sus amantes (mantuvo relación sentimental, entre otras, con Sarah Bernhardt, Eleonora Duse, Luisa Casati), pero no dejan de ser fascinantes sus aventuras como militar o aviador: fue el conquistador de Fiume y llegó a perder la visión de un ojo en un accidente aéreo. Los últimos años de D’Annunzio en Il Vittoriale estuvieron marcados por la decadencia. Benito Mussolini solicitó al rey Victor Manuel III que concediese a D’Annunzio el título nobiliario de Príncipe de Montenevoso; el título, aunque no representa ningún feudo principesco en realidad, fue creado motu proprio para condecorar a D’Annunzio por la victoria del ejército italiano sobre el austríaco en el Primera Guerra Mundial. En aquellos sus últimos años, Mussolini concedió cualquier solicitud que llegaba por parte de D’Annunzio, por caprichosa y exigente que fuese: con tal de tenerlo contento y callado (era tan proverbial como temible la oratoria de D’Annunzio), se le concedían desde «sustancias» hasta «compañías».
Amelia Pérez de Villar compartió con nosotros algunos de los detalles más curiosos de su labor como traductora de D’Annunzio. Quizá la faceta menos conocida del escritor y poeta, estas Crónicas reflejan la voluntad de estilo de D’Annunzio. Trabajador incansable, D’Annunzio, al que se le puede considerar el primer periodista moderno, escribió cientos de crónicas y reportajes que publicó, bajo diversos pseudónimos y hasta agosto de 1888, para distintos periódicos y revistas de la época: Capitan Fracassa, Cronaca Bizantina, Fanfulla della Domenica y, sobre todo, La Tribuna. En esas columnas y crónicas, el joven periodista literalmente se entrenó para convertirse en el gran escritor que conquistó, primero París y luego Europa, con obras como El placer, El inocente o El fuego.
Traducir a D’Annunzio, confiesa Pérez de Villar, ha sido un reto: no tanto por la dificultad de la estructura de la frase («allí está todo, y bien organizado»), sino por el estilo preciso, que elige concienzudamente las palabras, y que eleva la simple crónica periodística a literatura. Nos recordó que aquellas crónicas sirvieron al joven escritor para ganarse la vida, y que, aunque algunas se nota que están hechas con desgana, otras (las más), hacen gozar al lector por lo detallado de sus descripciones. Encontrar la palabra adecuada para cada concepto utilizado implica una dificultad añadida cuando el propio D’Annunzio se dedica a describir una velada en la ópera o una prenda interior femenina procedente de la última moda de París. Los detalles son lo más importante: en D’Annunzio una crónica periodística queda consagrada como una pequeña pieza de literatura precisamente gracias a eso, al matiz, al detalle: a la vuelta de aquél volante, al dibujo de aquella prenda de seda, o a este encaje de Valenza o de Chantilly.
En palabras de uno de sus lectores, Guzmán Urrero: «D’Annunzio se mueve como pez en el agua en las cenas y cócteles del fin del siglo. Tiene un concepto muy claro de cuál es el interés de sus lectores, y por eso mismo saca a relucir en sus artículos las metáforas galantes, el anuario de la nobleza, los grandes ágapes, las lentejuelas y los vestidos de noche en lamé de oro y plata. No todo es frivolidad, por supuesto. Cuando el cronista tiene ante sí un acontecimiento artístico o una representación musical, su prosa se convierte en una fuente de opiniones extraordinarias y bien informadas. Lo que se dice un buen ejemplo para que los todólogos de hoy tomen nota«.
Para José María Piñero, además: «Con ligereza y encanto, D´Annunzio nos habla de pianistas y de vestidos de raso, de fiestas en embajadas y subastas de bibelots, de funerales y bailes, de bodas y óperas, de teatros y escaparates, del impacto del sol en los cascabeles de los caballos de los carreteros, de las pieles de nutria exhibidas por la condesa de no se qué y la de no sé cuántos, de los carnavales, de la lluvia en Roma, de los brocados y los diputados, de la florida lencería disponible en el mercado, de las soleadas soledades de la capital durante el verano, de veladas y tipos de peinado… Para el lector actual, la serie de cosas a las que D´Annunzio alude, conforman un nutrido conjunto epocal, un sabroso corpus de objetos semióticos dispuestos al estudio y ávido rastreo de mundos que fueron.»
Agradecemos la hospitalidad del Instituto Italiano de Cultura de Madrid, y en especial a su director, Carmelo di Gennaro, su cordial recepción y presentación. También a Carla Morpurgo, responsable de la Biblioteca del IICM, por su apoyo y amabilidad. Una velada d’annunziana que, esperamos, se repita en otro momento.