“María Antonieta no era ni la gran santa del monarquismo, ni la perdida, ni la grue, de la Revolución, sino un carácter de tipo medio: una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente ni demasiado necia; ni fuego ni hielo […]; sin afición hacia lo demoníaco ni voluntad de heroísmo, y, por tanto, a primera vista, apenas personaje de tragedia”.
Con estas palabras de Stefan Zweig se cierra la edición que acaba de publicar Fórcola de la correspondencia que María Antonieta mantuvo con su madre, María Teresa de Austria, titulada Consejos maternales a una reina. Yo he querido colocarlas al principio: resulta verdaderamente llamativo que uno de los personajes más afamados del papel couché europeo (de haber existido el papel couché en aquellos tiempos, en lugar de los retratos de cuerpo entero pintados al óleo) junto, probablemente, a la Emperatriz Sissi, sea ese que nos presenta Zweig. No pretendo con esto asustar a nadie, sino todo lo contrario: porque una vez finalizada la lectura, incluidas las palabras del gran biógrafo y la anotación sobre la fecha de impresión (21 de enero, aniversario de la ejecución del rey), uno siente esa mezcla de alivio infinito que da enfrentarse a un personaje intocable y descubrir que no era para tanto a la vez que, comprobada su humanidad, lo sentimos engrandecerse en nuestro imaginario.