Juan Ángel Juristo/ Libros, nocturnidad y alevosía, 28 de junio de 2023
Sobre La dolce vita, de Luis Antonio de Villena
Lo que de verdad contiene este libro se define en el subtítulo del mismo, “Breve diccionario sentimental de Italia”: breve porque consta de 58 entradas, que se mire como se mire es raquítico en lo que denota; diccionario porque el libro consta de definiciones de esas entradas colocadas por orden alfabético; sentimental, y aquí el autor realiza una inteligente mezcla del significado de la palabra, es decir, lo que se entiende comúnmente por sentimental, lo ligado a lo emotivo, pero también al modo en que lo empleó por primera vez Laurence Sterne en su Viaje sentimental por Francia e Italia, en el sentido de subjetivo, íntimo y que en su momento revolucionó el género del género, abriendo el mismo a la sensibilidad romántica: los Viajes italianos, de Goethe no se entienden sin el concurso de la obra del extravagante vicario de Coxwold y, por último, Italia porque como el autor dice en el prólogo: “Desde muy jovencito he sentido atracción por Italia y lo italiano. Por eso comencé a aprender la lengua -1969- muy poco antes de empezar, con más amplio aliento dentro de Filología Románica, las asignaturas de italiano, lengua y literatura”
La mayoría de las entradas tienen que ver con escritores, artistas plásticos, directores de cine y músicos, reservándose algunas para rendir homenaje a la cultura italiana; así, “Adivinanza veronesa”, que reproduce el primer escrito que nos ha llegado de una lengua romance y que se trata de una adivinanza que un monje escribió al margen de un pergamino sobre la escritura; así, “Mapa y ciudades”, un recorrido por los lugares de Italia que al autor más le fascinan, Nápoles. Milán, Florencia, Roma… reservándose un final inevitable con Venecia; así, “Opera y canción italianas”, un homenaje que va desde Rossini, Donizetti, Verdi a Mina, Patty Pravo o Rita Pavone; así, “Pasta y vino” , donde el autor confiesa su pasión por los espaguettis alla arrabiatta y el vino blanco de las laderas del Vesubio.
Ni que decir que la gracia de este libro pertenece al estricto ámbito de la privacidad, de lo pasional, de lo subjetivo. Sería, por tanto, absurdo reclamar entradas para Dino Buzatti o Leonardo Sciascia o la razón de que en una lista que apenas llega a la sesentena y da cuenta de la cultura italiana desde Guido Cavalcanti hasta nuestros días coloque a Nico Naldini o Livio Aldoni, pero ese es precisamente el valor de este libro de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), el de reflejar tanto por sus filias y fobias, por sus presencias y ausencias, un mapa de lo que la cultura italiana le ha supuesto para su conformación espiritual.
Hay momentos en el libro especialmente brillantes y que no pertenecen a los autores más venerados por el autor. La entrada correspondiente a Mario Praz es de lo mejor del libro porque, amén de su valor narrativo, podría valer como un relato, acierta a reflejar una atmósfera de lo que rodeaba a Praz, venerador de pequeñeces, desde las artes decorativas Segundo Imperio hasta sus ceras y siluetas, con fama de gafe y un tanto neurótico, como bien reflejó Visconti en su película, Retrato de familia en un interior, Confidencias en España. El que Praz preguntara al autor sobre Valle Inclán da un toque “praziano” muy agudo al relato. A resaltar la justeza del retrato de Pirandello o la queja de que Papini no sea más conocido.