Velocidad o el miedo a pensar. Sobre el accidente de tren en Galicia

velocidad

«90», «180»: Números mágicos, números malignos, números manchados de sangre, números sedientos de sangre. Dos palabras que se repiten hasta el hartazgo: «velocidad» y «culpable». Y sentimientos encontrados de rabia, impotencia y tristeza, que a muchos nos están impidiendo pensar. Pero es importante pensar, debemos pensar, es de justicia que pensemos.

El desastre, la muerte y el dolor forman parte de nuestra vida; pero, es cierto, nunca estamos preparados para afrontarlos, siempre nos pillan de sorpresa, sin avisar, casi diríamos que, de forma artera, nos desbordan y superan. No sabemos defendernos de ellos, porque nos asaltan precisamente cuando estamos desarmados. Pero la vida nos enseña también a vivir y afrontar la experiencia del dolor y de la muerte, experiencias radicales que nos hacen profundamente humanos, tan humanos como otras vivencias tan distintas a aquéllas, como el nacimiento de una nueva persona.

Afrontar con entereza desgracias como la del tren descarrilado de Galicia, con tantos muertos y heridos, es duro, muy duro. No solo para los familiares y amigos, a los que quiero mostrar mi solidaridad con estas palabras, sino para la sociedad en su conjunto. El problema es que nuestra sociedad, en los últimos años, padece una profunda inmadurez, está instalada en un infantilismo mental y emocional preocupante, y está siendo aleccionada para que reaccione a golpe de titulares y sensacionalismo. Me preocupa enormemente ya no solo la cretinez en la que parece que nos hemos instalado, sino la flagrante falta de perspectiva inteligente respeto de las cosas, que hemos adoptado sin más. Reaccionamos, a favor o en contra, pero no pensamos. Y eso es lamentable, y muy preocupante.

Llevo conmocionado horas, como todos, por el terrible suceso en Galicia, y tras ver sucesivos informativos, telediarios, conexiones en directo y los primeros debates y tertulias, y tras pulsar el sentir y parecer de amigos y conocidos en las redes sociales, como decía más arriba, confirmo con preocupación que son dos las palabras que más se repiten.

La primera, de forma explícita: «velocidad». No se han concluido aún las labores de rescate e identificación de las víctimas, no se ha tenido oportunidad aún de analizar el contenido de la caja negra del tren, los peritos no han comenzado su investigación, pero los periodistas ya han recabado testimonios visuales de testigos, ya han hecho acopio de imágenes de cámaras, ya han «construido la noticia» y «reconstruido los hechos» con cierta verosimilitud, y la conclusión está ya servida en bandeja, apenas unas horas tras el accidente: la velocidad es la causa del siniestro.

Pero, la velocidad que me preocupa no es la del tren, sino la de los periodistas, y por extensión, la velocidad con la que esta sociedad necesita respuestas. Una sociedad sedienta de respuestas es una sociedad que no piensa. Pensar lleva su tiempo, pero parece que no lo tenemos, que no queremos tenerlo. Pensar, como bien diría Ortega y Gasset, requiere ensimismamiento, reflexionar requiere un mínimo de recogimiento interior y silencio. Y supone además entereza para, precisamente en los momentos de desastre y naufragio (qué no es la vida sino un constante naufragio), mantener la calma. En cambio, una sociedad infantil e inmadura, una sociedad que no piensa, es la que cree que se conforma con la primera e inmediata respuesta, porque nos trae la calma. ¿De qué? Del miedo. Desde hace tiempo esta sociedad está instalada en el miedo. Y eso nos impide pensar. Tenemos miedo al dolor, tenemos miedo a la crisis, tenemos miedo al fracaso. Necesitamos, además, culpables.

La segunda palabra está implícita: «culpable».  Todas las iras se han volcado en el conductor, sin más. Sin un mínimo de juicio racional: No necesitamos pruebas, no necesitamos investigaciones, no necesitamos juicios. ¡YA! hemos juzgado y condenado; ¡YA! tenemos al enemigo; ¡YA! tenemos al culpable; ¡YA! podemos descargar nuestra ira; ¡YA! tenemos calma; ¡YA! podemos entregarnos sin remordimientos al espectáculo. Los periodistas y la televisión están preparados para ofrecerlo a todo color.

Una sociedad que no piensa necesita un enemigo sobre el que volcar sus iras y frustraciones. «Y si usted no lo tiene, nosotros se lo fabricamos», parece repetir constantemente cierto periodismo sensacionalista que lleva instalado tiempo por estos lares, y que se alimenta día a día de la carroña.

