Los españoles estamos en guerra, los editores estamos en guerra. No nos engañemos más, que no nos engañen más. Las guerras del siglo XXI son distintas a las de siglos anteriores: en las de ahora, el armamento es más sofisticado y hace menos ruido, aunque sus efectos son igualmente devastadores. Asistimos y sufrimos los editores y libreros, la gente del libro en general, la peor guerra que se puede concebir: la «guerra de trincheras», en la que el enemigo está ahí, pero nunca se muestra claramente, es difícil identificarlo, sus incursiones, en un acoso mantenido a diario, siempre son sorpresivas y parecen acorralarnos cada vez más. Paisaje de tormentas de acero, sobrevivimos en unas trincheras cada vez más estrechas, donde a unos y otros, editores y libreros, nos cuesta cada vez más levantar la cabeza del barro y otear un horizonte de esperanza.
El panorama, según muchos, es catastrófico, desolador, apocalíptico. El enemigo, camaleónico y maestro en camuflaje, adopta cada día estrategias nuevas y se disfraza: unas veces de crisis o de contracción del consumo, otras de caída de ventas, otras de piratería, otras de invasión digital. Pero es curioso: nuestro peor enemigo, el peor de todos realmente, está dentro de la trinchera. Son muchas las epidemias que circulan entre nosotros: el miedo, el desánimo, el pesimismo, la guerra psicológica, el inmovilismo, en definitiva, hasta la miseria moral, el egoísmo y la falta de solidaridad, y están causando más víctimas que cualquier bomba del enemigo. Aún con todo, la peor pandemia de todas ellas es, sin lugar a dudas, el conformismo. Tanto, que algunos celebran con panderetas las migajas que el Moloc arroja de vez en cuando para darnos un aparente momento de respiro: y los editores bailan y festejan en la trinchera que el IVA reducido para los libros se mantiene en las últimas decisiones económicas adoptadas por el gobierno. Menos mal que se alzan voces, voces de peso, contra las chuches que se nos arrojan.
Aún con todo, no somos pocos los que, fusil en mano, seguimos levantándonos cada mañana y enfrentándonos a los dos enemigos, al de dentro y al que acecha ahí fuera. No es la primera vez (ni será la última) que editores y libreros hemos estado en guerra. Ahora cunde el pesimismo generalizado, el desánimo, aún hay voces que se plantean, con vocación analítica, modos de «encontrar la salida», mientras otras, ante la militancia de unos pocos por seguir en la lucha, se plantean «interrogantes» sobre el futuro del libro.
No podemos negar las evidencias, contrastadas. Pero me sigue pareciendo que la clave de todo esto, de esto de la guerra del libro y la edición, es la forma de afrontarlo. Os dejo aquí el siguiente testimonio: es el de Manuel Aguilar Muñoz, editor y librero excepcional, que en sus memorias Una experiencia editorial, escritas a principios de los años setenta del siglo pasado, rememoraba sus experiencias en la guerra civil. Leamos atentamente:
«La guerra me hizo librero. Es decir, mientras duró aquella, fue el Comité de incautación quien se convirtió en librero. No recuerdo haber leído comentarios acerca de un fenómeno que la contienda suscitó entre los españoles: el de una pasión casi frenética por la lectura […] Desde los frentes llegaban a Madrid camiones para cargar todos los libros que se encontraban. El precio no les importaba, y tenían razón, pues el papel más abundante era el papel moneda […] Los almacenes de libros se vaciaban y fui yo el más tenaz fomentador de las ventas, a sabiendas de que me arruinaba. Pero los que nunca habían leído, leían; quienes solo habían conocido libros deleznables, leían obras maestras. ¡Y no dejaban de leer! […]
[…] Mi obra se deshacía, iba aniquilándose, pero constituía una semilla. En los hospitales, en las trincheras y en los cuarteles, en las cárceles y en las embajadas, como en las habitaciones sin lumbre y bastantes veces sin pan, los libros que ostentaban la lamparilla de aceite con el Tolle, lege, enseñaban, distraían, elevaban. Eran alivio de congojas y penurias, y despertaban anhelos nuevos. Me sentí orgulloso de mi profesión de editor. ¡De editor arruinado!»
Pues bien. La semana pasada tuvo lugar, tras duros meses de trabajo por parte de sus organizadores, la Feria del Libro Independiente de Cantabria, Flic!
137 editoriales se han dado cita, y en colaboración estrecha con los libreros locales, han intentado crear «una feria para respirar». Parecía imposible, muchos mostraron su escepticismo al principio, cuando Jesús Ortiz, editor de Milrazones, y alma mater de Flic! propuso el proyecto. Y a pesar del pesimismo, el escepticismo, el inmovilismo, a pesar de todo, Flic! ha sido posible y ha funcionado.
Desde Fórcola, nuestra pequeña contribución fue la presentación de Dickens enamorado, de Amelia Pérez de Villar. Una presentación sui generis, pues lo que quisimos, y tal vez conseguimos, fue, durante cuarenta minutos, zambullir al público asistente en la vida, la obra y la biografía sentimental de uno de los iconos de la literatura universal. Las caras de satisfacción, la atenta mirada de la gente durante la tertulia, y la posterior firma de ejemplares de la autora, me llenaron de satisfacción.
La guerra tiene una lógica aplastante. Y ese es su punto débil, como nos lo demostraba Manuel Aguilar, como ha demostrado Flic! La lógica de la guerra dice que editores y libreros no tenemos futuro. La lógica dice que las cuentas de resultados dan negativo, y que como esto siga así, muchos deberán echar el cierre. Y aun así, hay locos que, contra toda lógica, tienen la valentía, el coraje, el entusiasmo y el saber hacer de abordar empresas por encima de pronósticos apocalípticos y, entre tanta tormenta de acero, crear lugares donde se respira. Y hasta lograr un balance positivo.
Gracias, Jesús Ortiz, por tu visión y tu entusiasmo.
Y gracias a María José de Acuña, hada madrina (sin varita) de FLIC!, por tu intenso y apasionado trabajo, tu profesionalidad y entrega.
Gracias a vosotros, gracias a Flic!, como diría Manuel Aguilar, hoy me siento orgulloso de ser editor.
Aunque mañana me arruine.