Daniel Capó, La Lectura, 28 de julio de 2023
«Hay momentos y lugares», leemos en Rituales, de Ignacio Jáuregui (Málaga, 1967), «en los que, por una cristalización de circunstancias, el ritual pasa de hábito a acontecimiento: los gestos se adensan, el aire se carga de sentido y se abre paso la presencia de aquello que Kafka llamó ‘lo indestructible en nosotros’». Esta experiencia casi stendhaliana del rito la belleza que se transforma en emoción, la emoción que abre las compuertas de una realidad más honda aúna lo sagrado con la poesía y a ambos con la condición humana.
Hace ya algunos años, un neurocientífico observó que nuestra estructura cerebral parece favorecer la construcción de circuitos rituales, de modo que quizás no sea demasiado atrevido sostener que la mente humana funciona como una lente litúrgica.
Los ritos ofrecen indudables estructuras de sentido, que actúan como puentes sociales. Los ceremoniales tienen la misión de religar, de dar sustento a instituciones fundamentales como la familia y canalizar los grandes sentimientos: ya sea el duelo por la enfermedad o la muerte, el amor, el miedo o la violencia. En efecto, parafraseando a Novalis, en ausencia de ritos reinan los fantasmas, que son heraldos de la muerte.
«¿Dónde está escrito que nos corresponda vivir en la tierra amada?», se preguntó en una ocasión Czeslaw Milosz. Jáuregui le respondería que en la gestualidad de los ritos, en su palabra, en su promesa. Yo también lo creo así.
Rituales es uno de los ensayos más estimulantes que he leído en estos últimos años. Recorre la geografía de lo sagrado, sin perder la distancia aristocrática del viajero. Le acompaña una enorme cultura y un respeto hacia mundos que nos resultan ya desconocidos. «Mezclado entre los creyentes sin ser uno de ellos, este paseante se ha encontrado asomado a rituales religiosos de todo tipo con el ideal de la invisibilidad en mente», leemos al inicio del libro.
Por supuesto, se trata sólo de un ideal porque ni la invisibilidad es posible ni uno se integra realmente en un rito sin una fe que lo sostenga. Aquello que desde dentro adquiere sentido se percibe como ajeno y misterioso desde fuera. Al viajero y al lector les queda entonces sólo el camino de la observación y, si se quiere, del asombro. Ensayos sobre ritos, fuera del ámbito antropológico y con una clara voluntad cultural y literaria, hay pocos. Jáuregui afronta el reto con la désinvolture propia de un hombre fascinado por aquello que ve y le deslumbra, y con el distanciamiento característico de un nieto de Montaigne. De Jerusalén al Oratorio de Brompton en Londres, de Benarés a Nuwara Eliya en Sri Lanka, de El Cairo a Fez, a Nápoles o a Florencia, Jáuregui bucea en las ceremonias del catolicismo tridentino y en las devociones populares, en la extraordinaria complejidad del hinduismo y en la aparente pureza del budismo; mira hacia el judaísmo más ortodoxo, la severa geometría del chiismo iraní, a la nostalgia de las ciudades santas.
En Etiopía donde visita la mítica Lalibela, el autor celebra la fiesta de la Epifanía rodeado del exotismo de la Antigüedad. «Por toda la Etiopía cristiana cuenta, desde la aldea más remota a las capitales históricas, se saca en procesión el Tabot, simulacro del Arca de la Alianza que custodia cada iglesia, hasta un lugar con agua, se celebra allí una ceremonia de bendición y se lo conduce de vuelta al templo donde estará oculto hasta el año siguiente».
En Tikal, en cambio, se pregunta por el olvido de los dioses: «Desde el melancólico intento de Juliano el Apóstata, sabemos que los dioses necesitan de la fe sostenida de los hombres para mantenerse vivos, y en Guatemala hace mucho tiempo que nadie cree de verdad en Kukulkán, la serpiente emplumada que dio a los hombres el fuego, ni en la abuela del maíz, lxmucané».
Así comprobamos cómo las liturgias se transforman y a veces pierden su sentido y dejan de apelarnos. La cultura es consecuencia de la historia y de sus ciclos, del mestizaje mucho más que de la pureza.
Rituales se lee como una enciclopedia del viajero. Mueve a la envidia del lector y excita el ánimo del peregrino. Nos habla de un mundo que aún existe, como fósil viviente, en algunos casos casi prehistórico. En este sentido, es un libro que no engaña a nadie. Culto y trabajado, resume el Grand Tour de toda una vida en busca del alfabeto más íntimo de la humanidad.
Profundo y estimulante, este recorrido de Ignacio Jáuregui por los rituales de todo el mundo, actuales e históricos, es una búsqueda del alfabeto íntimo de la humanidad.
Arquitecto y viajero, este recopilatorio de sus muchos viajes, que Jáuregui reunió de forma casual, le ha hecho estar de acuerdo con una famosa máxima del polemista, Chesterton. «El argumentaba que los ritos son prácticamente los mismos. Lo que difiere es que un budista aspira a la extinción, no sólo espera que ocurra, sino que la desea, mientras que un cristiano espera reunirse con Dios en el paraíso. Son las concepciones del mundo las que son muy diferentes.»