Escribía hace apenas dos días lo siguiente:

«Leo en un “artículo periodístico” colgado hace un instante en el muro de FB: “Nos gusta el morbo y las tramas conspiratorias”. ¿Y a eso llaman periodismo? ¿A eso llaman “informar”? ¿Por qué el bulo, el rumor, en definitiva, la basura, la auténtica basura, ocupa tantas páginas del “periodismo” diario que se nos ofrece? Yo a eso solo lo puedo llamar mierda. ¡Quédensela!

»Mediocridad y mendacidad, unidas a una insultante escasez de inteligencia y una gran falta de respeto a las personas y las instituciones. Esa es la carta de presentación de parte del periodismo tan de moda en estos tiempos. Hay otros lobos que se disfrazan de caperucitas y de insignes y sacrificados ciudadanos, que están ejerciendo una constante manipulación de titulares y audiencias con la excusa de presuntas investigaciones. “Periodismo de investigación” es un cínico eufemismo de: traficamos con basura.»

Pues bien. Ante los hechos que estamos viviendo, me reafirmo en lo que apenas hace un par de días dije. El peor periodismo, el más amarillo y morboso, es el que ha dado cuenta del accidente de Galicia. Las imágenes, fotografías y reportajes han mostrado, sin necesidad y con un marcado espíritu morboso, lo más cruel y sangriento del accidente; también se han mostrado hasta la saciedad los momentos más dolorosos de amigos y familiares, momentos que son íntimos y personales, pero que se exponen sin pudor ni respeto ante una audiencia a la que ya no se quiere informar, sino mostrar un espectáculo, cual reality show, para mantener los niveles de audiencia y alimentar las guerras, siempre patéticas, entre las distintas cadenas y periódicos, sobre quién ha informado «antes» y «mejor». Es la velocidad, la rapidez de la noticia, puesta al servicio del dinero y la muerte, la muerte del pensamiento.

Hubo un tiempo en que el periodismo estuvo al servicio de la sociedad, al servicio de ideales como el pensamiento, la democracia, la igualdad de derechos, la libertad. Hubo un tiempo en que queríamos construir una sociedad justa. Hoy ese periodismo está al servicio de otras metas: crear audiencia o manipularla, en función de intereses creados y juegos de poder. Busquemos un culpable, a la mayor velocidad posible. Y por supuesto, con el menor coste. Lo más cómodo para todos: buscar un culpable, a ser posible, débil e indefenso. No vayamos a echar un borrón negro sobre la maravilla del tren de alta velocidad, que ha supuesto operaciones millonarias y réditos triunfalistas para muchos políticos. No vayamos a poner en duda la eficacia y eficiencia de esta tecnología que nos ha costado un Congo a los españoles, y que además exportamos a bombo y platillo desde Canadá hasta Ucrania. No insinuemos posibles fallos de seguridad de las instalaciones, porque eso exigiría investigar y cortar cabezas, y aquí sabemos que no dimite nadie. Y no sigo… Mejor nos quedamos todos con este «culpable», insultantemente obvio, que nos interesa a todos, quizá a unos más que a otros (¡Pobre hombre!). Mientras, quizá yo tenga que releer Ciencia y técnica como ideología, de Habermas.

Hoy me quedo en cambio con esos ciudadanos ejemplares gallegos que con su entrega y arrojo espontáneos, han mostrado la cara más amable de este país. No son héroes, simplemente buena gente, que han dado sus brazos, su tiempo y sus casas, poniéndose a disposición de los demás, mientras otros acaparan las cámaras o se hacen la foto. Gracias por devolvernos la esperanza en que podemos construir una sociedad mejor. Gracias por recordarnos que no estamos solos, que nos tenemos los unos a los otros.

Termino con unas palabras que también escribí hace un par de días:

«Hoy más que nunca necesitamos ciudadanos ejemplares. No que sean héroes, sino simplemente que den ejemplo: ejemplo de que la vida es otra cosa. De que vivir en sociedad es otra cosa. De que se puede trabajar, investigar, estudiar, siendo personas razonables. No se trata de hacer grandes actos, se trata de recuperar lo que es nuestro: nuestro tiempo, mi tiempo. Nuestro tiempo para construir; no para destruir. Mi tiempo para compartir con los demás; no para alimentar la máquina Moloch de las cifras de audiencia, no para reproducir una y otra vez el último cotilleo de turno. No todo es noticiable, no todo es noticia que se compra o se vende. No quiero vivir pendiente de las “noticias”. Simplemente digo NO. Y a seguir viviendo…»

 

1 comentario en “Velocidad o el miedo a pensar. Sobre el accidente de tren en Galicia”

  1. Javier, me ha gustado mucho tu artículo. Tienes razón, es lamentable que lleguen los periodistas/buitres a comer carroña. Ahora todo el mundo es experto en trenes, en límites de velocidad y en medidas de seguridad.
    Creo que como ciudadanos debemos exigir periodismo de calidad, por nuestro propio bien.

    Saludos.

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