Releo a la librera de Nueva York, Frances Steloff, en su hermoso libro de memorias En compañía de genios, escrito y publicado en los años setenta del siglo pasado: «Lo lamento por las futuras generaciones, que no conocerán nunca el ambiente y la charla amistosas propias de las verdaderas librerías. Cuánto perderán al verse privadas de las muchas asociaciones que proporcionan los libros y su acumulación, y de la satisfacción de encontrarse inesperadamente con amantes de los libros y coleccionistas con intereses afines».
La mirada melancólica de Frances Steloff se vuelve a su pasado, aquellos maravillosos años entre la década de 1920 y la de 1950, época que recuerda con nostalgia, y que corresponde a su larga experiencia vital y profesional como librera de Nueva York. En sus comienzos, fundó Frances una pequeña librería llamada Gotham Art & Book Mart, en la que vendía no sólo libros, sin también grabados y pequeños objetos de arte. En 1923, Frances se ve obligada a cambiar de local y funda la Gotham Book Mart en el número 51 de la calle 47 Oeste, vendiendo solamente libros. La librera prestó una especial atención a las pequeñas y precarias revistas literarias, y se especializó en la literatura de vanguardia de entonces (Henry Miller, William Carlos Williams, Gertrude Stein…). Ya en 1946, la Gotham Book Mart se trasladó a su emplazamiento definitivo, a un local en el número 41 de la 47 Oeste. Frances estuvo al frente de su librería hasta 1967, cuando, a la edad de 80 años, la vendió, aunque continuó trabajando en ella: asómbrate lector, allí seguía en 1987, cuando cumplió cien años, y fue festejada por el mundo literario y editorial.
En un mundo de grandes almacenes y cadenas de librerías (que corresponde al nacimiento de la sociedad de consumo, tras el fin de la II Guerra Mundial), donde el libro era ya tratado como si fuera una simple mercancía más, como una lata de atún o un paquete de clínex, Frances Steloff no veía futuro para las «verdaderas librerías». Su mirada era melancólica. pero se mantuvo activa y comprometida hasta el final de su vida. Por eso, de sus reflexiones podemos seguir aprendiendo mucho, mucho sobre el futuro de las librerías, mucho sobre el mundo que queremos construir a partir de ellas.
Siglo XXI. Nuestro deber, comprometidos con la cultura, el conocimiento y la libertad, es construir futuro, no mirar al pasado con nostalgia. Si creemos, como aquella librera de Nueva York, que en las librerías hay una verdad (por eso cuando hablamos de «verdaderas librerías» nos entendemos), debemos imaginar ese futuro para el libro y las librerías. Ello supone no solo aplicar al asunto inteligencia y deseo, sino además voluntad. Con ese espíritu, algunos libreros, pese a la que está cayendo, pese al pesimismo reinante, pese a todas las variables en contra, han decidido imaginar y construir la librería del futuro.
El libro no es una simple mercancía, que justifica una actividad económica, como la de editar, o que da razón de una transacción mercantil, como la de vender-comprar el objeto en un punto de venta que convencionalmente denominamos librería. El libro y lo que le rodea implica una manera de entender el mundo, una manera de vivir en sociedad, una manera de convivir con los demás. Su acumulación, en bibliotecas o en librerías, responde a una cosmovisión concreta, que genera un espacio de convivencia, y que propicia, como adelantaba la librera de Nueva York, encuentros inesperados, encuentros que de nuevo logran que conocimiento e interés se entrecrucen, generando riqueza a su alrededor. ¿Y a qué llamo riqueza? Les traslado la pregunta ¿qué nos hace más ricos? Esa es la pregunta clave, que cada uno debe rumiar y contestarse. Pero está en nuestra mano imaginar y construir ese futuro, donde libros y librerías nos sigan conformando y constituyendo como personas.
Pertenezco a una generación que mantiene una relación ambigua con las librerías. No me gusta echar la culpa sobre las espaldas del librero (que bastante tiene con lo suyo), pero en La Central, Alibri y Laie, por hablar de tres grandes y prestigiosos locales/cadenas de Barcelona, no he respirado nunca ese clima de camaradería y «charla amistosa». Pese a frecuentarlos de forma asidua, pese a preguntar, pedir y buscar consejo. Tanto menos en las grandes superficies, claro. Al mismo tiempo, comprar en las librerías de barrio se convertía para nosotros en un acto de ciega militancia del comercio de proximidad, y digo ciega porque tampoco he encontrado nunca un librero de barrio que me haya sabido o querido aconsejar. Era normal, supongo, que una generación de compradores habituales, huérfanos de libreros de cabecera, hayamos caído en las fauces de la compra online, en páginas que ofrecen documentadas guías de lectura y condiciones de envío aceptables. Por suerte han aparecido en los últimos años pequeños libreros como Pequod, La Ciutat Invisible, Le Nuvole o Pròleg (y, por lo que sé, Tipos Infames en Madrid) que parecen dispuestos a reconvertir la librería en ágora. Gracias a ellos algunos nos estamos reconciliando con el librero, que era lo que queríamos en el fondo: volver a sentirnos parte de una comunidad. Un abrazo.
Gracias por tu comentario, querido David. Me gusta tu reivindicación de la librería como ágora. Me gustan mucho esas librerías que están llenas de rincones, donde uno puede preservar su anonimato y disfrutar en silencio de sus placeres librescos, sin sensación de que pase el tiempo. Pero echo de menos, al igual que tú, esa librería donde uno se cita, para tomar un café, para charlar o para «ir de libros», uno de mis placeres compartidos preferidos, donde amistad y lectura se retroalimentan. Buena noticia el surgimiento de estas nuevas librerías, cuevas de libros, donde surge la luz y se crean comunidades. Y gracias por compartirlas con nosotros. Abrazos